EL PAíS › OPINION
La especialidad de la casa
Por Eduardo Aliverti
Al cabo de una de las semanas políticas informativamente más pobres de los últimos tiempos, no puede hacerse mucho más que apuntar a dos noticias del área económica y señalarlas como ratificatorias de que ése será –ya es– el exclusivo campo donde habrá de dilucidarse el rumbo definitivo de este gobierno.
Ni la interna del Partido Justicialista; ni la ausencia casi total de una oposición efectiva, o siquiera visible; ni el renovado conflicto con los grupos piqueteros; ni nada que se quiera espiar o imaginar del horizonte argentino alcanzan la dimensión de los hechos y decisiones que afectan a la economía. Se acalló, inclusive, la polémica permanentemente espasmódica sobre la inseguridad (quizás originado, ahora, en la súbita desafinación que sufrió el instrumento Blumberg, al cabo de sus repulsivas referencias al caso Bordón). Cómo estará de vacío el debate político que en estos días pretendió llenárselo, además de las características del envío de tropas a Haití y el levantamiento y reposición de dos programas del Canal 7, con los destinatarios que habría tenido la homilía del jefe de la Curia en el Tedéum del 25 de mayo. El monseñor Jorge Bergoglio no hizo más que amontonar una aburrida serie de lugares comunes y oraciones alambicadas; pero bastó ese lenguaje críptico para que, tratándose de uno de los príncipes más importantes de la Iglesia local, se desatara una discusión ridícula en torno de a quiénes les dijo sus cosas.
En medio de ese movimiento noticioso abundantemente paupérrimo, metieron la nariz dos cuestiones llamadas a tener una repercusión mucho mayor que la obtenida hasta ahora. Una es el incremento de divisas que se les retiene a los exportadores de gas, y el otro la determinación oficial de mejorar la oferta a los acreedores privados de la deuda en default. Son informaciones que pueden verse con tanto de sentido contrario como de concurrentes. Por un lado el Gobierno mete un guiño a la izquierda y afecta la renta de algunas corporaciones energéticas, mientras que a la par concreta por derecha y da marcha atrás con su otrora intransigente propuesta de quitar el 75 por ciento al endeudamiento original con los bonistas. Se les pagará más de lo que se dijo y se les dijo. Tanto como 5 años del Plan Jefas y Jefes. Por el otro lado, hay coherencia contable: si se pagará más afuera hay que recaudar más adentro.
A salvo de contradicciones y rebusques en las mesas de negociación, queda claro que es la crisis de la deuda la que le fija las condiciones al Gobierno y no al revés. De un tiempo a esta parte cambió aquella percepción kirchnerista de que ponerse duros con los acreedores salía gratis porque no había nada que perder. Aparecieron la emergencia energética, la caída en el precio de la soja y el tembladeral en Brasil. Y eso significa que la recuperación económica y el dichoso superávit de las cuentas públicas dejaron de estar en el piloto automático que se suponía.
No es cuestión de cargar todas las tintas en el oficialismo porque ningún gobierno está a salvo de avatares e imprevistos. Pero sí debe decirse que hubo una confianza desmedida en el escenario favorable, local e internacional, que acompañó a la Argentina tras la implosión de diciembre del 2001. Haber asomado un pelo en el cuarto subsuelo después de haberse caído al quinto fue visto como una hazaña económica y social cuando objetivamente no había ni hay mucho más que, casi, una “evolución” obvia. Todo este tiempo, según parece estar claro o empezar a estarlo recién hoy, no fue aprovechado para empezar a diseñar un auténtico cambio de modelo, sustentado en un programa de desarrollo y en la reactivación genuina delmercado interno. Mientras sonreían las mieles de la soja y no hacía falta prender la vela para que el invierno fuese de temperaturas normales, no sólo el Gobierno sino el grueso de esta sociedad fueron ganados nuevamente por el exitismo pasajero y apenas una ínfima minoría de observadores advirtió y alertó que la frazada era corta.
Todavía se está con viento a favor para pensar a lo grande, y más aún con una gestión que cuenta con el apoyo, o la esperanza, de las mayorías populares. Pero esa especialidad argentina de dejar pasar las grandes oportunidades hace que la alarma suene otra vez.