EL PAíS › EL ACUERDO CON LOS GOBERNADORES RENOVO OPTIMISMO EN EL GOBIERNO
Por una vez, la ciclotimia fue para arriba
En la Rosada piensan que pasaron de pantalla y respiran. Los posibles cambios en el gabinete. Las versiones sobre De la Sota. La reforma política y la cerril posición de Alfonsín. El sueño exportador y la deuda social.
Por Mario Wainfeld
La ciclotimia suele cundir en la Casa Rosada y dependencias. Los microclimas políticos son más mudables que las estructuras de la realidad. Los protagonistas suelen ser endógamos y monotemáticos y sus cambios de ánimo son, de ordinario, mucho más drásticos y vertiginosos que los cambios en el PBI, las tasas de desempleo, las de la actividad comercial. Y también que los cambios de ánimo de la gente de a pie, más ligados a lo real tangible que a los humores de quienes van y vienen por el Palacio.
La ciclotimia del Gobierno en estos días apuntó hacia arriba. Muchos respiran más profundo, sacan pecho, y acumulan argumentos: se firmó el pacto por la coparticipación federal, el Presupuesto logró media sanción y la Plaza de la Esperanza cumplió los objetivos mínimos. La misión del Fondo Monetario vendrá en la semana que arranca mañana y la esquiva manaza del Norte tal vez se abra, un poquito.
Un Gobierno que ha sacado del archivo la más clásica retórica nac & pop pone todas sus fichas a que el FMI desbloquee algunos dinerillos, “1600 millones como mucho” (se entusiasma más que se resigna un alto funcionario del área política) y destrabe préstamos del Banco Mundial y del BID destinados a prefinanciar exportaciones y a ayuda social. Dos mil millones de dólares para cada uno de los rubros.
Dando por hecho que algo de eso acontecerá en el Gobierno se piensa en el futuro, esa dimensión que los argentinos nos hemos resignado a abolir. Una reforma política que contenga y a su vez diluya a las barulleras “minorías” caceroleras y piqueteras. Cambios en el gabinete en pos de una segunda etapa. Y, por qué no, empezar el juego que los políticos más saben y más le gusta: las elecciones, en este caso del 2003. “Lole es el mejor posicionado”, dicen la mayoría de los dirigentes peronistas, incluido el disco duro del Gobierno, pero ya hay varios que imaginan que –si todo mejora el año próximo– acaso Eduardo Duhalde también pueda tallar.
La primavera del 2003 atiza las ilusiones y pone llamas en algunos ojos. En la Rosada cunden las buenas ondas. De la Plaza de Mayo para afuera sigue siendo verano, por momentos agobiante y nada parece muy distinto a la última semana, al último mes, al último año, al último...
“Un acuerdo político”
La mayoría de los gobernadores acordó un régimen de coparticipación federal que no termina de dejar conforme a nadie y que posiblemente deba ser revisado más pronto que tarde. “Fue un acuerdo político”, definió Rodolfo Gabrielli, queriendo expresar que los firmantes privilegiaron la estabilidad del Gobierno y su presentabilidad ante “el mundo” al rigor de sus cuentas. El ministro del Interior lo pondera como un acto de responsabilidad. Y sus allegados destacan como un logro que el Pacto no tuvo addendas o miniacuerdos especiales con cada provincia.
Es fácil discrepar con esa lectura. En verdad, la falta de acuerdos radiales, provincia por provincia, hiere de muerte, a futuro la viabilidad de lo pactado. Ocurre que la igualdad de las provincias es legal pero no real, económica. Cada una es un mundo y varias un mundo en extinción y un pacto homogéneo es inviable por definición. Se dirá que un pacto con cada una es una hazaña de Hércules y también es así. Lo que pasa es que el régimen legal del federalismo es una antigualla descolgada de toda realidad, lo que sumado al faccionalismo que –como cualquier otro argentino con un ápice de poder– obran casi todos los gobernadores genera pactos de penosa gestión e imposible cumplimiento.
Por lo demás, el Gobierno tiene urdidos minipactos con distintos distritos, claro que escritos en tinta invisible.
¿El Gallego en preembarque?
Quizá sea el caso de José Manuel “El Gallego” de la Sota, que en los primeros tramos de la negociación ni siquiera estuvo presente en la Capital. Pero que, luego, impulsó la firma. “Juan Schiaretti –el ministro de Economía de Córdoba– fue de los que más cooperó”, juzgan los negociadores oficiales, puestos a enfatizar que De la Sota priorizó la integración a su insistente pedido de “elecciones ya”.
En algunos despachos de Gobierno se murmura que esas ondas de amor y paz prenuncian un pase de campanillas: el desembarco de De la Sota en el Gobierno, seguramente en Jefatura de Gabinete. Una movida similar a la que obró en su momento un gobernador, presidenciable por añadidura, que envuelto en severos bretes en su provincia recala en Gobierno imponiéndole un paréntesis (si no algo más) a su carrera presidencial.
“Necesitamos algún peso pesado en el Ejecutivo”, explica un duhaldista de pura cepa que da por ido a Jorge Capitanich. “Y sumamos a alguien de otras provincias”, añade dando cuenta de uno de los ostensibles flancos débiles del staff oficialista: la abrumadora presencia bonaerense. El tema suscita reproches cruzados en el PJ: desde el resto del interior hay reproches a los bonaerenses como en otro tiempo –mutatis mutandis– se hacían a los riojanos. Desde el oficialismo replican que sus compañeros del Interior rezongan, pero no ponen la carne en el asador. “Reutemann nos prestó a Oscar Lamberto por unos meses y no se jugó a poner un ministro.” Y De la Sota aún menos. Hasta ahora.
Gabrielli es, para algunos duhaldistas, otra pieza a mover. Su valor agregado es –claro– el de no ser bonaerense sino mendocino y de yapa ex gobernador. Un perfil que, se supone, se quiere multiplicar. Pero El Rolo es, a ojos de algunos de sus pares, demasiado adicto al perfil bajo, cuando no “falto de garra”.
En el aire fresco hay olor a menta, vientos de cambio. En Interior, empero, el clima es distendido. El Pacto Federal está firmado –arguyen– y el desgaste del Gobierno y del propio ministro fueron muy menores con relación a la sangre que –en ocasiones análogas– debieron escupir Domingo Cavallo y Chrystian Colombo.
Los comparreligionarios
“Jaunarena es un ministro ausente”, define uno de sus colegas de gabinete. “Está pintado”, metaforiza otro. Los rumores sobre militares arrecian y su delegado ante el Ejecutivo, radical y oriundo de Pergamino por más datos, nada sabe ni nada obra.
Todo reproche al inerte ministro de Defensa es válido, pero el Gobierno debería mirar la viga en el ojo propio: fue un severo error táctico la elección de los dos lugares que se confirieron al socio menor, el radicalismo bonaerense. Con un criterio similar al que utilizan los compañeros sindicalistas cuando le dejan la Comisión de Cultura a la lista que perdió una elección gremial, los peronistas ofrecieron a los radicales Justicia y Defensa. Un premio consuelo, como para contener sin participar del “eje del dispositivo”, de la “mesa chica” donde se toman las decisiones de verdad.
Pero hete aquí que ambas áreas son ahora de tormenta y conflictos severos. Jorge Vanossi no tiene pergaminos tan nefastos como Jaunarena. Pero el ministro de Justicia es tan inidóneo para un escenario novedoso y sísmico con la Corte Suprema como lo es el de Defensa para hacerse cargo de una preocupante situación militar.
Situación que no debería suscitar pánico ni paranoias, pero sí una firme presencia civil. Y buena información cotidiana, algo que –despotrican en Balcarce 50– ni Jaunarena ni “El Gringo” Carlos Soria están aportando. El intríngulis del Gobierno es que cualquier movida en esos sitiales pueda generar la fácil ira de Raúl Alfonsín. Un socio minoritario, pero que se las trae.
Aplaudan, aplaudan, no dejen de aplaudir
“Daba gusto ver a Alfonsín aplaudiendo el discurso de Duhalde en el Senado. Su entusiasmo apenas fue igualado por un puñado de legisladores del PJ, cinco o seis, y sin duda fue muy superior al de los compañeros que estaban en la Plaza del Sí. Las dos manos le quedaron enrojecidas. Alfonsín siempre tiene una mano dispuesta para el peronismo. A Menem le dio dos, bien grandes: cuando buscaba la reelección y cuanto estaba preso de la Justicia común, en Don Torcuato.” El politólogo sueco que prepara un libro sobre la Argentina se excita a medida que escribe, se indigna a menudo y a veces abusa de las imágenes. Pero tal vez no conoce del todo su objeto de estudio: nula contradicción existe entre lo que hizo Alfonsín por Menem y ahora obra por su archirrival. En todos los casos, la peculiar idea que tiene el ex presidente de la política argentina es la misma: un oligopolio entre dos partidos, que hay que defender como sea.
Claro que a veces su acción parece suicida. En estos tiempos, el jefe radical es el cruzado contra todos los vientos de cambio que azotan el escenario. Ya acometió a los trompis contra los caeroleros, se opuso a los gritos a que las ONGs participaran en los debates parlamentarios. Y –en reuniones reservadas, por ahora– se opone ferozmente a cualquier reforma política que busque, de algún modo, incorporar al sistema institucional a los miles de protagonistas que ocupan las calles pidiendo participar y decidir.
Con más astucia, sus aliados peronistas maquinan nuevas reglas que den una oportunidad a los nuevos emergentes. La idea es abrir las listas electorales de modo de facilitar la entrada a los organismos parlamentarios de figuras no partidarias. En el Congreso José María Díaz Bancalari imagina una generosa reforma política, acaso algún cambio constitucional. Y en el propio Ejecutivo circulan algunos proyectos. La idea es que –con mínimos recursos– caceroleros, piqueteros, ONGs y quien quiera puedan postular candidatos sin pasar por las horcas caudinas de los partidos tradicionales. Los peronistas apuestan a incluir y al mismo tiempo dominar a esas fuerzas que imaginan vencibles y minoritarias. Muchos radicales, haciéndose pinzas en la nariz, aceptan los cambios como inexorables. Pero su jefe máximo pontifica y santifica a los partidos y se opone a cualquier cambio, que no tolera ni se siente en aptitud de conducir. Como un monarca del ancien régime repudia el cambio y se abroquela en los privilegios del pasado. Con la astucia del gatopardo, los peronistas imaginan cómo canalizarlo pero concediéndole un espacio. Piensan llevarlos a la cancha para luego ganarles, pero al menos los afilian al juego.
Como fuera, el Gobierno sigue adelante y hasta intenta buscar sorprendentes apoyos. El duhaldismo ha intentado en estos días sondear la posición del ARI. La exploración estuvo a cargo de uno de los hombres de mayor confianza del Presidente, José Pampuro, quien habló largamente con el hoy arista, peronista histórico, Rafael “Balito” Romá. La respuesta está pendiente.
Estrategia y necesidades
Puesto a pensar en el futuro, el Gobierno coincide en señalar dos objetivos: la mayor integración en el Mercosur y una política social acorde con la emergencia, única en la historia argentina. Empujada por la necesidad, por el desdén de los poderosos, por la devaluación, Argentina encuentra su destino latinoamericano y en buena hora que así sea. EnCancillería comentan que José Ignacio de Mendiguren acompañará la comitiva de Fernando Henrique Cardoso en su viaje a la India y China. Un gesto sin precedentes, se entusiasman. Sería aconsejable que alguien les pidiera a los brasileños, que suelen ser tan amables, que le saquen una foto al ministro de la Producción y la envíen para estos pagos donde hace mucho que no se lo ve, ni se lo oye ni se sabe que haya tenido alguna propuesta creativa digna de mención.
Economía y Cancillería esperan como maná los créditos BID que permitan prefinanciar exportaciones. Además imaginan sacar ventajas comparativas con referencia a los dislates del Gobierno de la Alianza. Intentan conseguir vender durante un año las Cuotas Hilton de 2001, suspendida por la aftosa y la de 2002. Y conseguir dispensas de cupos para hacer lo mismo con las exportaciones de carne común.
¿Revive el país agrícola-ganadero exportador? Por lo menos en algunos, nefastos, sentidos sí. Los productores del sector acuden a cualquier medio para evitar que se impongan retenciones a sus exportaciones. Algunos son de todas las épocas: los lobbies fenomenales, los editoriales en sesudos medios gráficos. Otros son versiones aggiornadas, bien siglo XXI. Tal el caso de la oferta de donar 1500 millones de pesos para ayuda social, a canje de no ser gravados con impuestos. Una propuesta similar a la que habían hecho los barones del petróleo la semana previa. Eso sí, imponiendo la condición que los fondos no sean administrados por el Estado. Una estructura que evoca inexorablemente a las sociedades de beneficencia. Corriendo al Gobierno con la vaina de la urgencia, representantes corporativos de sectores con importantes responsabilidades en la crisis argentina pretenden ubicarse por encima de ella (y al costado de la ley que iguala a ciudadanos y contribuyentes) quedar liberados de sus obligaciones legales (pagar impuestos) y convertirse en custodios morales del conjunto. Más vale que ese sayo les queda inmenso. Carecen de derecho moral y legal para arrogárselo.
La promesa es taimada porque toca una zona sensible del Gobierno, que es la política para los más sumergidos. Duhalde ha recuperado en su verba a los más pobres, ha puesto a la política social en el primer lugar y nada hay de cuestionable en ello. El problema es que las acciones reales están muy retrasadas. En el oficialismo se explican aludiendo a la falta de medios económicos. Y claro que faltan. Pero tampoco se ha notado hasta ahora una propuesta de prestaciones más o menos universales que garantice un mínimo de subsistencia a todos los pobladores de este suelo. La decisión de derivar fondos a las provincias asegura celeridad pero también pospone o mutila algún rasgo de nueva política, algún gesto que reconozca ciudadanía a los que nada tienen.
El Presidente auguró crecimiento para el año entrante. Y en la Rosada recuperaron resuello la semana que pasó. Entre el presente rabioso y el futuro tan remoto, es peliagudo compartir el optimismo. Marzo no pinta bien y –si nada cambia– el parate de la actividad privada puede sumar a la protesta a un actor hasta ahora ausente en las protestas de este año. Los trabajadores dependientes, los asalariados que padecerán bajas de sueldos y despidos masivos. Los trabajadores, ¿se acuerdan? Esos mismos que hace ¿cuántos siglos? llenaron una verdadera Plaza de la Esperanza, un remoto 17 de octubre.