Lunes, 5 de mayo de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mempo Giardinelli
El 1º de Mayo se celebró en la capital con dos marchas de izquierda, ambas llamando a la unidad pero desde plazas diferentes. En tanto desde la derecha el camionero Pablo Moyano, ante la municipalización de los servicios de recolección de basura en Quilmes, pronosticó “una, dos, tres muertes”. No dijo una sola palabra de los denunciados vínculos de su familia con la empresa recolectora Covelia, pero su padre, el jefe cegetista Hugo Moyano, elogió a “los concejales massistas” por rechazar la medida, a la vez que gritaba que “si el Gobierno quiere guerra, los camioneros vamos a dar guerra”.
Parece ser un creciente estilo de bestialidades peligrosas, que podrían calificarse de pre-violentas. Lo cual es grave para la democracia y desautoriza toda ironía porque se trata de gestos, discursos, actitudes de irresponsabilidad política, que deben ser repudiados por la ciudadanía sin atenuantes. Cuando hay una luz amarilla es necesario detenerse, y por eso son condenables los necios que, en lugar de frenar, aceleran.
Bestialidades hay de todo tipo. Desde las aparentemente ligeras hasta las brutales. Entre las primeras, la demolición de casi toda la Casa de la Poesía, la casa de Evaristo Carriego, pese a una orden judicial. La causa tiene una fenomenal sentencia del juez Víctor Trionfetti, que manda reconstruir la casa y reponer los objetos destruidos o desaparecidos con un argumento de peso: si el 90 por ciento del centro de Varsovia se reconstruyó tal como era entre 1945 y 1953, entonces una casa de 140 metros cuadrados también puede y debe ser reconstruida. Abogados que han leído el fallo opinan que son 70 páginas de sensatez jurídica que todo aspirante a presidente, como el Sr. Macri, debiera leer. Pero el gobierno de la ciudad apeló la sentencia y ahora está en Cámara.
Del otro lado, entre las bestialidades peligrosas debe anotarse el inflado debate acerca de la reinstauración del servicio militar obligatorio. Lo impulsan tres intendentes bonaerenses de muchas veces cuestionada fama: el ahora “renovador” Luis Cariglino, el todavía kirchnerista Mario Ishii y el neo-sciolista Alejandro Granados, actual ministro de Seguridad de la provincia.
El rechazo fue generalizado, como no podía ser de otro modo. Y es que es insostenible dada la historia de este país y las circunstancias en que el Congreso eliminó el SMO tras el asesinato del soldado Omar Carrasco en un cuartel de Neuquén a manos de la brutalidad de sus instructores. Es cierto que el disciplinamiento democrático de las Fuerzas Armadas en los últimos años dejó también al descubierto la debilidad de algunas políticas sociales y produjo cierta desprotección a los jóvenes de cada generación, pero si se trata de repensar el servicio no ha de ser mediante golpes de efecto. Ningún mal social se corregirá con la conscripción compulsiva como se hacía años atrás, cuando en esta sociedad sí imperaba la ley del más fuerte y los fuertes eran siempre los militares.
Si el problema es la juventud –y en cierto modo lo es–, se trata de darle educación y horizontes de vida, empezando por trabajo digno y en blanco. No de estigmatizar a los jóvenes como es moda ahora, de manera clasista, racista y xenófoba.
Además, se trata de fenómenos netamente urbanos. Salvo en Rosario, Córdoba y Mendoza –las tres grandes capitales del interior del país que vienen reproduciendo lo peor de la vida porteña y del conurbano– la realidad en la mayoría de las provincias es diferente. Más de medio país valora y practica todavía la calma y la amabilidad, la conversación serena, el saludo sonriente y diversas formas de solidaridad, así como los nervios sosegados quizá gracias a la siesta. No se trata de idealizar la vida en lo que los porteños llaman “el interior” al viejo estilo unitario, desde luego, pero parece verdad que ese abismo cultural existe y en tiempos como éstos se acrecienta.
¿Qué hacer cuando se generalizan y “nacionalizan” el tráfico enloquecido y los accidentes con decenas de víctimas, y la violencia de todo tipo y no sólo la llamada “inseguridad” sino también la agresión verbal, el forcejeo y el malhumor inducido por medios tendenciosos y mentirosos?
No parece haber más respuesta que la paciencia de la democracia. Esto es, el avanzar lento pero consistente de renovados sistemas de leyes (de ahí la urgencia por cambiar los códigos Civil y Penal) y de la siempre necesaria reforma judicial profunda. No todo en la Argentina debe reducirse al Poder Ejecutivo, cuando hay falencias en el Legislativo y sobre todo en el Judicial, anclado en formalismos del siglo XIX y con métodos y costumbres todavía napoleónicas, cuando no antediluvianas.
A la suma de barbaridades hay que sumar la violencia infantil y juvenil que ya asoma. Son ya muchos, demasiados, los casos de bullying, que incluyen niños y adolescentes acosados y hasta asesinados en circunstancias escolares.
Ante la aparente inacción de padres y maestros –muchos distraídos viendo, acaso, el reflotado show del Sr. Tinelli– el futuro es sombrío si no hay cambios de conductas. Por eso ante luces amarillas son inadmisibles exabruptos como el del diputado nacional del PRO entrerriano Alfredo de Angeli, quien propuso “legislar el trabajo infantil”. Hasta sus colegas y amigos de la Mesa de Enlace agraria, como el Sr. Buzzi, lo repudiaron.
Y como frutilla de postre, otra disparatada aceleración inútil: la decisión de la AFA de hacer un torneo de 30 equipos justo cuando la violencia ha ganado todas las batallas futbolísticas y las barras bravas dominan a los dirigentes y se adueñaron de los estadios ante la impotencia o complicidad policial. Súmesele la inexplicable tolerancia judicial y quedará claro que se trata de un negocio como todos los que hace la AFA desde hace décadas y ante la tolerancia o blandura de la AFIP. Acaso éste sea el último daño que haga el Sr. Julio Grondona al otrora hermoso fútbol argentino, pero alarma que su idea fue votada por unanimidad, cambiando reglas de ascensos y descensos para favorecer a algunos clubes.
El manual de bestialidades argentino da para todo.
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