EL PAíS › EL EMPRESARIO RICARDO ALBERTO TOMASEVICH DECLARó EN EL JUICIO CONTRA LEANDRO SáNCHEZ REISSE

Un financista secuestrado por represores

El 20 de septiembre de 1980 fue secuestrado durante menos de 24 horas y liberado tras el pago de 680 mil dólares. Declaró en el juicio en el que tres integrantes del Batallón 601 están acusados de asociación ilícita.

 Por Alejandra Dandan

Un paraguas pituco, traje de buena hechura y el cuerpo bronceado. Cuando se presentó ante los jueces del TOF 6, Ricardo Alberto Tomasevich dijo que tenía 66 años, que era argentino, casado y empresario “hasta hace poco”. Más adelante contó que todavía conserva acciones minoritarias en Puente Hermanos, una financiera de plena city porteña, con escenas que en los años ’70 y ’80 inspiraron películas como Plata dulce. Tomasevich llegó a tener el 50 por ciento de la financiera. El 20 de septiembre de 1980, un día después de hacer una operación por dos millones de dólares, él y su socio fueron secuestrados durante menos de 24 horas y liberados tras el pago de 680 mil dólares.

Tomasevich declaró varias veces por esta causa, pero no presentó denuncia formal hasta 2005. Su caso se investigó sin embargo desde antes del final de la dictadura, en conexión con otros secuestros como el de Fernando Alberto Combal y David Koldobsky, de Cambio América. Por este último caso varios integrantes del Batallón 601 de Inteligencia fueron detenidos en Suiza y procesados. Y de ellos, Tomasevich reconoció como parte de la banda que lo secuestró a Luis Alberto Martínez.

En Comodoro Py, el TOF 6 juzga a tres integrantes de aquella vieja banda. Leandro Angel Sánchez Reisse, Rubén Osvaldo Bufano y Arturo Ricardo Silzle. No se los está juzgado por los hechos o secuestros en sí mismos, porque eso se investigó en otras causas o continúa en investigación. Se los investiga por la asociación ilícita que construyeron. Esto fue explicado por el fiscal Alejandro Alagia en el juicio.

Esta causa es leída por los acusadores desde dos claves. Como una continuación de la importante investigación que inició la Comisión Nacional de Valores en 2013 y permitió empezar a entender al consorcio de responsables del desapoderamiento de bienes como autores de secuestros a empresarios, víctimas sobre todo de secuestros extorsivos a partir de una segunda etapa represiva, posterior a 1978. Por otro lado, está en juego una lectura sobre una estructura de inteligencia mayor, y cada uno de los acusados como integrantes de una célula que no secuestraba para llenarse los bolsillos –solamente–, sino para mantener en funcionamiento una estructura que había salido a operar e intervenir sobre todo contra los movimientos insurgentes de la región, con empresas, armas y financieras montadas también en Miami.

–¿Por qué no denunció antes todo esto? –le preguntaron desde la defensa. “Por miedo”, dijo Tomasevich.

–¿Le tenía miedo a la policía? –lo chuceó ahora el defensor, defensor privado, abogado de Sánchez Reisse, casi como una burla.

–Sí. Era muy cauto. Uno nunca sabía con quién estaba hablando.

–¿¿¿Les tenía miedo a los jueces también???

–Sí. –replicó–: muertitos hubo en todos lados.

Tomasevich dijo que en esos años se volvió tan loco que creyó perder la razonabilidad y enloqueció hasta a su perro. Se fue a Uruguay apenas salió liberado. En Punta del Este consiguió un pasaporte nuevo porque el suyo estaba vencido. Tenía contactos. Había estado en la Fuerza Aérea. Viajó a Brasil. Pasó por Buenos Aires dos días, empacó y se instaló en Miami con esposa y tres hijos.

–¿Pero a qué –siguió el abogado– tenía miedo? ¿Qué podía pasarle si anotaba por ejemplo la palabra “siniestro” en un libro contable?

–No dejé pasar el tiempo para eso. Escribí (la salida del dinero) en el cierre del primer trimestre del año siguiente, pero de hecho, cuando lo puse y lo dejé sentado comenzó a tomar estado público, y vino la AFIP.

Y también llegaron los otros: el Banco Central de la República Argentina o la Comisión Nacional de Valores, dos de los consorcios que operaban de la mano del Ministerio de Economía y cuyos directivos se investigan por promover grupos de tarea por este tipo de causas.

En cautiverio se sabe que los tuvieron a él y su cuñado, Alberto Martínez Blanco, durante la mañana, pero soltaron a su cuñado antes de que concluyera la hora del mercado. Querían que consiguiera dos millones de dólares. Era viernes y se estaban poniendo nerviosos. Pero aún así, como dijo el empresario: “¡Era imposible conseguir fondos en Estados Unidos en una hora y traerlos a Buenos Aires!”.

Antes de que su cuñado se fuera “empieza una especie de griterío, de reto, adjudicándonos a nosotros que hacíamos subversión económica en la empresa”.

En el lugar había voces de mando, muy duras y totalmente imperativas, dijo. Y otra vez volvieron a acusarlos de subversión económica. “Mi cuñado preguntó qué estábamos haciendo. Y yo le digo a Alberto: esto es un negocio. El que hablaba me dijo ‘muy bien, contador, es un negocio’. Y se llevan a Alberto a otro lado. Me atan con la esposa y del otro lado creo que tenía una cadena. Recuerdo que no podía tocar las manos. Al rato viene lo que yo suponía que era el jefe, el único que hablaba.”

Martínez Blanco salió del lugar a buscar el dinero. Durante la tarde, hicieron un juego de postas en latas, que es lo que se repitió en otro de los secuestros de la banda. Esas para marcar el camino para dejar el dinero.

“Tenía frío, me acuerdo –dijo Tomasevich en su relato–. Me traen un abrigo. Me tapo con eso y me ponen una radio con volumen alto. Logro estirarme y bajo la radio. Un poquito después vino el jefe supuesto y se enojó porque conseguir dos millones de dólares en un viernes a la tarde no era tan sencillo. Así que me dice que mi cuñado se estaba haciendo el tonto. Y me pidió que grite, pero yo a gatas podía respirar.” Las grabaciones de esos gritos se escucharon poco después en los teléfonos o consolas de la financiera.

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Leandro Angel Sánchez Reisse, ex agente del Batallón de Inteligencia 601, es uno de los acusados en el juicio.
Imagen: Gustavo Ercole
 
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