Miércoles, 7 de octubre de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Martín Granovsky
Cadena sí versus cadena no. Cadena no. Cadena no y no. Hasta la obsesión. Cadena no hasta la cadenofobia. Entonces la fobia es tan tremenda que sobreviene la obturación de los sentidos. Chau novedades. Adiós matices. Y sucede que pasan sin pena ni gloria detalles como los que aparecieron en la cadena número 40 de la Presidenta, la que el miércoles dedicó al lanzamiento del satélite Arsat-2. Surgió en público un costado nuevo de Cristina. La Presidenta habló muchísimas veces de Néstor Kirchner. Lo hace desde su muerte. El 27 se cumplirán cinco años. Normalmente lo menciona con un pronombre personal: “él”. Como si fuera único. Como si todo el mundo debiera saber a quién se refiere. ¿Es una construcción política? ¿Fue una defensa psicológica por el dolor del compañero muerto? ¿Apuntó a construir un mito? Analizar intenciones es un ejercicio interesante en la vida, pero poco útil en la política. Importan más los efectos. La mística del pronombre produjo un impacto. El Kirchner que se fue formando de ese modo resultó también un fenómeno místico.
El miércoles, en cambio, Cristina se preguntó qué sentiría Néstor si viera el segundo satélite argentino lanzado al espacio. Dijo que si el 25 de mayo de 2003, cuando Kirchner asumió, alguien le hubiera pronosticado que la Argentina lanzaría cohetes al espacio, lo habría mirado como a un loco. Dijo Cristina textualmente: “Cuando Néstor pronunció aquel discurso con voz casi trémula...”. ¿Kirchner recordado como un presidente que habla con voz trémula? ¿No es que era “él”? La palabra “trémula” puede entenderse como temblorosa. También como emocionada, como al borde de quebrarse. ¿La voz de un semidiós puede ser trémula? ¿O acaso empezó, para Cristina, otro Kirchner?
De nuevo la tentación irresistible de analizar intenciones políticas y realidades psíquicas. ¿Cristina decidió construir otro Kirchner porque el místico ya cumplió su cometido? ¿Ya hizo el duelo por la muerte? En la entrevista con el periodista Gustavo Sylvestre en Nueva York explicó por primera vez la razón de que nunca más desde el 2010 paró en el hotel Four Seasons. Dijo que sufriría ante el recuerdo de Kirchner allí. Es que Kirchner era un rutinario sin vocación turística. En Nueva York caminaba por un solo lugar: Central Park. Hacía las reuniones en el mismo hotel. Comía sólo en dos restaurantes, Novecento y Bice. Un día después de cenar en Bice se extrañó por la presencia de tantos periodistas en la puerta. Preguntó a uno de sus funcionarios quién había filtrado el dato.
–Vos, Néstor –le dijo el funcionario.
–¿Yo? Si yo no hablo de dónde como.
–No, no hablás. Pero ya viniste acá siete veces con toda la comitiva y todos los autos. ¿Cómo querés que nadie se entere?
Se rió y se fue para el hotel, el mismo de siempre, para hablar de Racing y política, sus dos temas de siempre.
Al comentar la voz casi trémula de Kirchner la Presidenta no solo humanizó otra vez públicamente a su marido. Dejó traslucir mucho de lo que era Kirchner en el 2003: un político débil. Podría decirse esto de muchas maneras. Un político débil con vocación de ser fuerte. O un político fuerte en medio de una situación de fragilidad. Pero mejor es no darle vueltas, porque Kirchner en ese momento era de verdad un político débil que no se engañaba a sí mismo. Menem le había birlado la chance de aplastar en segunda vuelta. El país estaba en default. Apenas contaba con el equipo mínimo para los principales puestos del Estado. No tenía fuerza propia en el Congreso. Y enfrentaba la Corte Suprema de Carlos Menem con una mayoría automática que no habían cambiado ni Fernando de la Rúa ni Eduardo Duhalde.
Contado así, el comienzo de un proceso político de 12 años tiene menos componentes de mito pero adquiere una enorme fuerza historiográfica. De punta a punta los 12 años van desde la debilidad del principio al satélite del final. Hay pocas cosas tan impactantes como un cohete que despega. Se mezclan la fuerza, la potencia, el fuego, la tecnología, el futuro, la fantasía de ser otro país, el trabajo colectivo y la inteligencia. Todo en medio de la incertidumbre. El proyecto entero puede fallar en un instante. Claro que si no falla y todo sale bien, después vendrá la euforia. No es obligatorio que griten todos, o que todos lloren de emoción. Pero, ¿quién es capaz de reprimir al menos una sonrisa de alegría?
A medida que termina su mandato Cristina va redondeando la parábola de los 12 años. Es evidente que no lo hace porque saldrá de la política. Eso no pasará. O bien decidió que humanizará la narración o bien lo hizo sin decisión previa, por simple decantación de reflexiones y emociones. En cualquier caso le aporta al debate la mirada distinta de una protagonista clave. Un testimonio que sirve para reconstruir la historia en todas sus caras.
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