Jueves, 3 de julio de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Nilda Garré *
Una nota publicada por el diario La Nación, el sábado 7 de junio de 2014, con la firma del periodista Marín Dinatale, daba cuenta de una carta enviada al Consejo de Defensa Sudamericano (CDS) por un conjunto de académicos e intelectuales argentinos expresando su preocupación por el empleo de drones en la Argentina y la Unasur. La nota, a su vez, proyectaba una sombra de duda sobre la posibilidad de que se estén produciendo o ensamblando en la Argentina aeronaves no tripuladas sin ningún tipo de regulación o transparencia, y para usos igualmente opacos.
Drones es un término que en principio hace referencia a vehículos no tripulados, o sea, que no llevan un conductor en su interior. Nótese que nos referimos a vehículos, y no simplemente aeronaves, ya que también hay drones terrestres y acuáticos, aunque los que más se han popularizado recientemente son los aéreos. En realidad, “dron” es un vocablo que abarca una variedad tan grande y diferente de cosas que no dice mucho sobre la naturaleza, funciones y propósitos de los objetos a los que se refiere. Limitándonos únicamente a los voladores, que es en definitiva los que están generado controversia, tenemos desde pequeños aparatos lanzados a mano por su operador, con un peso no mayor a los 10 kg y una autonomía de vuelo de unos pocos cientos de metros, hasta aeronaves del tamaño de un avión de transporte de pasajeros de 100 plazas capaces de atravesar continentes enteros. Como se ve, decir dron no es diferente a hablar de avión para designar tanto un aeromodelo de propósitos lúdicos como una aeronave de transporte de pasajeros, un caza interceptor o un bombardero estratégico.
Aunque drones existen desde los años ’30, recién los avances exponenciales de la electrónica a partir de la década de 1970 y los progresos en propulsión convencional (motores eléctricos, a pistón, turbopropulsores o turbinas) permitieron que estos ingenios adquirieran un nivel de complejidad y de prestaciones impensadas hasta ese momento. Esta trayectoria de perfeccionamiento tecnológico no fue diferente a la vivida por la aviación en general y por muchos otros dominios de la técnica, algunos profundamente insertos en la vida cotidiana de los ciudadanos comunes, como los adelantos en informática que permitieron diseñar y producir computadoras personales y programas como el utilizado en este preciso instante para redactar estas palabras.
Las noticias que suelen llegarnos sobre los drones mayoritariamente los vinculan con operaciones militares punitivas realizadas por potencias en abierta violación al derecho internacional, e incluso contra blancos civiles desarmados. Pero esto es un uso puntual que realiza un grupo de Estados cuyo actuar se basa en una doctrina estratégica y operacional que contempla y promueve este tipo de acciones y, por lo tanto, se valen de los medios a su alcance para llevarlas a cabo. En sí mismo, los drones no son el problema, sino las concepciones y la voluntad que los hombres colocan detrás de ellos. De otro modo, deberíamos renunciar a prácticamente todas las tecnologías presentes en la vida contemporánea, ya que cada una de ellas tiene alguna aplicación perversa posible. La aviación, por ejemplo; gracias a su existencia han sido factibles las tácticas modernas de bombardeo cuyo clímax fue la destrucción por medios nucleares de Hiroshima y Nagasaki, los únicos dos crímenes de lesa humanidad cometidos con la energía atómica, pero a nadie se le ocurriría por ello prescindir de la posibilidad de volar.
La tecnología de los drones en sí misma no tiene contenido ético (como el caso de las armas biológicas), puede ser más o menos compleja o riesgosa de manejar, o tener mayores o menores usos múltiples, pero el destino que finalmente se le dé viene dado por el contenido moral de las concepciones y de las acciones de quienes la dominan. El caso de los drones no es distinto a otros tantos avances modernos. Es más, en principio, estos artefactos tienen como una de sus finalidades fundamentales realizar tareas que fueran peligrosas, tediosas o agotadoras para los seres humanos, y ello indudablemente representa un progreso significativo en el cuidado de las personas, sobre todo de quienes realizan las actividades que cubren estos aparatos.
En los usos civiles de los drones podemos nombrar: monitoreo ambiental y climático, búsqueda en zona de catástrofe, control de incendios forestales, control de tráfico, seguridad, control de oleoductos y líneas de alta tensión, fiscalización y control de obras y catastro, fumigación aérea, transporte de carga aérea, telecomunicaciones.
Lo que hay que evitar es identificar la naturaleza intrínseca, si es que es válido hablar en estos términos, de una cierta gama de sistemas tecnológicos con el uso específico que hacen de ellos un grupo de hombres y mujeres, un Estado o una sociedad. No deslindar una cosa de la otra nos llevará a razonamientos erróneos, privándonos quizá de aprovechar adecuadamente los avances tecnológicos, obturando posibles vías de desarrollo propio, y en definitiva, dejando estos recursos exclusivamente en manos de quienes hacen un empleo espurio de ellos.
Nuestro país no está produciendo drones en la actualidad. Existen algunas iniciativas privadas para el desarrollo y producción de aeronaves de pequeño porte (por debajo de los 20 kg), pero muy en cierne, y algunos modelos experimentales construidos por las Fuerzas Armadas. La mayor propuesta al respecto fue la elaborada entre 2010 y 2011, para el desarrollo y producción de Vehículos Aéreos No Tripulados (VANT) de mediana y gran envergadura. O sea, Clase II (techo de servicios aproximadamente 5000 m, radio operacional 180 km y autonomía 12 horas) y Clase III (techo de servicio aproximadamente 14.000 m, radio operacional mayor a 1000 km y autonomía 24 horas), según una de las clasificaciones internacionales más aceptadas. El proyecto se denomina SARA (Sistema Aéreo Robótico Argentino) y fue ideado bajo la guía técnica de la entonces subsecretaria de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico, Mirta Iriondo, en un consenso con todas las Fuerzas Armadas, y la contribución de las de seguridad. Es necesario poner especial cuidado en comprender este último punto, y para ello es ineludible conocer algunas cuestiones técnicas de los VANT.
La gran utilidad de estos vehículos y su principal fuente de valor no está dada por sus características típicamente aeronáuticas, ya que en general se trata de aviones con estructuras subsónicas de materiales muy probados, sin mucho espacio para la innovación. Lo realmente valioso y sofisticado en ellos son los subsistemas de guiado y control, que les permiten navegar tanto en forma automática como remotamente tripulados; los sensores, que posibilitan el conocimiento del entorno (cámaras giroestabilizadas, radares de apertura sintética, térmografos, etc.); los subsistemas de comunicaciones (satelitales o no); y por último, los motores, que para ciertos tamaños y prestaciones que se requieren en los VANT más pequeños representan un desafío aún no completamente cubierto por la industria internacional de estos equipos. Todas las tecnologías involucradas en estos subsistemas, y en muchos casos ellos mismos, tienen aplicaciones duales, pueden emplearse tanto para cuestiones civiles como militares, y además poseen un alto valor agregado.
Retomando la cuestión de cómo se pensó el SARA. La participación de las fuerzas de seguridad en el proceso de concepción del proyecto para nada respondió a un intento de eludir la tajante y sabia distinción que realiza nuestra legislación entre defensa nacional y seguridad interior, sino que simplemente las plataformas a desarrollar (el avión en sí) es común a varios tipos de empleo diferente, modificándoseles el equipamiento en cada caso. Además, algunas de las tecnologías a desarrollar para estas aeronaves también pueden tener múltiples empleos, como las cámaras giroestabilizadas, y por ello era conveniente que estuvieran presentes en el proceso de concepción inicial todos los actores que pudieran beneficiarse de los resultados que se buscaban, evitando, además, la multiplicación y dispersión de esfuerzos tras un mismo objetivo, práctica común en nuestras Fuerzas Armadas y de seguridad, que suma costos y resta logros.
El SARA tampoco fue concebido como un arma de agresión, sino que básicamente desde el punto de vista de su uso militar es un instrumento de vigilancia y control para los enormes espacios terrestres, marítimos y aéreos de nuestro país, en un todo de acuerdo con los principios que rigen la concepción estratégica de la defensa nacional argentina, basada en el carácter defensivo, autónomo y cooperativo de ésta, tal como se encuentra plasmado en la Directiva de Política de Defensa Nacional (Decreto N 1.714/09).
El SARA es también una extraordinaria oportunidad de desarrollo tecnológico-industrial. Su realización fue pensada para que estuviera bajo la responsabilidad de la única empresa nacional capaz de asumir un reto tecnológico de esta magnitud, la estatal rionegrina Invap, que tantos éxitos ha aportado al país en materia nuclear, satelital y de radares. El propósito último del proyecto era alcanzar tecnologías de punta a partir del desarrollo nacional de los componentes esenciales de estos VANT, los subsistemas de guiado y control, telecomunicaciones, sensores y propulsión.
Actualmente dos países en el mundo lideran el mercado internacional de los VANT, Estados Unidos e Israel, pero de los dos, únicamente el segundo está saliendo al mundo en forma masiva para colocar sus productos. Esto brinda una oportunidad extraordinaria, cuya ventana no estará disponible por mucho más de un lustro, para que un país de desarrollo medio como la Argentina pueda transformarse en un actor importante de una industria que según la consultora Frost & Sullivan tendrá una demanda global para el período 2011-2020 de 61 mil millones de dólares. Si dejamos pasar esta oportunidad, en pocos años más la industria internacional seguramente se consolidará en torno de un grupo selecto de empresas y países, tal como ocurrió en la primer mitad del siglo pasado con la industria aeronáutica general. El SARA, que aún no ha comenzado a ejecutarse, vendría a cumplir de este modo dos funciones esenciales: fortalecimiento de la soberanía en tecnologías sensibles y el desarrollo de un nuevo subsector para la economía nacional.
Con lo interesante que pueden ser las perspectivas de un proyecto como el SARA, no debe olvidarse que los VANT tienen un extraordinario y amplio campo de aplicación en las actividades civiles. En la Argentina misma, actualmente, el principal empleo que se les da es como apoyo a las actividades agropecuarias, como guías para los procesos de siembra o aplicación de herbicidas o nutrientes, tareas que antes se realizaban por medio de personas con graves riesgos para la salud de ellas.
Una cuestión pendiente de resolución, no sólo en la Argentina, sino en la mayor parte de los países del mundo, es el marco regulatorio aeronáutico para la utilización de los VANT. En el presente sólo pueden operar en espacios aéreos segregados, pero no compartir su actividad con la aviación civil. De hecho, el Código Aeronáutico al exigir en su Artículo 79 que “Toda aeronave debe tener a bordo un piloto habilitado para conducirla...” ni siquiera los contempla. Es pues, éste, un trabajo que habrá que abordar con conocimiento, responsabilidad y prontitud para no quedar rezagados respecto de los avances contemporáneos.
Las sociedades y las naciones se hacen fuertes y dueñas de su propio destino en la medida en que, basándose en las lecciones del pasado, de la experiencia de otros, y correctamente situados en su presente, asumen con decisión los desafíos del futuro. Esto que es válido para todas las dimensiones de la vida, tanto individual como colectiva, lo es también para el caso de los drones y la actitud que tengamos hacia ellos. En las reflexiones que hagamos y las decisiones que tomemos sobre el tema no debemos olvidar que la soberanía del país, sus proyecciones de desarrollo y el cuidado de su gente estarán en juego también en este terreno de la vida pública, como lo están en tantos otros.
* Embajadora ante la OEA.
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