Sábado, 23 de noviembre de 2013 | Hoy
EL PAíS › REPORTAJE AL VICECANCILLER ITALIANO SOBRE ROMA Y LA DICTADURA
Estuvo en Buenos Aires para mantener reuniones con la Cancillería y para entregar documentos desclasificados sobre los años de plomo. Habló con Página/12 sobre valientes y justos, sobre Siria y la guerra.
Por Martín Granovsky
Entregó las carpetas y dijo: “Ustedes aquí solamente ven papeles, pero esto no es sólo papel sino historia, vida, sangre, lágrimas de la Argentina y también de sangre italiana”. Así habló el vicecanciller de Italia Mario Giro cuando entregó al canciller argentino Héctor Timerman una parte más de los expedientes italianos sobre los años de plomo.
Giro llegó al gobierno del primer ministro Enrico Letta luego de una actividad de mediaciones internacionales desarrollada durante más de 20 años desde la influyente comunidad de Sant’Egidio, una agrupación de laicos fundada en 1968 bajo inspiración del Concilio Vaticano II, que había concluido tres años antes, para trabajar con pobres y marginados.
En una charla mantenida con Página/12 en la residencia de la embajadora italiana Teresa Castaldo, Giro se mostró impresionado tras el contacto con familiares de víctimas de violaciones a los derechos humanos. Lo impactó Vera Jarach, la italiana que logró huir de Italia en 1938 cuando Benito Mussolini implantó las leyes de discriminación racial de Adolf Hitler.
–Se salvó de Auschwitz, donde murió su abuelo, y en la última dictadura argentina terminó perdiendo a su hija Franca –dijo el vicecanciller a este diario–. Por eso la entrega de la documentación fue también un momento para reflexionar.
–¿Sobre qué?
–¿Hicimos todo lo posible? ¿Hicimos todo lo que debimos hacer? Claro que hay responsabilidades de personas en singular, con nombre y apellido. En mi opinión ningún análisis debe dejar de lado el concepto de que son importantes las razones de Estado en las relaciones entre los dos países. Pero más importante debe ser la conciencia de la defensa de la vida y de la democracia. Por eso la pregunta de si hicimos todo lo posible.
–¿Cuál es su respuesta?
–Que es una pregunta todavía abierta. Entretanto conviene recordar que, con nombre y apellido, sí hubo hombres valientes. Pienso en el cónsul Enrico Calamai.
–El cónsul italiano que salvó vidas durante la dictadura.
–Calamai fue uno de los valientes. Le diría que uno de los justos.
–¿Usted usa la palabra “justo” como se la aplica a Raoul Wallenberg, el diplomático sueco que salvó a muchos judíos húngaros de las cámaras de gas?
–Sí, lo digo en el sentido en que se usa en Israel. Los justos son los que pusieron su energía, su seguridad y su vida para ayudar a los demás aunque, como sucedió con algunos diplomáticos, encontraran dificultades para explicar en las capitales lo que estaba ocurriendo.
–Cuando dice capital se refiere a Roma, supongo.
–Hablo de Roma, sí. También sucedió con Chile tras el golpe de 1973 y pasa hoy. Ante tragedias enormes siempre hace falta encontrar el modo de explicar qué sucede tanto a la opinión pública como a las instituciones. No siempre es una tarea fácil. Pensemos en Siria. ¿Cómo explicar algo tan complejo y dramático? Todo siempre parte de una decisión personal. Cada uno reacciona de forma distinta. La conciencia del hombre delante de otro semejante que sufre produce una decisión propia. Aquí las instituciones no pueden hacer de cobertura, como si fueran utilizadas para disimular el necesario compromiso personal.
–¿Cuál es su perspectiva personal de la crisis siria? ¿Cuál sería su responsabilidad?
–Es complejo.
–Usted habló de las dictaduras en Chile o en la Argentina. Aun dentro de la tragedia, quizás hayan sido situaciones menos complejas que el tablero sirio actual.
–Sí, sin duda son fenómenos distintos. Pero en el caso sirio hay una responsabilidad que debe ser aclarada: los gobiernos europeos, y la propia Italia, esperaron demasiado tiempo. Por lo menos dejaron pasar dos años. La crisis siria está por cumplir tres años. En los primeros dos años no se hizo lo suficiente. Esta es una responsabilidad europea occidental.
–El semanario L’Espresso publicó hace dos semanas una nota en la que señalaba que un barco lleno de refugiados sirios se hundió en el Mediterráneo, con víctimas, porque la emergencia italiana no respondió a tiempo el pedido de auxilio. Incluso, según la revista, un operador sugirió: “Llamen a Malta”.
–La situación de Lampedusa y de los refugiados que llegan a nuestras costas es un fenómeno antiguo. Hoy son los sirios. Antes los libios, los tunecinos, los eritreos, los egipcios. Afortunadamente debo decir que Italia reacciona cada vez con mayor velocidad. Hoy hay seis navíos de guerra prestos a salvar vidas de inmigrantes. Dependen de la Capitanía de Puertos. A fines de los ’80 Italia envió naves de guerra para salvar “boat people” de Vietnam. A mi entender es justo salvar a los que se acercan a nuestras costas. Muchas personas ya murieron. Miles se ahogaron en el Mediterráneo tratando de llegar a España, Italia o Grecia. Tenemos un deber, que mi gobierno asume, de salvar las vidas antes que cualquier otra cosa. No debemos escondernos detrás de la discusión de si son o no refugiados o si se trata o no de aguas internacionales. Después se verá.
–Una vez que hayan sido salvados.
–Así es. Y lo digo de manera absoluta. Hay que cumplir las leyes del mar, que son prioritarias a cualquier otra ley. Alrededor de 250 millones de personas se mueven en el mundo como refugiados o desplazados. Es un gran problema que debe asumir la comunidad internacional.
–¿Cómo juega en su pensamiento y en su acción la pertenencia a Sant’Egidio?
–Bueno, ahora soy viceministro. No puedo hablar como hubiera hablado antes. Pero es obvio que una sensibilidad, una historia, no se olvidan. Entran en el trabajo cotidiano de cada día. Seguramente entran mucho cuando se trata de que mi país sea cada vez más sensible a lo que pasa en otras naciones. En la Argentina, por ejemplo. Debe haber un acercamiento profundo. Nada de superficialidades. San Egidio llevó una vida dedicada al diálogo. Al diálogo interreligioso y al diálogo por la paz. La paz no es algo que sólo puede ser proclamado. Es algo que se construye. Se necesita mucha paciencia y muchas veces no solo un principio moral sino una actitud concretamente política.
–Usted dijo en una entrevista reciente que, ante la idea de que las religiones llevan siempre a la guerra, podrían ser, por el contrario, un instrumento de paz.
–De la cuestión de la paz y de la guerra se habla desde tiempos de San Agustín. Incluso antes. El distinguía la guerra justa de la injusta. Indicaba que una guerra justa debía ser proporcional, debía perseguir una causa justa, etcétera. Pero la Iglesia Católica en el siglo XX pasó de la concepción de la guerra justa a la idea de nunca más una guerra. Por ejemplo, la Iglesia se opuso a gobiernos de la propia Europa. Pienso en Benedicto XV y su oposición a la Primera Guerra Mundial, justo en un tiempo en que los nacionalismos europeos eran fortísimos. Yo pienso que las guerras no sólo son malas. Seguro que lo son. Pero también son inútiles.
–¿Por qué serían inútiles?
–Porque nadie puede ganarlas. Hay tantos conflictos en los que ni siquiera las potencias más grandes pueden vencer...
–A menos que el objetivo sea en sí mismo librar una guerra.
–Prefiero hablar de otros objetivos. ¿Por qué no recordamos los tiempos en que algunos comenzaron a hablar de abolir el esclavismo? ¿O el momento en que se iniciaron las campañas contra la pena de muerte? En el siglo XVIII, cuando comenzaron los movimientos antiesclavistas, la réplica era que no se podía eliminar la esclavitud. El argumento decía que la economía se moriría. Eliminamos la esclavitud –o casi la eliminamos, porque quedan formas de esclavitud que no son masivas– y la economía no murió. Cuando arrancó la batalla contra la pena de muerte los críticos del abolicionismo sostenían que terminar con la pena de muerte aumentaría la criminalidad. Ya sabemos por las cifras que no es así. La mayoría aplastante de los países no la aplica. Bien: pensemos del mismo modo sobre la guerra. Desde los comienzos de la Humanidad venimos concibiendo que no se puede vivir sin guerras. Pero nos damos cuenta de que sí se puede. Es decir: hay otros modos de resolver los conflictos. Siempre habrá conflictos entre naciones, personas y pueblos, pero habrá formas alternativas. Tengo mi experiencia personal. Vi pueblos tranquilísimos, calmos, dulcísimos. Y vi cómo se transformaban ante el demonio de la guerra. La guerra siempre deja al mundo peor de lo que estaba. Incluso la guerra más “justa”.
–En Europa hay actualmente otras perturbaciones. La xenofobia, por un lado. Y el crecimiento de alternativas políticas de extrema derecha en Francia, Italia, Inglaterra, Dinamarca, Holanda, Grecia...
–... Hungría.
–Hungría. ¿A qué se debe el crecimiento de la xenofobia y la ultraderecha?
–Me preocupan. Surgen porque los europeos tienen miedo.
–¿A qué?
–La crisis financiera creó un gran miedo. Mi temor ante ese miedo es que se reproduzcan movimientos racistas, xenófobos. Fascistas. Ya tuvimos una gran señal de alarma en Europa: la guerra de los Balcanes. Hoy debemos desplegar una política que vuelva a explicar el sentido europeo de la comunidad, de vivir juntos, de dejar de lado cualquier egoísmo.
–¿Cuál es su alternativa, la crisis financiera?
–Dejar de pensar, como creen algunos, que en medio de la globalización el mercado resolverá todos los problemas. Dejar de pensar que un país puede resolver las dificultades solitariamente. Esto es imposible incluso para una gran potencia. Necesitamos reglas comunes para vivir juntos, porque resulta que el mundo en que vivimos es uno solo para todos. Incluso en economía.
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