Jueves, 22 de agosto de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Gabriel Pérez Barberá *
In memoriam (18 de agosto de 2013)
Su muerte me dejó como ella no hubiese querido: paralizado, con un dolor tan profundo que el paso de los días no logra disolver. María Elba tenía para con la muerte el mismo trato que le dispensaba a los poderes locales que siempre enfrentó: no la respetaba, mucho menos le temía. Durante mis primeros años como abogado trabajé mucho con ella y para ella. Por eso pude conocer de cerca su coherencia. Por aquellos primeros años de la década de 1990, plantear judicialmente la inconstitucionalidad de las leyes de impunidad que favorecieron al terrorismo de Estado –y que recientemente hasta habían sido avaladas por la Corte Suprema– resultaba una aventura poco menos que quimérica, no sólo para los sectores que María Elba enfrentaba, sino también para algunos colegas que ya desde entonces se presentaban como abogados de derechos humanos, y que lo eran genuinamente, pero que carecían de esa sensibilidad que a ella le sobraba para darse cuenta de que esa era una exigencia de la que no cabía bajarse ni siquiera en los tiempos más duros, cuando todo parecía indicar que nunca este país juzgaría a los criminales que protagonizaron nuestra última dictadura militar.
María Elba, sin embargo, ya en la alborada de los noventa, pasando por la mitad de esa década aciaga y sin pausa después hasta que finalmente cambió el punto de vista estatal al respecto con la llegada a la presidencia de Néstor Kirchner, insistió judicialmente y en todos los ámbitos imaginables, tanto en Argentina como en el plano internacional, con sus planteos de inconstitucionalidad y nulidad de aquellas leyes del perdón.
Fui testigo directo del desdén con el que era tratada en aquellos años, por no cejar en esa postura, tanto por funcionarios judiciales como por aquellos que, aun compartiendo su posición, no tenían su fe inmensa por lo que creía ni su espíritu de lucha. Eso la hizo distinta, y es lo que la diferenciará siempre de todos nosotros, “los demás”, los que, como ella decía, quizás escribamos “bien” y seamos muy racionales generadores de argumentos, pero adolecemos de la fibra que a ella le brotaba por todos lados para tener en claro por dónde pasa el camino del que no hay que apartarse.
Te extrañé mucho en estos últimos años, en los que ya casi no te pude ver, querida amiga. Te extraño horrores ahora, porque la muerte tiene ese poder extraño de colocarnos casi encima de nuestros cuerpos al ser querido que nos ha arrebatado, ese poder de llevárselo tan lejos y a la vez dejárnoslo tan cerca, más cerca que nunca. Mi recuerdo cariñoso para vos y para tus hijos, especialmente para Mónica, con quien compartimos también tanta amistad y bellezas de la vida.
* Juez de la Cámara de Acusación de Córdoba.
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