EL PAíS › OPINION

Justicia justa

Por Patricia Walsh *

El escrache, incorporado hace ya unos cuantos años en la lucha por los derechos humanos en la Argentina por la Agrupación H.I.J.O.S., fue pensado como una forma de denunciar el paradero actual de los genocidas, su nombre y apellido, su trayectoria y su domicilio, para que sus casi siempre desprevenidos vecinos pudieran enterarse de qué clase de prójimo comparte con ellos las baldosas de sus veredas, los negocios de su barrio y hasta las posibles reuniones de consorcio. Buscó volver visible la falta de justicia allí donde la justicia nunca llega, procurar que los vecinos se involucren, avanzar en la condena social, volver imperativa la condena legal, lograr que los genocidas vayan a la cárcel.
Cárcel a los genocidas, Juicio y Castigo, Justicia y No venganza, fueron y siguen siendo los principios irrenunciables de la valiente y siempre lúcida construcción social colectiva, que todos los organismos de derechos humanos en la Argentina sostuvieron y desarrollaron para sorpresa y reconocimiento del mundo. Un mundo que aprendió de la Argentina a escribir la palabra desaparecido, publicando la foto de los pañuelos blancos.
No vengarse físicamente de los genocidas, no hacer justicia por mano propia, sino seguir exigiendo que la condena del Estado terrorista fuera ejercida por un Estado que no lo sea y que no avale ni cometa nuevos genocidios. Exigir permanentemente que los genocidas sean juzgados, que las leyes de impunidad y los indultos fueran considerados nulos para que sus responsables terminen sus crueles días en la más justa de las sombras.
Romperle un huevo en la cabeza a una anciana actriz desquiciada –electa sólo bajo la impunidad de una lista sábana– y apóloga de los más aberrantes crímenes de lesa humanidad, a los que no cesa de adherir pero que no cometió personalmente, es valorar mal la distancia real entre la apología y el crimen. O usar nuestras pancartas políticas, como un arma, sobre la cabeza de un otrora galán, ya octogenario, que no merece más cámara de TV para poder expresar sus ideas genocidas, no es otra cosa que una espantosa reacción. Que la impunidad instalada alimenta, pero de la cual se puede y se debe despegar, evitando y decidiendo hacia el futuro inmediato el rechazo consciente y planificado, hasta donde ello sea posible, de cualquier tentación por la especularidad.
No es posible, salvo por imprevisión, que habrá que prevenir, utilizar los instrumentos políticos que la izquierda sufre y repudia desde siempre.
La patota, la paliza, la agresión física, la irrupción violenta sobre el cuerpo del otro, adversario, contrincante, opositor o enemigo, son prácticas que miles de militantes populares vienen sufriendo desde siempre de manos de la derecha policial, parapolicial y simplemente fascista.
En momentos en que las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final fueron después de mucho tiempo y larga lucha finalmente anuladas, en momentos en que los genocidas están empezando a ser nuevamente citados y encarcelados, en momentos en que es importante avanzar con la nulidad de los indultos, resulta imprescindible estar moralmente alertas. Es posible que muchos genocidas deban concurrir a los tribunales, y una vez más exigiremos que sean juzgados por sus crímenes. Es necesario que nos mostremos como realmente hemos sido y somos, o como queremos realmente ser, diferentes, y que ninguna conducta imprevisible, aun sus sarcasmos o sus eventuales trompadas, nos desvíen de nuestro reclamo por una justicia justa. Que ningún agravio físico, ni nuestro, ni suyo –al que no habrá que responder, sino evitar– les impida escuchar con claridad las gravísimas acusaciones.
Me siento dolorosa y responsablemente obligada a reclamarlo. Por ser una de las diputadas nacionales que peleó colectivamente por la nulidad de las leyes de impunidad. Que hoy es ley. Porque seguimos reclamando por la nulidad de los indultos a los genocidas, y será importante lograr el mayor apoyo colectivo posible para que esta ley se consiga. Y por ser hija de uno de los 30.000 desaparecidos. La consigna “juicio y castigo a los culpables” no puede ser simplificada. No hay castigo sin justicia. Pero tampoco hay justicia sin castigo. Vamos colectivamente por las dos cosas.
Pero, sobre todo, vamos colectivamente construyendo para que esa justicia sea justa.
* Diputada nacional por Izquierda Unida.

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