Lunes, 14 de marzo de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Al borde de cumplirse los primeros cien días de gestión macrista y si es cosa de saber cómo va el partido entre las medidas generales del Gobierno y la asimilación o reacción social, pueden encontrarse dos respuestas que no son contradictorias.
La primera contestación, a estar por la unanimidad de las encuestas y la ausencia total de grandes manifestaciones públicas que enfrenten el andar feroz del oficialismo, dice que éste va ganando, casi, cómodamente. Esa ventaja para Macri & Asociados sería más plácida aún si se toma nota de las desproporciones entre el galope inflacionario o la ola incipiente de desempleo, ya arribada al sector privado, y una tolerancia popular capaz de llamar atención de muchos. La segunda respuesta afirma que, en verdad, el partido ni siquiera empezó. Reconoce que el Gobierno está adelante en la previa porque viene de racha; porque el rival tiene un vestuario complicado plagado de internas y camarillas, a la espera de algún director técnico que ponga orden; porque el equipo –que entonces no es tal– no tiene poder ofensivo. Pero advierte eso de que la disputa por los puntos no arrancó. Una leyenda política estableció a los cien días iniciales de gestión como la frontera adecuada para trazar una percepción más o menos correcta de pericias y debilidades. Está claro que durante este lapso, si quiere tomarse un parámetro para la positiva del bloque dominante, el macrismo demostró no ser la Alianza que ungió presidente a De la Rúa. Fueron por todo de entrada. Gobernaron a puro DNU, sin preocuparse en lo más mínimo por explicar necesidades ni urgencias. Subidos al revanchismo que ancló en el discurso ganador de un Estado plagado de vagos y corruptos, echaron y siguen despidiendo empleados públicos sin una sola justificación documentada que muestre el rango de ñoqui crónico de una sola persona. Descabezaron la ley mediática con una impunidad alucinante, que se prolongó con los favores desregulatorios al emporio amigazo. Intentaron colar por la ventana a dos jueces para la Corte Suprema, sabiendo pegar primero a fin de que, ahora, consigan al menos uno, si no los dos. Ya hablan de algún tipo de retorno al sistema previsional privado, y suspendieron la moratoria previsional que vence en septiembre. Eso significa que los trabajadores en edad de jubilarse desde entonces, pero sin los aportes de empleadores que no los registraron, se verán impedidos de lograr el beneficio: fue nota de tapa de este diario anteayer y todavía no hubo reacción alguna. El Gobierno es ayudado por el peronismo en sus franjas convencionales de toma y daca para acomodar negocios y estructura de poder. Y por la desorientación del núcleo K que no previó la derrota sino hasta las semanas previas al ballottage, que justamente por eso se encontró con una escena desacostumbrada para la cual no estaba preparado en absoluto y que continúa aguardando la reaparición efectiva de su jefa. Quienes permanecen en la trinchera ideológica y políticamente más firme son objeto del ninguneo o la difamación constantes, como si fueran y se tratase de figuras y ciclo inclusivo acabados para siempre.
Es cierto que ese clima da para desanimarse, visto desde aquellos que encarnaron, aprobaron, militaron, con mayor o menor énfasis, la experiencia progresista terminada, en su ejercicio gubernamental, el último 10 de diciembre. Pero una mirada estrictamente de coyuntura puede engañar, valga lo obvio. El caso del dramático arreglo con y respecto de los buitres es un buen ejemplo, o quizá el mejor. Si hubiera la consulta popular que pretenden impulsar la izquierda más radicalizada y el bloque del Frente para la Victoria, sería factible que una mayoría de la población aprobase el acuerdo. A ojímetro, más allá de alguna encuesta que así lo ratifica, se suman la necesidad de esperanzarse con lluvia de crédito e inversiones externos y el temor por un país cercado, carente chances de crecer o siquiera aguantar, si eso no se da. Las tropas de gobernadores, Pichettos, Bossios y Cía., con su llamado a la responsabilidad institucional de no poner palos en la rueda, hacen su aporte para que se sienta así. Sin embargo, y sobre todo, no es un tema de repercusión masiva ni mucho menos. Que vayan a emitirse bonos por 15 mil millones de dólares para pagarle a la usura internacional, sin contar la altísima tasa de interés que devengarán, la hipoteca sobre nuestro largo futuro, y lo muy incierto de que a cambio haya un maná de confianza crediticia e inversora, no es un conjunto temático que ocupe el podio de las inquietudes o preocupaciones populares. ¿O acaso lo fueron, en su lanzamiento, el destino de explosión inevitable que tenían la tablitas de Martínez de Hoz, la de Machinea, el uno a uno de Cavallo, el megacanje? Si lo hubieran sido, habría implicado que se tenía la fuerza política y social para repeler esos anuncios y contrarrestar su aplicación. No había esa fuerza y, ahora, daría la impresión que tampoco. Pero sí hay la diferencia de que esta vez se viene de doce años demostrativos de haberse podido otra cosa. No es una potencialidad desquiciada. Está dormida, o hasta groggy. En otras palabras, es un proceso de combustión que la derecha gobernante puede controlar, por vía represiva, más el alargue de su victoria mediática y la fragmentación peronista. ¿Se sostiene eso a mediano plazo? ¿O se le va de las manos? ¿Cuánto dura la contribución de la prensa aliada o mandante si cambia la temperatura social? ¿Y cuánto el astillamiento peronista y de los sindicatos, si cesantías, suspensiones y parates productivos se generalizan y explican que el ajuste no es sólo para el sector público? Así como el kirchnerismo sufre la ausencia de Cristina, ¿tiene Macri, o Cambiemos, la capacidad de liderazgo para timonear situaciones de complejidad extrema? Con desdén, y con razón, voceros periodísticos gubernamentales sostienen que los kirchneristas se quedaron sin arraigo en el andamiaje territorial, parlamentario y gremial del peronismo, aunque conservando ciertas dosis de capacidad movilizadora. Una buena acotación tal vez pasara por preguntarse cuál de esos dos aspectos es más significativo, porque movilizar no está al alcance de cualquiera y más todavía cuando las papas quemen. En cambio, los tejes y manejes con las tribus sectoriales pueden ser tan pan para hoy como hambre para mañana. El peronismo es una máquina de acceso, conservación, adecuación y recuperación del poder. De acuerdo a como le vaya cayendo la ficha en cada una de esas alternativas, sus alianzas internas y externas nunca lo son en forma permanente. Como los principios de Groucho Marx, digamos.
Por el momento, parece que los dramas laborales se remiten a ñoquis del Estado y ámbitos periodísticos donde aventureros, varios, dejaron un muerto que sólo era sostenible con pauta publicitaria oficial. Siempre con la inestimable contribución mediática, se relega que los despidos en el sector privado ya suman alrededor de 70 mil, entre enero y febrero pasados, según los diversos estudios conocidos en estos días y a través de los cuales se estima que la expectativa de creación de nuevos empleos es prácticamente nula. Si lo primero pudiera adjudicarse en buena parte a la “pesada herencia”, no cabe hacerlo con el combo de devaluación e inflación que restringe consumo y mercado interno como motores de la economía y cuando, como si fuera poco, todavía no se sintieron los alcances del brutal reajuste en las tarifas de luz, más el que falta en los servicios de transporte público. Construcción, textiles, comercio, petróleo, son rubros testigo de presente y horizonte. Y saltan en consecuencia las patas cortas de cargarle al empleo público la causa de, virtualmente, todas las penurias.
Ante la muerte de Aldo Ferrer, este medio publicó, entre otros, un texto dedicado a su memoria por la Asociación de Economía para el Desarrollo de la Argentina. Resalta allí que Ferrer “explicó como pocos que el desarrollo es mucho más que el crecimiento, que el endeudamiento sólo es un atajo hacia la próxima crisis, que las naciones se levantan a partir de sus propias capacidades; que debemos saber defender nuestra industria, pero al mismo tiempo exigirles a nuestros empresarios que inviertan y sean protagonistas de nuestro progreso tecnológico. Supo hacer del Estado y las políticas públicas un espacio de construcción, una herramienta para impulsar proyectos de vanguardia y adelantos. Muchos lo recordarán por su ‘vivir con lo nuestro’; su particular manera de alertarnos que el bienestar no se importa, se construye fronteras adentro. Nosotros preferimos recordarlo con su propuesta de trabajar para ‘sustituir nuestro futuro’; es decir, escaparle a la condena que impone ser proveedores de recursos naturales y apostar por construir una matriz productiva integrada (...) y para integrarnos al mundo sin resignar salarios ni empleos (...) También nos marcó con su ejemplo cuando supo contraponer a la peor crisis de la Argentina, que nos agobiaba con su miseria y exclusión, una bocanada de esperanza, con sus aportes al Plan Fénix. Y no dudó en acompañar las políticas que a partir del 2003 permitieron la recuperación productiva y del empleo, la ampliación de derechos sociales y la inclusión, a pesar de provenir de otro espacio político”.
Ferrer llegó a vivir estos primeros meses de restauración conservadora con plena lucidez intelectual, al punto de haber brindado entrevistas en las que otra vez alertó sobre el repetido choque contra la misma piedra. Y eso no pierde vigencia. Eso no se muere.
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