Lunes, 26 de octubre de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Luis Bruschtein
El cambio de Cambiemos fue la prima donna de esta primera vuelta. El golpe de timón del electorado hacia el centroderecha deja un saldo enorme para la reflexión. Después del triunfo apabullante de Cristina Kirchner con un impresionante 54 por ciento en las presidenciales de 2011, la irrupción de las propuestas conservadoras que representan los candidatos de Cambiemos proponen un inesperado giro de 180 grados. Una fuerza política de porteños de clase alta se impuso al peronismo de trabajadores y capas medias bajas en la provincia de Buenos Aires y logró una marca envidiable a nivel nacional.
Las consignas huecas de la antipolítica y la “gente común”, o las cruzadas de honestidad que nunca se compadecieron de su propia gestión en la Ciudad de Buenos Aires ganaron a una porción importante del electorado. Ni siquiera fueron las consignas de la mano dura de Sergio Masa. Hubo en esta elección un voto conservador que provino de sectores populares que ganaron en calidad de vida estos años, que también salió de minorías sexuales o de género que fueron beneficiados por este gobierno, un voto que sedujo a gran cantidad de comerciantes y empresarios que prosperaron en forma considerable en estos doce años. Capas medias que fueron rescatadas de la extinción por este gobierno se volcaron a ese discurso que esconde las viejas políticas que las llevaron al borde del precipicio. Hay un gran gesto de autoflagelación en esos sectores seducidos por un flautista de Hamelín que dijo en la campaña que estaba de acuerdo con todas las medidas que votó en contra.
El problema es que esas medidas que el macrismo combatió fueron las que favorecieron a todos esos sectores que ahora apoyaron al macrismo. Pero esas medidas fueron impulsadas por la fuerza política contra la cual votaron. Se ha escuchado decir públicamente a uno de los economistas referentes de esta corriente ideológica que las paritarias constituyen una práctica fascista. Algo falló en la propuesta electoral del oficialismo si hubo algún trabajador que votó contra las paritarias. El resultado de la primera vuelta de ayer amplía el cuadro de los taxistas porteños que militan por el PRO, sin darse cuenta de que con las políticas económicas de Carlos Melconian, José Luis Espert o Federico Sturzenegger, no tendrían pasajeros para llevar.
El discurso falso naif que usa el PRO con los globos de colores y el break dance en escena es tan artificial, proyecta una falsedad tan fuerte que no deja de sorprender que un sector de la sociedad pueda confundir esa ilusión casi infantil con la realidad de todos los días y no pueda darse cuenta de que allí hay un engaño, que ninguno de los que están en el escenario sonríe eternamente como lo hacen allí arriba, y que ninguno baila ni siquiera en su cumpleaños. Hay un ejercicio de credibilidad primitivo, casi infantil en la interacción entre ese escenario de bailecitos y abracitos y el público que se identifica con él.
Los medios corporativos, que se especializan en relatos, instalaron que era el Gobierno el que generaba un relato mentiroso. Pero hay cosas concretas que no hace falta enumerar. Si hay más o menos pobres, lo real es que hay menos pobres que si no se hubieran aplicado las políticas del gobierno. Y se puede decir lo mismo cuando se afirma que cerraron algunas empresas, porque hubieran cerrado aún más sin las estrategias anticíclicas del Gobierno. Alguien que no ganaba nada está mejor si ahora recibe la AUH. Eso es concreto, no es sanata. Es evidente que ese relato de ilusionista sobre el Gobierno logró imponerse sobre el del mismo Gobierno que trató de apoyarse en bases concretas.
En esa búsqueda de explicaciones, el trabajo corrosivo de la corporación mediática constituye sólo un aspecto. Hay también una yuxtaposición de imágenes y espejismos entre la ciudad de Buenos Aires que gestionó Macri y la provincia que gestionó Scioli. Un partido nunca se juega solo. Siempre hay un adversario que compite y las responsabilidades son compartidas cuando se gana y cuando se pierde. Pero es sorprendente que no se percibiera que el candidato conservador tuviera que reconocer todas las medidas positivas del gobierno al hacer su campaña. Reconocerlas como algo concreto y logrado y no como relato. Y que la fuerza política que encabeza votó en contra de todas esas medidas. Que el candidato que habla de respetar y escuchar ha sido el campeón de los vetos a leyes aprobadas en la Legislatura. Nunca escuchó nada. Que el candidato que habla de libertad de prensa nunca concedió entrevistas a numerosos medios que son críticos de su gestión y manejó la pauta publicitaria favoreciendo a las grandes corporaciones mediáticas en detrimento de los medios más vulnerables económicamente. O que habló de revolución educativa cuando en la CABA disminuyó los presupuestos de educación, y dice que va a construir miles de viviendas, cuando en la ciudad no hizo nada.
Es probable que todo eso no le importe al que lo votó aunque lo sepa. Y que pesen más otros motivos. O que todos esos logros ya se asuman como derechos adquiridos y se visualizan nuevos problemas que los candidatos del oficialismo no han podido expresar.
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