EL PAíS
“Era una líder, tenía carácter y también tenía ideas nuevas”
Murió ayer a los 89 años Catalina Guagnini.Fue dirigente de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas.
Por Victoria Ginzberg
Peleó todas las batallas. En su juventud, fundó el primer centro de estudiantes de La Plata. Estuvo en la Junta de la Victoria contra el nazismo y en las comisiones de apoyo a los republicanos contra Franco, fue dirigente de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas y militó gremial y políticamente. Catalina Guagnini murió ayer a los 89. Permaneció lúcida hasta el final.
Cata, como la conocían todos, se incorporó a Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas después de la desaparición de dos de sus tres hijos, Luis y Diego. A diferencia de otras madres que sufrieron la violencia del terrorismo de Estado de la forma más terrible, su pérdida no significó el descubrimiento de la militancia. Sí marcó el que se convirtiera en una de las líderes del movimiento de derechos humanos, al que consideraba con la dimensión política que otros actores descubrieron más tarde. Pero su práctica trascendió a esas organizaciones.
Comenzó a militar en el Partido Comunista y fue miembro del Comité nacional del Partido Obrero. En 1983 fue candidata a vicepresidenta por esa agrupación, en la que siguió participando hasta que cumplió 85 años. Sólo la debilidad física la alejó de allí y de la sede de Familiares, donde sus compañeros la veían trabajando ocho o diez horas por día.
“La lucha por el juicio y castigo a los responsables del genocidio y el Partido Obrero perdieron a una de sus militantes más lúcidas, abnegadas e infalibles. La lucha a la que consagró su vida continúa”, señaló ayer el PO en un comunicado que hizo para recordarla.
Casada con Omar Guagnini, químico y docente universitario –que falleció hace casi diez años– Cata fue docente durante décadas. Se retiró, cuando la echaron, como inspectora de escuelas. Y tenía el carácter y el dedo índice de una inspectora. Nunca se quedaba callada.
Cuando los militares de la última dictadura fueron a su casa en búsqueda de sus hijos y le preguntaron, con la inquisición propia de los mandaderos de la última dictadura, qué clase de madre era que no sabía dónde estaban, no se acobardó. “En todo caso qué clase de hijos son ellos que no le dicen a la madre”, retrucó.
Luego, como otras mujeres, se encontró con un grafitti en la puerta de su casa del barrio de Boedo que la identificaba como “madre de terrorista”. Tampoco se amedrentó. Al contrario, se sacó una foto en la fachada que en ocasiones mostraba a quienes la visitaban. Como recuerdo de sus hijos, atesoraba sus primeros pares de zapatos porque consideraba que eran una símbolo del momento en que se habían independizado de ella.
“Nacen líderes cada miles de años y ella era una líder. Era predominante en todo lo que hacía. Tenía carácter, capacidad de pensar, trabajar y ordenar y también tenía ideas nuevas”, la recordó Mabel Gutiérrez, de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas.
Laura Conte, del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), aseguró que “fue una mujer coherente con sus perspectivas socialistas de toda la vida. Tuvo mucho que ver con lo que ella pensaba que tenían que ser las mujeres. No era contestataria sino lúcida. Todos los organismos de derechos humanos tuvieron una cabeza que fue perfilándose como inspiradora. Ella fue, en parte, el alma de Familiares”.
Jorge Altamira, líder del PO, relató que la conoció como “una gran madre de familia que luego se transformó en una gran organizadora de la lucha por los desaparecidos”.
Carlos Zamorano, de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, destacó su representatividad: “Su opinión tenía peso por la fuerza con que defendía sus ideas, anteriores a la tragedia. Discutía con respeto pero de manera férrea. Decía que tenía todo el derecho a expresar pensamientos distintos a los de sus hijos y esto no quería decir que no luchara con todas sus fuerzas por ellos y por todos, porque ella pedía por la vida y la libertad”. En ocasión de un homenaje a los periodistas desaparecidos, como lo era su hijo Luis, Cata definió: “Ser periodista implica asumir un compromiso con la verdad, con la época y con los destinatarios de la información. Para esto se requiere: inteligencia para deslindar la complejidad de los sucesos, claridad para que la información sea entendida y se vuelva útil al pueblo, solidaridad para anteponer los intereses de la sociedad al mero beneficio personal y valor para llevar a cabo la exposición de la verdad”. Este año cumplía noventa y seguía leyendo el diario todos los días. Se resistía a ser atendida por un médico porque quería llegar al final rodeada de sus cosas y en paz. Hace un mes compartió una comida de casi todos sus nietos, sus dos bisnietos y un tercero que está en camino. Será cremada el miércoles a las 10 de la mañana en el cementerio de San Isidro.