Lunes, 28 de marzo de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mempo Giardinelli
Si es impresionante cómo el Gobierno y los grandes medios le mienten a la sociedad, la verdad es que también impresiona, y duele, comprobar cómo gran parte de los argentinos tragan inadvertidamente tantas galletitas envenenadas.
Acaso por esa ingenuidad ancestral de todos los pueblos, y la cual León Gieco definió hace años como “la pobre inocencia de la gente”, sorprende que hoy tantos compatriotas simplemente contemplen, despreocupados y algunos hasta felices, cómo la mitad del país, si no más, padece nuevamente un histórico e inesperado retroceso en prácticamente todos los órdenes.
El desempleo y la inflación ahora sí desenfrenada (no como se propagandizó los últimos años) más el endeudamiento feroz que se nos viene y la nueva pérdida de soberanía que van a consagrar en pocos días más diputados y senadores genuflexos, van a hacer estragos con el pueblo argentino. Por lo menos la mitad del cual no parece advertirlo ni preocuparse mucho.
Materia para estudios sociológicos, se dirá, o paradojas del sentido común o lo que se quiera. Lo cierto es que el presente argentino implica ya, de hecho, el retorno en muchos aspectos a los viejos, malignos tiempos de la dictadura.
Claro que no necesariamente lo anterior significa que la dictadura retorne, ahora triunfante gracias al voto mayoritario. Pero sí hay que reconocer, aunque duela, que la ingenuidad de mucha gente manipulada mediáticamente parece haber consagrado, contra sus propios intereses, a quienes siempre, históricamente, fueron sus verdugos políticos, económicos y sociales. Razón tuvo Luis Puenzo, la semana pasada, cuando dijo que “en este momento el poder de represión son los medios”.
Los medios y sus arcángeles contemporáneos, esos otrora periodistas respetables, algunos incluso intelectuales agudos, que hoy, y pareciera que por los altísimos salarios que han de percibir, son capaces de decir y escribir todo tipo de falsedades. Algunos distorsionan los Derechos Humanos, y los más se relamen con las aún no probadas ni juzgadas corruptelas de los señores López y Báez, mientras protegen con silencios absolutos los ya añejos procesos contra el presidente del Banco Central y el ministro de Economía por montos infinitamente mayores.
La restauración neoliberal por vías democráticas es, ciertamente, grave. No se puede negar. Pero es también verdad que los programas de ajuste siempre, en todos los tiempos y todas las sociedades, más temprano que tarde son rechazados por los pueblos. Los desastres estructurales que impuso la dictadura no fueron del todo restañados en tres décadas democráticas, pero hubo avances notables. Y si a la larga el devenir de la humanidad es esa lucha de tensiones, hay buenas razones para la esperanza. Porque nos asiste la Historia, ese frondoso muestrario de que los conservadores, los retrógrados, los neoliberales y los reaccionarios de toda laya, a la larga, siempre, siempre, son los que pierden. No hay avance social que no sea resultado de la lucha contra los recalcitrantes. Las leyes sociales argentinas, la educación pública, el divorcio, la resignificación de los derechos humanos, el matrimonio igualitario y todo lo que se enumere, tuvo antes, y en contra, a casi todos estos mismos que hoy gobiernan esta república.
Cierto que alarma que las mayorías populares no visualicen completamente los daños, todavía. La pobre inocencia de la gente quizás no advierte aún la gravedad de los desguaces en Cultura y en la Biblioteca Nacional. Quizás no ven las consecuencias desastrosas de la eliminación del Programa Conectar Igualdad y del Plan Fines, por ejemplo. Ni parecen comprender, todavía, que luchar contra la corrupción no es bandera de justicia cuando está en manos de contrabandistas sobreseídos duchos en negocios familiares y con amigos.
Pero en el corazón del pueblo argentino y de las mayorías silenciosas, ingenuas o no, siguen estando las grandes conquistas irrenunciables: el desarrollo y la equidad social de los últimos años, el desendeudamiento y la creación de un sólido mercado interno que traccionaba emparejamientos en la distribución de los ingresos, los salarios y las jubilaciones que corrían por encima de la inflación, las paritarias libres y muchos otros logros, no son semillas que el viento esparce, ni caen en el olvido.
Claro que es lamentable y duele el presente ominoso que vive nuestra nación. Como duele comprobar que tantos logros hayan sido tan precarios que en pocos meses y una sola maldita jornada se fuera todo al tacho.
Todo análisis, hoy, es complejo. Pero con la verdad ni se ofende ni se teme, postulaba Artigas. El macrismo y el PRO siguen desguazando todo a una velocidad y con una falta de pudor que dejan chiquitito al mismísimo Sr. Menem, pero las enunciadas más arriba acaso sean perspectivas que sería bueno tener en cuenta de cara al futuro.
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