EL PAíS › OPNION
Metralla de la canalla
Por Rafael Bielsa *
Canallas hay, los hubo y los habrá. Una de sus especies más refinadas es aquella integrada por individuos que con un dato de la realidad construyen un capitolio a la falsedad. Quien entre en el sitio web de la Cancillería argentina (www.cancillería.gov.ar) y busque mis antecedentes, podrá leer: “1981 - Asesor del Honorable Congreso de la Nación”. De esa referencia, un cardumen de canallas esparce la versión de que trabajé en la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL), el órgano normativo de la dictadura. En otras palabras, que fui un colaboracionista.
La realidad es bien distinta. Exiliado en España, mi padre intentó tramitar su pasaporte para visitarme. Como el documento le fue retenido, a través de sus relaciones tuvo acceso al prontuario. En razón de que somos homónimos, el legajo que le exhibieron en primera instancia fue el mío, que culminaba con una alentadora frase: “Integrante de la BDT –Banda de Delincuentes Terroristas– Montoneros, prófugo en España”.
Por si a mí me hubiese quedado alguna duda, para mi padre mi regreso a la Argentina era una tragedia. Así las cosas, viajó a Madrid el discípulo de mi abuelo, Roberto Enrique Luqui, creador del Sistema Nacional de Informática Jurídica, y me ofreció trabajar en él, dándome algunas garantías de seguridad. En esas condiciones regresé a mi país. Mi primera entrevista en la patria fue con el coronel Luis Alberto Sarmiento, enlace del Ejército en el Ministerio de Justicia, quien me dijo: “Usted puede quedarse, pero yo no puedo darle seguridades ni siquiera en el caso en que cruce un par de sopapos por la calle”.
Como el Ministerio de Justicia de la Nación no tenía todavía presupuesto, fui contratado por algunos meses por el Congreso, asignado a la tarea de construir un diccionario jurídico en la calle Bartolomé Mitre 2085, donde funcionaba la Comisión de Ordenamiento Legislativo, que compiló la base de datos normativa que aún puede consultarse (www.saij.jus.gov.ar).
Es posible que la canalla no esté en aptitud de distinguir una “O” de una “A”, y con ligereza sostenga que trabajé en la CAL en lugar de la COL. Pero aun en ese caso se trata de una mentira, dado que tampoco allí presté servicios sino que sólo tenía la oficina en dicho lugar físico. Pero esto no es todo. No sólo conservo el contrato original sino que también un cuaderno de tapas rojas donde anotaba los antecedentes de muchos compañeros (a los que accedía por mi trabajo en el Ministerio de Justicia), que en algunos casos pudieron volver, porque no los reclamaban las fuerzas del orden, y que en otros fueron aconsejados por mí para que no lo hicieran, porque de lo contrario peligraba su vida. Entre los primeros, la canalla puede conocer los nombres de Jorge Devoto, Arturo Gandolla, Héctor Mauriño, Raúl Magario, Carlos Molina, Marcos Lohlé, Eduardo Epsztein, Claudia Peiró, Jacinto Gaibur o Héctor Gambarotta, sólo por mencionar unos pocos. También el inolvidable “Negro” Edgardo Suárez, el “Cuerudo” de “Juan Moreira”, quien ya no está entre nosotros.
No propongo a la canalla hacer las consultas del caso, porque aquellas personas defienden no hablar con miserables. Sólo por curiosidad me gustaría saber qué hacían ellos mientras de día yo lidiaba con voces leguleyas y de noche me ocupaba de salvaguardar, en la medida de mis posibilidades, la vida de quienes me habían acompañado en sueños, exilio y sangre derramada.
* Canciller argentino.