Martes, 22 de septiembre de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Gabriela Cerruti *
Nicolás estiró su mano como en una plegaria y él lo vio.
“Cuando nos miramos a los ojos, supe que todo había cambiado. Para siempre”, me cuenta. Néstor lo miró a los ojos, fuerte, y dobló su cuerpo, y extendió su brazo hasta hacerlo infinito para cazar en el aire ese papelito que Nicolás le alcanzaba.
Nicolás, un cartonero. Un chico de la calle. Había llegado a Moreno, a ese acto donde el Presidente iba a inaugurar una planta de gas, porque su tío, también cartonero, lo convenció. “Andá, andá, éste es un loco lindo al que le gusta tirarse arriba de la gente.”
Y fue. Y le llevó ese papelito donde le dejaba un número de teléfono y un pedido. El, que había nacido en una familia de clase media pero que ahora cartoneaba porque la crisis del 2001 había estallado en su casa como en tantas otras, quería estudiar medicina.
Terminó el secundario, pero no pudo seguir porque todos en su familia se quedaron sin trabajo. Primero cartoneó con vergüenza, me cuenta Nicolás. Después encontró la dignidad de llevar esa plata a su madre. Fue conociendo los códigos de la calle. Y también hizo buenos amigos. Así supo que en la Embajada de Cuba había becas para estudiar medicina. Y eso, un apoyo para conseguir una de esas becas, fue lo que logró garabatear ese día en ese papelito.
Una semana después, dos asistentes sociales llegaron a su casa. Su mamá lo escondió: era un chico de la calle, temía que quisieran sacárselo. Pero no, llegaban de parte de la Casa Rosada. Venían a decirle que habían llamado a la embajada cubana, que tendría su beca para estudiar medicina. “Me gusta creer que fue él mismo el que llamó. A veces sueño con la voz de Néstor llamando a la embajada y pidiendo por la beca para Nicolás”, dice.
Viajó a Cuba, se recibió de médico, se enteró allí de la muerte de Néstor y quiso saludar a Cristina cuando viajó a la isla. No lo dejaron: estaba rindiendo sus exámenes finales.
Conocí a Nicolás hace unas semanas en una noche cubana en Los Chisperos, en San Telmo. Me abrazó, me contó la historia, lloramos. Nicolás es médico, volvió a Buenos Aires, con su novio cubano. Trabaja en Atucha y salió sorteado en el Pro.Cre.Ar. Pronto tendrán casa propia.
Como si todos los símbolos de esta década hubieran decidido encontrarse allí, en su vida. Escuché la historia y pensé entonces en las miles y miles de historias que tejen este sueño colectivo. Porque la universalidad de los derechos es también el uno a uno.
Porque la redistribución de la riqueza es también redistribución de sueños.
Porque los que pintamos paredes alentados por la sonrisa de nuestros abuelos que nos recordaban que los mejores años fueron peronistas, veremos a nuestros nietos pintar otras paredes sabiendo que, también, fueron kirchneristas.
Hace unos días, Nicolás cumplió su último sueño. Quería agradecerle a la Presidenta.
Decirle que la quiere. Decirle que amó a Néstor.
Por eso llegó a la Casa Rosada. Y pudo abrazarla. “¿Ya se casaron?”, preguntó ella apenas los vio. “Qué bueno, vieron, el matrimonio igualitario”.
No fue magia.
Pero fue mágico.
* Legisladora porteña. Nuevo Encuentro. Frente para la Victoria.
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