Miércoles, 3 de febrero de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Ianina Lois *
No es una novedad decir que los medios de comunicación suelen fundar su discurso político e ideológico bajo la idea de neutralidad. Tampoco lo es sostener que se presentan como espacios imparciales en los cuales se intercambia información relevante para la vida democrática. Sin embargo, en estos días, luego de varios años donde apareció en la escena pública la disputa social por la voz y la palabra, es necesario recordar que los medios no son solamente formadores de opinión –definiendo hechos y enfoques noticiables– sino también potentes agentes en la configuración de valores y parámetros sociales que definen formas correctas e incorrectas de desarrollarse, relacionarse y actuar en la vida pública (y privada).
A partir de la detención de Milagro Sala, se reaviva la discusión –siempre presente– sobre la forma en que los medios de comunicación dominantes abordan los conflictos sociales. Milagro Sala detenida y presa es la expresión de un conflicto social fuertemente organizado por relaciones de clase, y también relaciones de género y etnia, donde algunos grupos sociales ocupan los lugares hegemónicos y muchos otros los lugares subalternos.
Hace unos años, con otros y otras integrantes del departamento de Comunicación del Centro Cultural de la Cooperación escribimos un libro al que llamamos Prensa en conflicto. Allí analizamos la cobertura realizada por los medios gráfico de ocho conflictos sociales-políticos relevantes en nuestra historia: la Guerra del Paraguay, la llamada Conquista del Desierto, la huelga de conventillos, la Semana Trágica, el bombardeo a la Plaza de Mayo, el Cordobazo, la huelga de 1982 y la masacre de Puente Pueyrredón. En el capítulo introductorio, denominado Discursos en pugna, sostuvimos, entre otras cuestiones, que a la hora de nombrar los conflictos sociales la prensa suele utilizar una expresión dócil y edulcorada de la situación, a la vez que oculta o disimula las condiciones sociales que originaron el conflicto. Se construye un escenario que se ajusta a los propios intereses del medio de comunicación y se configura un discurso donde se presenta como natural, neutral e inocuo el punto de vista editorial.
Si miramos rápidamente –sin rigor analítico ni exhaustividad– las notas que publicaron los diarios nacionales de mayor tirada, surgen a primera vista varias cuestiones. Por un lado, las coberturas ponen el acento en la figura de Milagro Sala en tanto sujeto individual y aislado. Colocan en primer plano al personaje en contraste con un fondo relativamente inestructurado y borroso del escenario social. Milagro Sala aparece como un personaje peligroso, autoritario, violento y agresivo; producto de asociarse a su figura palabras como ilícito –lo que no es legal ni legítimo hacer ni decir–, tumulto –lo relacionado con el motín, el disturbio, la insurrección y la revuelta–, junto con las ideas de fraude y corrupción. A partir del relato periodístico Sala surge como alguien que oculta sus intenciones, una persona a quien temer, una mujer fría y déspota que dirige su organización con mano de hierro.
Su entorno inmediato –el barrio de viviendas en Alto Comedero– adquiere características similares. Es representado como un espacio “eterno y laberíntico”, organizado con rigurosidad militar. Un lugar tenso y hostil a los visitantes (establecidos como el nosotros de la noticia) donde es posible encontrar a un habitante que (nos) habla “mientras, con un fósforo, limpia de los espacios entre sus dientes los restos de hoja de coca que mastica”. En toda la escena se recortan también dos contrafiguras: el gobernador Morales –aquel funcionario que trabaja a partir del diálogo y el consenso, quien hace lo correcto a pesar de las presiones–, y el Perro Santillán –presentado como el dirigente popular genuino y educado–.
Por otra parte, en las coberturas observadas apenas se mencionan al pasar las razones, causas, fines y objetivos de la protesta que impulsa la detención de Milagro Sala; se prescinde de una mirada histórica amplia que dé cuenta de las condiciones de producción, surgimiento y crecimiento de su figura en una provincia como Jujuy. Así, a la vez que se desdibuja la complejidad de la trama social, se la presenta enfáticamente como en tensión. Una tensión que exige tácitamente el pronto retorno a un orden, entendido como el estado normal de la vida social.
En continuidad con las reflexiones alcanzadas en Prensa en conflicto, encontramos que entre las diferentes construcciones periodísticas es posible reconocer algunas persistencias. Las representaciones predominantes, son hoy –y en la mayoría de los hechos históricos mencionados– aquellas donde los conflictos sociales son presentados como una amenaza. La prensa dominante reduce y acota el conflicto a situaciones exhibidas como inverosímiles, disfuncionales y aisladas respecto del desarrollo usual de la vida social, y lo hace mediante una operación –común en todos los casos– en la cual se coloca a quienes no aceptan, discuten y disputan el sentido de las mismas como aquellos que irrumpen y obstaculizan el necesario orden social; a la vez que se los asocia a estigmatizaciones diversas.
Solamente desmantelando estos relatos y rechazando la pretensión de universalidad respecto de la capacidad comunicativa de los diferentes grupos sociales en el espacio público –en tanto expresión de la voz y la palabra– es posible poner en evidencia la falsa neutralidad de estos supuestos, mostrar su contingencia y exhibir la forma en que se presentaron como una disposición natural. Reconocer que el relato periodístico está atravesado por las lógicas del poder, de la inclusión y exclusión, y explicitar su contribución a los cimientos sobre los que se constituyen las desigualdades contemporáneas, las estrategias históricas de diferenciación y producción de asimetrías materiales y simbólicas, sigue siendo la tarea.
* Departamento de Comunicación, Centro Cultural de la Cooperación.
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