EL PAíS
Gutiérrez Alea, el cineasta que le puso imágenes a la revolución
Un especial que emite hoy Canal (á) recorre la vida del director cubano que pensaba el cine como un instrumento crítico de las sociedades.
Por Oscar Ranzani
Desde que la Revolución impulsó profundos cambios en la sociedad cubana, el cine fue uno de los pilares de la renovación cultural. Una de las figuras emblemáticas de la cinematografía de la Cuba post-revolucionaria fue el director Tomás Gutiérrez Alea quien, luego de recibirse de abogado y de intentar suerte con la pintura, la música y la magia, le dedicó su vida a su verdadera vocación. Concretó como director una docena de largometrajes y unos veinte documentales. “Titón”, como lo llamaban sus amigos, defendía la Revolución, pero cuestionaba la burocracia estatal. “Hay que defender la necesidad de la crítica como una necesidad de la Revolución para sobrevivir”, decía el cineasta. “Si no tomamos conciencia de nuestros problemas, no podremos resolverlos. Para el desarrollo de la Revolución es fundamental la crítica de la Revolución. Y esto no puede confundirse con darle armas al enemigo”, enfatizaba. El especial que emitirá Canal (á) hoy a las 17 dentro del ciclo “Ciudad natal” recorre su filmografía, al tiempo que intenta indagar en su pensamiento, valiéndose de testimonios de su viuda, la actriz Mirta Ibarra.
En 1959, el primer decreto ley de orden cultural que sancionó la Revolución dio nacimiento al Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), del cual Gutiérrez Alea fue miembro fundador. El primer largometraje de ficción financiado por el Icaic fue Historias de la Revolución (1960), pensado, en principio, para cinco episodios autónomos sobre la guerra revolucionaria contra Batista. Pero sólo se produjeron los tres pertenecientes a Titón. El primero de ellos, El herido, narra el asalto al palacio presidencial en 1957. El segundo, Rebeldes, contiene un dilema ético surgido de un interrogante: ¿qué postura se debería tomar en caso de que un compañero de lucha cayera herido de muerte? Santa Clara cierra la trilogía y se basa en la batalla que desembocó en la toma de la primera ciudad grande conquistada por el ejército revolucionario.
Luego de narrar el argumento de Muerte al invasor (1961) y de Las doce sillas (1962), el especial se detiene en 1966, año de estreno de La muerte de un burócrata. Este fue uno de los primeros films que causó irritación en el gobierno por su cuestionamiento a la burocracia estatal. En la película, un hombre es enterrado con su carnet de trabajador y su sobrino necesita recuperarlo para que la tía pueda cobrar la pensión. “Si hay algo que Titón tenía muy claro es que el cine debía servir como instrumento crítico y, a su vez, ser criticado”, señala Mirta Ibarra. “Mientras yo haga una crítica desde adentro de la Revolución, hay una diferencia muy grande con una crítica para destruir como la que hacen los Estados Unidos. En cambio, mi crítica busca que no perduren los problemas del socialismo para que la gente se concientice de que hay que eliminar esos problemas. Porque ninguna sociedad que no critica se desarrolla”, recuerda Ibarra con entrenada memoria las palabras que solía decir su marido.
La obra cumbre del cineasta cubano es Memorias del subdesarrollo (1968), basada en la novela de Edmundo Desnoes, donde combina el documental con la ficción. Allí da cuenta de un burgués que no quiere irse a Miami con su familia, pero tampoco se identifica con la sociedad revolucionaria. Para Ibarra, el protagonista de la película le permite mostrar al director “lo que estaba pasando en Cuba. Pero yo creo que la película trasciende la isla. Se hace un film universal porque muestra también todo lo que es el subdesarrollo en Latinoamérica y lo que es el mundo subdesarrollado”.
El éxito comercial recién le llegó en 1993, con Fresa y chocolate. Gutiérrez Alea, ya enfermo de cáncer, la dirigió junto a Juan Carlos Tabío, al igual que su última película, Guantanamera, que se estrenó en 1996, año de su muerte. En ese film volvía a denunciar la burocracia, con la famosa escena de un ataúd recorriendo toda Cuba.