Miércoles, 2 de octubre de 2013 | Hoy
EL PAíS › LA HISTORIA DE LOS HERMANOS ALEJANDRA Y JUAN MANUEL SANTUCHO
Los niños de dos y diez años quedaron con los vecinos luego de que asesinaran a sus padres y secuestraran a su hermana mayor (14 años). Compañeros de sus padres entraron a la casa simulando ser del Ejército y los sacaron disfrazados de linyeras.
Alejandra Santucho pensó muchas veces que debía escribirse la historia del momento en que ella y su hermano Juan Manuel, a sus diez y dos años, fueron rescatados en 1977 luego de que una patota de represores matara a sus padres, Heldy Rubén Santucho y Catalina Ginder, y secuestrara a su hermana Mónica en La Plata. El carro de la vida, de Jorge Alessandro, narra la supervivencia de esos dos niños, que gracias a la solidaridad de los compañeros de militancia de sus padres lograron escapar del terrorismo de Estado y reencontrarse con su abuela en Villa White, Bahía Blanca. El Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA) fue el marco elegido, en la ciudad de Buenos Aires, para la presentación del escrito. Allí también se expuso un cuadro de los artistas plásticos Roberto Crespo y Fabián Martínez inspirado en el relato.
“El libro cuenta una historia de cómo la vida emerge entre tanto terror, en el momento en que esos dos niños sobrevivieron a la muerte gracias al coraje de los compañeros de militancia de sus padres”, asegura Jorge Alessandro, el autor. Asimismo, comenta que decidió narrarla tras presenciar en 2010 un acto en que aquella niña, devenida adulta, luego de 33 años se reencontró con los otros protagonistas: los artífices de la fuga.
Alejandra recuerda perfectamente ver el ataque y “cómo se llevaron a sus padres y a su hermana” en un operativo del Ejército. Sus padres eran militantes de la JP y en el ’77 eran parte del grupo Montoneros. “Los mataron y los enterraron como NN en La Plata”, asegura Alejandra. Su hermana Mónica, por entonces de catorce años, padeció torturas, violaciones y fue asesinada. En el 2009, gracias al Equipo Argentino de Antropología Forense, encontraron sus restos y hoy descansa en Bahía. Para Alejandra lo que ocurrió con su hermana es “una herida difícil de cerrar. Ella no era militante, era apenas una niña que pasó por el peor de los martirios”. Luego del secuestro, los menores de la familia quedaron a cargo de unos vecinos en “la casa de la esquina”, como ellos la llaman, a 40 metros de donde vivían.
A diferencia de su hermana, “que siempre fue consciente de todo lo que ocurrió”, Juan Manuel tuvo que reconstruir su pasado a través de narraciones ajenas. “Mucho no recuerdo, era muy chico. Sé más por los testimonios de mi familia o de los compañeros que he encontrado a través de los años de lo que pasó.”
Fue la propia Alejandra quien alertó de la situación a los militantes del barrio. “Al día siguiente de que se llevaron a mis padres apareció una mujer, una supuesta asistente social, me llevó al patio sola y me interrogó. Con mis diez años a mí ya me pareció raro. La mirada de esa mujer me quedó marcada para el resto de mi vida”, y continúa, “yo le conté al Colo, el heladero, y en la madrugada del lunes los compañeros de sus padres irrumpieron en la casa haciéndose pasar por el Ejército para llevarnos. Al abrir los ojos lo primero que atiné a decirles fue ‘los estaba esperando’”.
La salida del barrio fue justamente en un carro, “el carro de la vida”, con todos sus ocupantes camuflados como linyeras para eludir al Ejército y la policía. “A uno de los compañeros que participó del rescate se le ocurrió llamarlo así, yo simplemente lo tomé como título”, asegura el autor del libro.
“Esos hombres, sin duda, arriesgaron su vida por sacarnos a nosotros”, afirma Alejandra, y agrega “la solidaridad, la humanidad y el compromiso militante de aquella época se reflejan muy bien en el libro”. En ese sentido, recuerda, “mi vieja había dado instrucciones de que si se los llevaban, nos cuidaran, y así lo hicieron. Por eso es importante difundir este tipo de historias”. Juan Manuel considera que contarla “no sólo ayuda a conocer uno de los tantos casos que pasaron durante la dictadura, sino que mantiene viva la memoria”, y añade: “Debemos mantener la memoria para que aquellos que hoy son jóvenes no se pierdan del pasado, a modo de incentivarlos a defender sus derechos, como lo hicieron nuestros padres”. Ambos coinciden en que la situación política actual es propicia para que “salga a flote la memoria, tantas veces empujada para que no salga a la superficie y se conozca”.
Informe: Laura Guarinoni.
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