Lunes, 10 de noviembre de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Marcelo Justo
Un paisano de Casey Wander que se quedó para siempre en Gran Bretaña, el ex canciller conservador William Hague, pronunció un discurso memorable en 1977, cuando tenía 16 años, en el Congreso Conservador frente a una audiencia de miles de adultos presididos nada más y nada menos que por Margaret Thatcher. La “dama de hierro” se rió a carcajadas con la precocidad política del adolescente y ni se le ocurrió decirle que fuera a una discoteca o se emborrachara como hacen los adolescentes de esas islas a esa edad. La cosa les cayó bien a los conservadores, no tanto a los laboristas, pero nadie se rasgó las vestiduras: todos lo encontraron divertido y excéntrico.
No nos vendría mal un poco de humor y desapego “british”. En Argentina, una cosa efectivamente inusual –que un chico de 11 años hable con tanta elocuencia y pasión sobre temas políticos– se convierte en un santiamén en una chicana barata de irresponsables que comparan al kirchnerismo con el nazismo para ver si con la repetición –ese recurso que se atribuye a Joseph Goebbels para la propaganda de masas– se logra fijar ya no una mentira, sino directamente un total desatino. El consejo mismo que se le dio a Casey Wander en esos foros mediáticos para reencauzar su vida es curioso. En teoría, tendría que hacer lo que hacen todos los niños argentinos, que es ir a Disney o jugar a la playstation como si estas actividades no pusieran en juego ningún tipo de homogeneización infantil –homogeneización que, en cambio, sería el objetivo secreto de un lavado de cerebro K para implantar la política en mentes inocentes. Ni qué hablar de que muy pocos pueden ir a Disney y no todos tienen acceso a una playstation.
Todo lo cual invita a unas cuantas preguntas. ¿Qué haría el pedagogo Jorge Lanata si un niño le dice que, en realidad, quiere ir a un acto K? ¿Lo “cagaría a trompadas”, como dijo Sergio Massa con ese vocabulario innecesariamente inapropiado que usan con frecuencia políticos y locutores nacionales? Puestos a preguntar y encontrar categorías normalizadoras de la infancia, ¿sería más grave ir a un acto K que fumar un porro? Y ya que estamos a un año de las elecciones y la oposición no le encuentra la vuelta, ¿deberían proponer sus adalides la compra de una playstation a todo el mundo para solucionar el problema?
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