EL PAíS › LA PLAZA DE LA ESPERANZA FUE MASIVA Y NO HUBO CASI INCIDENTES
Duhalde pudo recargar las pilas
Asistieron miles de personas, especialmente del conurbano. Fue un acto tranquilo y con moderado entusiasmo. Hubo consignas de apoyo al Gobierno pero no de enfrentamiento con los caceroleros.
Por Luis Bruschtein
”Hoy vinieron todos y hace dos semanas estaban en la vereda de enfrente”, comentó ayer en la plaza del Congreso un manifestante que orgullosamente proclamaba que estaba con Duhalde “desde el primer momento”. El Partido Justicialista bonaerense concentró ayer miles de personas en la Plaza del Congreso para apoyar al presidente Eduardo Duhalde, en lo que algunos llamaron “la Plaza del Sí” en referencia a la que convocara Bernardo Neustadt en apoyo de Carlos Menem, pero que los mismos duhaldistas prefirieron denominar como “la Plaza de la Esperanza”.
Pese a los temores sobre posibles desbordes y enfrentamientos con otros manifestantes contrarios, la concentración se realizó en forma pacífica y los negocios de la Avenida de Mayo y en general en las zonas adyacentes al Congreso permanecieron abiertos y muchos de ellos se vieron favorecidos con gran cantidad de nuevos clientes. Sólo se produjo un incidente entre los mismos manifestantes al finalizar el acto cuando un grupo intentó saltar las vallas para acercarse a Duhalde y se trenzó a golpes con otros que trataron de impedírselo. Ante la posibilidad de que la convocatoria fuera interpretada como enfrentada a los cacerolazos, los organizadores, en especial la senadora Mabel Muller y algunos intendentes como Manuel Quindimil, fueron cautelosos al subrayar que no estaba organizado en contra de nadie.
El dispositivo de seguridad cerró con doble vallado Entre Ríos, Callao, Rivadavia y Avenida de Mayo, y las columnas debían hacer un gran rodeo para ingresar por las calles menores. Sobre Callao, por donde ingresaría Duhalde, además de las vallas, había una doble fila de policías sobre las veredas que impedían cruzar la calle.
Hasta el mediodía, cuando empezaron a entrar las columnas, en la Plaza había sólo grupos de personas y una gran cantidad de carteles de sindicatos y localidades del conurbano. Una de ellas, de Malvinas Argentinas, decía “Chacho Alvarez, traidor y corrupto. Cavallo ladrón”, con la firma del intendente Cariglino. Había carteles de las 62 Organizaciones, de UATRE, Asimra, de Alberto Pierri y otros de Musso con banderas argentinas. Sobre el monumento de los dos Congresos podía leerse una de las consignas de los cacerolazos: “No le roben más al pueblo, váyanse todos”.
Pese a ese choque de consignas, entre los manifestantes menos encuadrados, que eran la mayoría, no había una actitud desafiante o de enfrentamiento con los cacerolazos. Una señora que había llegado con la columna de Merlo, comentó a Página/12 los disturbios en ese distrito el viernes pasado cuando un grupo de simpatizantes del intendente Raúl Othacehé la emprendió a palos contra vecinos que caceroleaban. “Allí estuvo mal el intendente que se metió con esa mafia que le fue a golpear a la gente –relató–. La manifestación no había sido autorizada, pero la gente estaba allí en forma pacífica y ahora, en castigo por eso, toda la gente de la zona va a cacerolear allí los viernes.” Esto último lo decía con cierta satisfacción.
En otro grupo que se apoyaba sobre el vallado de Callao había una señora del grupo cacerolero que proclamaba en voz alta que “seguramente van a llenar la plaza, la otra vez le pagaban 20 pesos a cada uno, no sé si ahora hicieron lo mismo, pero esta noche va a haber un cacerolazo más grande todavía”. No hubo reacciones violentas, ni discusiones, por el contrario, se le acercaron otras personas para hacer comentarios, algunos de tibio respaldo a Duhalde, pero que coincidían en muchas de las cosas que decía la mujer en pantalón corto, zapatillas y camiseta.
Por supuesto que en las columnas también marchaban grupos del aparato partidario, con una actitud más beligerante, pero con la evidente consigna de evitar conflictos. La acusación de que se les pagaría 20 pesos a cada manifestante convertiría a ésta en una de las manifestaciones más caras de la historia y no pareciera que fuera totalmente así. Muchos de los manifestantes venían con sus unidades básicas y muchos también eranempleados municipales o que desempeñan labores relacionadas con la municipalidad. “Yo vine como a un paseo –decía una trabajadora del área de salud de la municipalidad de Hurlingham–, nos pusieron el ómnibus gratis y vine, siempre fui peronista pero no estoy metida en política y la provincia es un desastre, se ve cada cosa...”
Alrededor del mediodía comenzaron a ingresar las columnas más importantes, muchas encabezadas por sus intendentes, como Manuel Quindimil, de Lanús, y Aldo Rico, de San Miguel. Todas llevaban carteles con consignas de apoyo a Duhalde y los nombres de sus referentes locales. La columna de San Miguel traía pancartas que decían “No al FMI”, en tanto que las de Malvinas Argentinas decían “No a los banqueros ladrones”, “No a los empresarios traidores” “No a los capitalistas chupasangre”. Por su parte, la columna de Lanús, que fue una de las más importantes, incluía también consignas como “Banqueros chorros, devuelvan la plata” y “No a la Corte Suprema”. A la una, cuando llegó Duhalde, todavía estaba entrando la columna de La Matanza, la mayor y quizás la de composición más humilde. La composición social del acto era en su mayoría de gente humilde, empleados y de la clase media bonaerense y no tenía el sesgo de pobreza más profunda que caracteriza a las marchas de los piqueteros y desocupados. Sobre Avenida de Mayo y Sáenz Peña había una columna que mostraba un gran cartel, donde se leía “Aguante Presidente. Resistencia Radical. Quilmes”. Debe ser la primera vez que manifestantes radicales participan en un acto peronista.
Los pocos que estaban apostados sobre las veredas de Callao fueron los que advirtieron la llegada de Duhalde en un Mercedes blanco, escoltado por el regimiento de Granaderos a Caballo y dos o tres autos de custodia. La gente aplaudió a los granaderos y saludó al Presidente, pero el grueso de la concentración no se dio cuenta de su arribo.
A los costados de las escalinatas del Congreso se habían colocado dos grandes altoparlantes por donde los manifestantes escucharon el discurso ante la Asamblea Legislativa. De todos modos, el sonido sobre Hipólito Yrigoyen era muy malo y no se entendía, y del otro lado, si bien se escuchaba, la gente no prestaba atención y se limitaba a aplaudir cuando se escuchaban los aplausos del recinto. Los bombos y redoblantes no dejaron de sonar pero no había cantos partidarios, salvo un esporádico “Olé, olé olé olé, Duhalde, Duhalde”. Tampoco se escuchó la Marcha Peronista, salvo al final cuando se la emitió desde algunos móviles que acompañaron a las columnas.
La presencia de Duhalde ante los manifestantes, que era esperada, seguramente hubiera despertado algo más de entusiasmo, pero se retiró por la explanada sin que muchos lo advirtieran. Los grupos que estaban más cerca de las vallas se apretujaron para ganar su atención y allí se cantó a voz en cuello la marchita y se produjeron los entreveros. La desconcentración fue rápida y ordenada, puede decirse que el PJ bonaerense salió airoso del desafío, pero también es evidente que el peronista común, el que no está comprometido con el aparato partidario, manifiesta las mismas necesidades, dudas y angustias que los caceroleros y los piqueteros.