EL PAíS › JUAN CRUZ ESQUIVEL, ESTUDIOSO DE LA SOCIOLOGíA DE LAS RELIGIONES

Qué puede cambiar y qué no tras la elección del cardenal argentino

El investigador del Conicet sostiene que la gran tarea que emprenderá Francisco será poner orden en la curia vaticana. Y no prevé que implemente cambios estructurales en las posiciones tradicionales respecto del preservativo, los divorciados y la homosexualidad.

 Por Mariana Carbajal

La elección de Jorge Bergoglio lo sorprendió. Porque imaginaba un papa más joven, con un largo pontificado por delante y porque había otros cardenales que sonaban como candidatos con más chances. “Se confirma el aforismo vaticano que indica que ‘el que entra como papa al cónclave sale cardenal’”, apunta el sociólogo, profesor universitario e investigador del Conicet Juan Cruz Esquivel, un poco en serio, un poco en broma. Estudioso del vínculo de la Iglesia y el poder político, Esquivel analizó en una entrevista con Página/12 las implicancias de su nombramiento a nivel local y dentro del mapa eclesiástico. “Con demasiados frentes internos abiertos, no se vislumbra que pudiera promocionar cambios estructurales en torno de la posición tradicional de la Iglesia Católica sobre el uso del preservativo, la anticoncepción hormonal de emergencia, la eliminación del celibato, el rol de las mujeres en la Iglesia, el trato a las personas divorciadas o a los homosexuales, la despenalización del aborto”, consideró en diálogo con este diario.

–¿Es una buena noticia para los católicos que el nuevo papa sea Bergoglio?

–Pese a su estructura vertical y jerarquizada, la Iglesia Católica es un espacio diverso. En ese sentido, habrá quienes lo tomen como una buena noticia y para otros no lo será tanto. Como en cualquier espacio colectivo, hay heterogeneidades en el interior y Bergoglio, como referente eclesiástico, ha sido resistido por algunos sectores católicos.

–¿Que sentimientos tuvo cuando conoció la noticia?

–De sorpresa, porque se perfilaban como candidatos otros cardenales. Se confirma el aforismo vaticano que indica que “el que entra como papa al cónclave sale cardenal”. Pero esta regla tácita tiene una explicación. Por el sistema electoral, quien resultare ganador debe obtener dos tercios de los cardenales electores. Al inicio de los cónclaves, suelen perfilarse dos candidatos y difícilmente alguno de los dos alcance los dos tercios de las preferencias. En simultáneo, “seamos uno para que el mundo crea” es un imperativo categórico en la idiosincrasia eclesiástica que conlleva a una resolución rápida para transmitir al mundo la imagen de una Iglesia unida. La búsqueda de un tercer nombre emerge en la búsqueda de un consenso o como síntesis de las primeras dos candidaturas.

–¿Qué rumbo piensa que tomará su papado?

–Benedicto XVI ha sido un papa claramente intelectual que no ha podido resolver buena parte de los conflictos que hoy sacuden al Vaticano. Bergoglio tiene una trayectoria de gestión pastoral y detenta mayores habilidades y destrezas para intentar por lo menos afrontar los desafíos internos de la Iglesia. Considero que buena parte de sus esfuerzos estarán destinados a “ordenar” la Curia romana.

–¿Qué implicancias puede tener para la Argentina la llegada de Bergoglio al frente del Vaticano?

–Sin dudas, como papa, Bergoglio tendrá un reconocimiento popular de proyecciones sustantivas. Pero no necesariamente el prestigio social repercute en mayor capital religioso. En otras palabras, los procesos de pluralización del campo religioso y de individuación de las creencias no necesariamente verán modificadas sus tendencias por un papa argentino. En el plano político, acostumbrados a una cultura política que busca legitimidades en el mundo religioso, es imaginable que actores y sectores políticos apelen a su figura para reposicionarse en la arena política.

–¿Qué se puede esperar en relación al trato de la Iglesia con las personas divorciadas, homosexuales, las posturas sobre el uso del preservativo o de la anticoncepción hormonal de emergencia, el celibato obligatorio o la posibilidad de que las mujeres tengan otro rol en la Iglesia?

–El ordenamiento y el intento de resolución de los fuertes conflictos internos será una de las grandes misiones de Bergoglio en su pontificado. Con demasiados frentes internos abiertos, no se vislumbra que pudiera promocionar cambios estructurales en torno de la posición tradicional de la Iglesia Católica sobre el uso del preservativo, la anticoncepción hormonal de emergencia, la eliminación del celibato, el rol de las mujeres en la Iglesia, el trato a las personas divorciadas o a los homosexuales, la despenalización del aborto, etc.

–¿Y con respecto al grave problema de los curas pedófilos?

–Al cura Julio César Grassi nunca lo excomulgó. Tuvo una actitud corporativa para protegerlo. Pero en el Vaticano no tiene margen para seguir teniendo una postura de ese tipo. En ese tema Benedicto XVI se puso firme, pero no tuvo cintura política para imponerse. Intuyo que Bergoglio tendrá cintura política y una postura más decidida de resolución, sin esconderlo bajo la alfombra.

–¿Lo ha conocido a Bergoglio personalmente?

–Cuando estaba realizando la investigación para mi tesis de doctorado sobre la relación entre el poder político y el poder eclesiástico durante los gobiernos de Alfonsín y Menem, entrevisté a muchos arzobispos y obispos. Pero algunos prelados no aceptaron la entrevista y Bergoglio fue uno de ellos. Tuve oportunidad de conocerlo personalmente en uno de los pocos encuentros entre Bergoglio y Néstor Kirchner. El 11 de abril de 2006, estuve presente en un acto de homenaje a los curas palotinos asesinados por la última dictadura militar en la iglesia San Patricio en el que participaron el entonces presidente y el arzobispo de Buenos Aires.

–¿Qué impresión tiene de él?

–Es muy habilidoso de la lectura del mapa político eclesiástico. Mientras algunos obispos creen que por el Espíritu Santo se designa a un papa o a los cardenales, Bergoglio les saca varios cuerpos por su formación política, que lo ha nutrido. Su perfil más conflictivo es el que denuncia Horacio Verbitsky en su libro, el hecho de haber dado los nombres a la última dictadura militar de los curas que trabajaban en villas.

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