Lunes, 11 de julio de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Nadie previó que la escena política del Bicentenario sería la que es.
Los festejos patrios, al menos para los retratos oficiales, suelen remitir precisamente a esa palabra. Festejo. A secas. La versión escolar y edulcorada de la historia, sin embargo, había encontrado en los últimos tiempos un sentido bastante más profundo que la simple enunciación de una épica intachable, generalizada, a cargo de unos héroes a quienes se despojaba de toda caracterización política para sumirlos en un relato blanco, sin enfrentamientos ideológicos de fuste, sólo preocupados por metas emancipadoras. Bastaría recordar lo que fue en 2010 la esencia otorgada al 25 de mayo, pero no solamente por la masividad callejera de su celebración sino, y sobre todo, porque sus protagonistas fueron resaltados desde el lugar verdaderamente crítico o liberador que ocuparon en su época. El Bicentenario de hace seis años se llamó Moreno, Belgrano, Castelli, Monteagudo, y habrá, que vaya si los hay, quienes digan que aquello y tanto más formó parte de un relato sesgado, del que se apropió el kirchnerismo para construir una realidad que no era más que la suya con el único objeto del festín de los corruptos. Aun cuando ese argumento gorilísimo se tomara como válido, lo que no puede negarse es que la historia está ahí para provocarnos, para propender al desafío intelectual, para que no nos resulte indiferente que los hombres y mujeres de nuestra historia tienen fondos distintos, intereses distintos, combates distintos. Este Bicentenario, en cambio, ¿en qué consistió oficialmente? En nada o, mejor dicho, en nada que no sea la entrada de la bandera de ceremonias, cantar el himno, pronunciar palabras de circunstancia, producir unos actos folklóricos y mandarse a guardar. Se pretende que no hay conflicto que valga, que la grieta no es inherente a la lucha entre los proyectos oligárquicos y los populares y que así no se puede seguir, como si no hubiera lo mejor que nos hace seguir así so pena de convertirnos en una masa de desentendidos. Este Bicentenario se formateó como la necesidad de que no haya diferencias entre los argentinos, lo cual es políticamente más perverso que toda intención adjudicada al denominado relato de la gestión anterior. Si un festejo patrio es a-ideológico no hay nada que festejar.
En el último libro de Felipe Pigna, Manuel Belgrano, el hombre del Bicentenario, está la cita de un artículo que La Gaceta publicó el 1 de septiembre de 1813 y que el prócer había escrito años atrás pero sin pasar la censura del período colonial. Belgrano dice allí que “la indigencia en medio de las sociedades políticas deriva de las leyes de propiedad (…) De esas leyes resulta que (…) se han elevado entre los hombres dos clases muy distintas; la una dispone de los frutos de la tierra y la otra es llamada, solamente, a ayudar por su trabajo la reproducción anual de sus frutos y riquezas, o a desplegar su industria para ofrecer a sus propietarios comodidades, y objetos de lujo, en cambio de lo que les sobra. (…) Los socorros que la clase de Propietarios saca del trabajo de los hombres sin propiedad, les parecen tan necesarios como el suelo mismo que poseen. (…) El imperio, pues, de la propiedad, es el que reduce a la mayor parte de los hombres a lo más estrechamente necesario”. En sus Escritos económicos, Belgrano escribe que “tenemos muchos libros que contienen descubrimientos y experiencias que los antiguos y modernos han hecho en la agricultura, pero estos libros no han llegado jamás al conocimiento del labrador y otras gentes del campo. Si se conociese por todos, la cantidad de frutos aumentaría (…) siendo una parte considerable de las riquezas del Estado. Ahora, pues, si la riqueza de todos los hombres tiene su origen en la de los hombres del campo, y si el aumento general de los bienes hace a todos más ricos, es de interés del que quiere proporcionar la felicidad del país que los misterios que lo facilitan se manifiesten a todas las gentes ocupadas en el cultivo de las tierras, y que el defecto de la ignorancia, tan fácil de corregir, no impida el adelantamiento de la riqueza”. ¿Dónde quedó, por caso, este Belgrano, este hombre del Bicentenario, en este festejo del nuevo relato oficial de una historia descafeinada que reincorporó los desfiles militares? Es apenas un botón de muestra de lo que nos quitan, para nunca agregar nada que no sea la aceptación mansa de los protocolos de clase. Ya nada debería ser disruptivo, en el nuevo manual de la gente PRO ensimismada con el anti. Ese anti que consiste en mostrar a cuando estábamos mejor como el solo producto de una banda de delincuentes, tras lo que se esconde –para todo ciego político– el señalamiento del progresismo como delito ideológico.
Tomadas algunas novedades de estos días, se advierten con facilidad ese semblante y ese objetivo del oficialismo. Si una Cámara Federal frenó el tarifazo de gas en todo el país, habrá que esperar a que la Corte decida que las víctimas de este curioso gradualismo deben admitirlo por las buenas o por las malas. Hay que pagar lo que se robaron, dicen los atildados referentes macristas con una violencia, despectiva, cuya simpleza verbal es tan bruta como lo serían sus conocimientos de economía si es que quieren anclar ahí la justificación del saqueo. Pero no es eso. No son brutos. Son brutales. Saben perfectamente que los tarifazos allegan recursos escapados por otras vías, que son la misma. Quitaron todas las retenciones al complejo agroexportador con la salvedad gradual de la soja, liberaron al mercado de cambios permitiendo una fenomenal fuga de divisas, desataron un alud de importaciones que está liquidando todo el esfuerzo de los últimos años por reconstituir el mercado interno. El verso perpetuo, para sostener esta avanzada de los sectores más concentrados de la economía, es el de la copa de los ricos que derramará hacia abajo. También da pudor reiterarlo, pero sería más vergonzoso no hacerlo por buscar originalidad analítica. Están sacados y sacando de abajo y del medio porque confían en tres cosas: a) que la imagen del pasado reciente, estructurada con la ofensiva mediático-judicial, es todo lo fuerte que debe ser como para que a nadie se le ocurra pensar en más que la herencia recibida; b) que una paupérrima recomposición del poder adquisitivo, gracias al impacto de paritarias junto con alguna inyección de fondos por la denostada obra pública, les dé margen de resignación social; y c) que la estampida política opositora, con el peronismo astillado en por lo menos tres fragmentos, les permita seguir dibujando impresión de ser única alternativa. La ausencia de un liderazgo combativo, en atención a c), o el hecho de que el único existente, Cristina, está refugiado en la defensiva, amplía los aires y posibilidades triunfalistas del bloque dominante. Se advierte reacción social, sectorial, vecinal, pero al no tener correlato político es inorgánica. Y el horizonte gremial, aunque cada tanto muestra las fauces, también favorece al Gobierno. La semana pasada se cerró el reparto de fondos para las obras sociales sindicales y eso amainará los reclamos porque, ya se sabe, la muchachada de la CGT es muy sensible al estado de la caja en primerísimo lugar. Si hubiera un movimiento adverso con dirección política sería diferente, pero no lo hay.
Estos días dejaron asimismo la imagen horripilante de una patota que entró a la redacción del periódico Tiempo Argentino, cooperativizado por sus trabajadores, destrozando sus instalaciones. La policía acompañó a los bandidos, no virtual sino concretamente. Más que ninguneado por los medios hegemónicos, el hecho fue descripto como la consecuencia de un mafioso que se habría alzado con los restos del grupo Szpolski-Garfunkel cual efecto, a su vez, de los pandilleros empresariales en quienes el kirchnerismo depositó mediáticamente la construcción de su relato. Si una observación de esa naturaleza –que tiene aspectos veraces– se impone sobre la condena y el espanto liso y llano, quiere decir que el odio y la sed de venganza son más potentes. Pero faltaba que se sumara Macri calificando a los integrantes de la cooperativa Por Más Tiempo como “usurpadores”. Y Macri lo hizo. Lo dijo. Como precisó el comunicado de prensa de los violados, consta en un acta firmada en el Ministerio de Trabajo, bajo administración de Cambiemos, que los trabajadores tienen “la custodia” del inmueble, a raíz del estado de abandono dejado por los responsables de la empresa Balkbrug SA. El presunto dueño y testaferro de Szpolski, Juan Mariano Martínez Rojas, ingresó en la madrugada del lunes junto a unos veinte fascinerosos, destruyeron parte de la redacción y de los estudios de Radio América pero el problema, según Macri, no fue ése sino que los laburantes son usurpadores. La dimensión simbólica de esta animalada es terrible. Cualquier excusa –plata de los servicios, corrupción sistémica, que Szpolski fue candidato a intendente K– fue más relevante que la pornografía de una banda tenebrosa amedrentando periodistas. Ese sello se ignoró o relegó. Como se ignoran y relegan los tantos signos represivos que pueden adquirir la forma de un Estado que debía limpiarse de ñoquis para después decir que hubo errores y excesos, de una Justicia persecutoria que inventa mucho más de lo que prueba o de unos medios que instalaron la lógica del ojo por ojo y diente por diente.
Más tarde o más temprano, aunque por lo visto haya que tener paciencia y más acción popular, reaparecerá alguna variante política que canalice el descontento y la rueda vuelva a girar en dirección positiva. Eso también lo enseña la historia.
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