EL PAíS
¿Quién será el Judas?
Argentina anunció que votaría contra Cuba en Ginebra por el tema derechos humanos. Lo que falta es saber quién presentaría la moción, rol que cumplieron los checos en los últimos tres años. EE.UU. opera activamente para que el que “entregue” a los cubanos sea otro país latinoamericano. Los matices de la bronca en La Habana.
Por Miguel Bonasso
La bronca del canciller cubano Felipe Pérez Roque contra el gobierno de Eduardo Duhalde por el anunciado voto negativo de Argentina contra Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra es apenas la punta de un iceberg político-diplomático que no desdeñaría un autor de novelas de espionaje al estilo de John Le Carré. El ataque .-medido, pese a todo– de Pérez Roque es una jugada de ajedrez dirigida contra una incógnita: qué país suplantará a Checoslovaquia y patrocinará dentro de pocos días la condena contra la isla, por presuntas violaciones de los derechos humanos. “Judas”, en el código de algunas conversaciones diplomáticas.
La dura crítica contra la cancillería que conduce Carlos Ruckauf podría operar en este sentido como un curarse en salud. Los cubanos saben que Estados Unidos está fabricando “un Judas” latinoamericano y no quieren que sea ningún país con peso en la región. Si descartan, por diversas razones que ya se verán después, a México, Venezuela, Colombia y Brasil, el único de los grandes con posibilidades de venderse por treinta dineros sería la conflictuada Argentina. Una condena propiciada por uno de los cinco grandes de la región sería un éxito diplomático para el secretario de Estado, el afligido general Colin Powell.
El gobierno de Praga, que ya propició durante tres años consecutivos la condena de La Habana, no quiere seguir poniendo la cara. Aun para un dramaturgo de éxito como el premier checo Vaclav Havel, más de tres representaciones de la misma comedia pueden estragar el gusto de los espectadores.
En un primer momento Washington apostó fuerte a la “doctrina del converso” y acarició la idea de que México, cuya cancillería está conducida por el ex marxista leninista Jorge Castañeda, podría abandonar su histórico respaldo diplomático a la Isla, para encabezar la condena ginebrina. Los hechos parecieron darle la razón cuando, hace pocos días, Castañeda propició –con desafortunadas declaraciones formuladas en Miami- que disidentes cubanos asaltaran la embajada azteca en La Habana. Más grave aún fue la presión de México para que Fidel Castro se retirase antes de tiempo de la fallida cumbre de la ONU en Monterrey. La cancillería mexicana negó que las presiones sobre el líder cubano hubieran existido y Fidel, a través del Granma y Juventud Rebelde, salió a desmentirlos, anunciando que tenían pruebas del apriete y podían exhibirlas.
De paso, La Habana sacó a luz la triste parábola de Castañeda, que a comienzos de los setenta quería entrenarse en Cuba para ir a pelear en El Salvador y en el 2002 aparece como fiel seguidor del secretario de Estado norteamericano. La revelación de los cubanos (a través del Granma y Juventud Rebelde) sepultó las aspiraciones presidenciales de Castañeda, que desertó de las tiendas del centroizquierdista Cuauhtémoc Cárdenas y su Partido Revolucionario Democrático (PRD), para convertirse en uno de los auxiliares principales del actual presidente, el centroderechista Vicente Fox, un ex gerente de la Coca Cola que logró poner fin al imperio del PRI, intocable durante setenta años.
Algo deben conservar los archivos cubanos, porque el canciller mexicano en vez de replicar airadamente como es su costumbre guardó prudente silencio y luego negó, igual que su presidente, que México pensara votar contra Cuba y menos aún ser el patrocinador de la condena. Castañeda, además, es hijo y fue consejero de un canciller homónimo que prestó servicios durante el gobierno priista de José López Portillo y no desconoce que Tlatelolco (como se denomina a la cancillería azteca) supo ganar prestigio durante décadas por mantenerse fiel a los principios de no intervención, autodeterminación y respeto a la Cuba revolucionaria.
Además de México, Estados Unidos tenía otras cartas y las miradas de George W.Bush y Colin Powell se dirigieron hacia el Perú, un país quehasta ahora no ha votado contra Cuba en la ONU, para que ocupara el puesto que dejaban vacante los checos.
El viernes último, precisamente, el canciller cubano Pérez Roque repartió entre los corresponsales extranjeros acreditados ante el gobierno cubano un extraño texto, escrito en inglés y atribuido al gobierno del “Cholo” Alejandro Toledo. La autoría del comunicado, que repite puerilmente los argumentos norteamericanos contra el gobierno cubano, fue negada categóricamente por la cancillería limeña. Pérez Roque exhibió el desmentido de Perú como trofeo ante los atónitos corresponsales que no podían entender cómo la primera potencia de la Tierra apelaba a trucos tan burdos y fugaces.
Menos expertos que Castañeda y los peruanos, aunque aún más deseosos de quedar bien con el Hermano Mayor, Carlos Ruckauf, el vicecanciller Martín Redrado y el embajador argentino en Washington, Diego Guelar, imaginaron cándidamente que Washington abriría la bolsa de los créditos del FMI para Argentina, a cambio de que el Palacio San Martín se convierta en ese “Judas” que el Departamento de Estado busca con verdadera desesperación hasta caer en la torpeza de fraguar documentos.
Ignorando incluso la correlación de fuerzas dentro del Parlamento y el propio Partido Justicialista, apuraron al presidente provisorio para que se sumara a la condena antes de lo necesario; varios días antes de la votación y antes aún de que hubiera un texto de condena para discutir y respaldar. Lo que Pérez Roque llamó una “condena virtual”. Como se sabe, hubo un proyecto en el Senado, aún no tratado por diputados, para que Argentina se abstenga como Brasil en la votación de Ginebra. Descartes deduciría que un presidente como Duhalde, elegido por la asamblea legislativa, no podría pasarse por la entrepierna una decisión del Parlamento, pero la política argentina no suele ser cartesiana.
Cuando La Habana escuchó el anuncio intempestivo de Eduardo Duhalde, salió a pegarle duro, aunque con ciertos matices respecto a su antecesor Fernando de la Rúa, que no escapan a los observadores de las lides diplomáticas. En primer lugar, el que blandió el hacha fue el canciller y no el propio presidente Castro, lo cual baja algunos decibeles la catilinaria. Tal vez, los decibeles imprescindibles para negociar que Argentina no sea el patrocinador de la condena, el temido Judas. En segundo lugar no se habló esta vez de “lamebotas” y “cucarachas” sino de “serviles” y “genuflexos”, una distinción que al ciudadano de a pie puede parecerle superflua, pero que no deja de valorarse en términos diplomáticos.
De momento, como lo recordó el canciller cubano en su explosiva conferencia, hay solamente tres países de América Latina que anticiparon su voto en contra de Cuba: Costa Rica, Uruguay y Argentina. El primero, según Pérez Roque, sólo trata de venderle chilled beef al Imperio; en Uruguay los torturadores andan por las calles y Argentina nunca se vio a nivel hemisférico en tan escasa compañía. Si Castañeda es prudente y se allana a lo que le aconseja su propio presidente Fox, México se abstendrá, una postura que La Habana siempre ha considerado positiva dadas las presiones de Washington. Brasil, según su costumbre, hará otro tanto. Colombia, pese a estar en renovada guerra con las FARC, también se sumaría al campo abstencionista. Venezuela, ya lo ha dicho, votará a favor de Cuba. Y es probable que Chile, que el año pasado votó en contra, este año decida abstenerse, como parece desprenderse de un reciente anuncio de su presidente Ricardo Lagos.
En ese marco cuesta creer que el Palacio San Martín acepte convertirse en Judas, sin ninguna garantía, además, de llegar a ver los treinta dineros.