Lunes, 10 de febrero de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mempo Giardinelli
La noticia excluyente de la semana fue, sin dudas, el horroroso incendio en Barracas, que podría pensarse que fue intencional. Porque no se explica cómo una empresa especializada en protección de documentos no pudo prever ni evitar un fuego gigantesco que produjo pérdidas totales. Además esa empresa, Iron Mountain, tiene antecedentes de otros grandes siniestros en sus depósitos de Ottawa, Londres y Nueva Jersey, y es por demás sugestivo que su presunto dueño sería el poderoso especulador estadounidense Paul Singer, titular del fondo buitre que detuvo casi tres meses a la Fragata Libertad en Ghana, que encabeza el rechazo a toda propuesta de resolución del canje de deuda, y que opera ante la Justicia y el Congreso de los Estados Unidos en contra de los intereses argentinos.
De ahí que, y quizá no casualmente, al día siguiente del incendio algunos senadores republicanos en el Congreso norteamericano fueron también flamígeros respecto de la Argentina, con motivo de la designación del nuevo embajador de la Casa Blanca en Buenos Aires.
Y tampoco dejó de llamar la atención el hecho de que el incendio del pasado miércoles se produjera horas después de que el Banco Central anunciara una investigación por fraude fiscal contra algunas grandes empresas por muchos millones de dólares.
Como sea, en medio del dolor por la tragedia que enlutó al país, fue patético ver al Gobierno de la Ciudad ocupadísimo en justificar las muchas horas que demoró en hacerse presente el jefe de Gobierno, Sr. Macri, quien parece tener el raro talento de estar siempre de vacaciones cuando ocurren las grandes tragedias.
Y enseguida y a la par –así son de veloces los acontecimientos en este país– buena parte de la ciudadanía empezó a organizarse para dar batalla por el control de precios, mientras un fiscal pedía que el vicepresidente Amado Boudou fuera citado a declarar ante el juez Ariel Lijo por la causa Ciccone.
Esto desató un vendaval periodístico y sobreactuados pedidos de renuncia por parte de desteñidos legisladores expertos en denuncias inútiles. Y aunque muchos consideran hoy que fue un error político la candidatura de Boudou en 2011, por ahora sólo está siendo sacudido por denuncias mediáticas no probadas y en tal sentido hay que ponderar su espontánea presentación del viernes ante el juez.
Otro tema menos resonante, pero de no menor importancia, fue la noticia de que bastante más al Sur, en Santo Domingo, pequeña localidad del centro sojero santafesino, se informó que las muertes por cáncer en su población aumentaron en los últimos veinte años el 300 por ciento. Como ya sucedió antes en San Jorge, Romang y otras localidades, ésa es otra forma de la tragedia argentina: el uso descontrolado de agroquímicos y los vuelos de fumigación rasante sobre ciudades y pueblos, práctica habitual ante el inexplicable silencio de todas las dirigencias políticas, oficialistas y opositoras.
Pero el tema central de los argentinos sigue siendo la devaluación, que no parece del todo detenida. En los tres últimos años, la relación peso-dólar pasó de 4 por 1 en enero de 2011 a 6,50 en enero de 2014, y ahora con el reciente salto a 8 por 1 la pregunta es cuánto tiempo quedará así. Enorme desafío para el Gobierno, sin duda, pero sobre todo preocupación cívica comprensible porque siempre, inexorablemente, la fijación de nuevos tipos de cambio modifica la distribución de la riqueza en perjuicio de las clases populares, que dependen del producto de su trabajo. La devaluación es siempre una degradación instantánea del salario, y así se comprobó en las últimas décadas con el empobrecimiento general de la población. Por eso, el Gobierno se preocupa por fortalecer el consumo y dispone medidas inclusivas, aunque más allá de su buena intención no hay garantías de que se logren los resultados deseados.
Para muchos es por eso preocupante cierto blando accionar del Gobierno frente a la guerra que le declaran a diario los grandes grupos económico–mediáticos y sus servidores políticos, sindicales y sociales. Por eso, ante el temor de que el gobierno nacional esté repitiendo un viejo error, en estos días se recordó y repitió mucho la célebre frase pronunciada en 1987 por Juan Carlos Pugliese, entonces ministro de Economía de Raúl Alfonsín: “Les hablé con el corazón y me contestaron con la billetera”.
Esto significa que los esfuerzos deberían ir más allá de las amenazas retóricas, si de lograr resultados se trata. Porque no se explica cómo van a sacar millones de toneladas de soja de los silos para exportación, sin aplicar a rajacincha la ley de abastecimiento, No 20.680. Y tampoco está claro cómo hará el Gobierno para ampliar su base de sustentación con quienes están decididamente enfrentados a los poderes monopólicos concentrados pero no son kirchneristas, aunque apoyan algunas de sus políticas. Ni cuándo se decidirán en la Casa Rosada a convocar a una mesa a los opositores para desbloquearlos, y así acordar posturas mínimas de consenso para enfrentar a los tiburones.
Porque está bien que todo el mundo sabe que a los tiburones no se los domestica. Pero no es con regaños cómo se los mantiene a raya.
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