ESPECTáCULOS › JOAN MANUEL SERRAT INAUGURO ANOCHE LA FERIA DEL LIBRO 2002

“Los libros son objetos hermosos”

El catalán mantuvo un jugoso diálogo con el escritor y humorista argentino Roberto Fontanarrosa, ante una multitud que desbordó la sala y sus alrededores. Durante la ceremonia, fueron abucheados los políticos y funcionarios presentes.

 Por Roque Casciero

“Con el libro uno viaja, acumula conocimientos y ejercita el cerebro, porque tiene que poner colores y matizar gestos en la imaginación”, dijo anoche Joan Manuel Serrat en el complicado y concurridísimo acto inaugural de la 28ª Feria Internacional del Libro. El músico catalán participó de una charla con su amigo Roberto Fontanarrosa, en la que ambos se dedicaron a repasar nostálgica y graciosamente los sucesivos pasos en su relación con la lectura. Como síntesis, bien valen las palabras del escritor y humorista rosarino: “Trato de transmitirle a mi hijo el hábito de leer, no porque quiera que sea un intelectual, sino para que se divierta, se informe y se sienta acompañado en cualquier lugar dónde se encuentre, como me pasa a mí”.
La sala José Hernández desbordaba anoche de gente: más de 1800 personas habían saturado su capacidad. Con el lugar atestado, todavía quedaba afuera una cola de más de 400 metros, lo que habla del interés que había generado la presencia de Serrat: allí había otras 3 mil personas. Al principio, el cantante se ubicó en la primera fila de asientos, junto con Fontanarrosa y el jefe de Gobierno porteño Aníbal Ibarra. Mientras la mayor parte del público cantaba “Olé, olé, olé, Nano, Nano”, unos cuarenta fotógrafos se arremolinaban alrededor. Después del Himno Nacional, Hugo Levín, presidente de la Fundación El Libro, pronunció un encendido discurso durante el cual afirmó que la Feria era “casi como un palacio entre las ruinas”. “Esta Feria es un acto de resistencia ante un Estado que persiste en su indiferencia, que sigue sin comprender que el libro es uno de los pilares fundamentales de la cultura.” Rubén Stella, secretario de Cultura de la Nación, había preparado un discurso para el acto inaugural, pero la rechifla que generó la mención de los políticos presentes lo hizo desistir. Su discurso (ver aparte) fue a parar a uno de sus bolsillos.
Después de las palabras de Levín, comenzó entonces el diálogo entre los dos invitados de honor. Serrat abrió el fuego contando que había aprendido a leer en la calle. “Pero en la calle de verdad”, aclaró. “Aprendí así porque mi maestra, que también era mi vecina, venía a buscarme a casa y me llevaba a la escuela. Y en el camino me enseñaba. Después, en los tranvías, aprendía leyendo las marcas de pastillas y de supositorios. Debo confesar que esa maestra fue mi primer amor. Y también que después la abandoné por una bicicleta.” Fontanarrosa eligió ponderar el rol de las peluquerías en la formación del hábito de la lectura. “En ese sentido, creo que son más importantes que las bibliotecas, aunque todo el mundo sepa de la biblioteca de Alejandría y nadie recuerde una peluquería de esa ciudad”, disparó. La explicación del humorista fue que, cuando era chico e inquieto, ir a la peluquería era como enfrentarse a “un abismo de aburrimiento”, pero que entonces aparecía “el alivio de la lectura”. Y recordó entonces las tres revistas que nunca podían faltar en una peluquería de entonces: El Gráfico, Patoruzú y Patoruzito. Para un hombre de la historieta y la narración costumbrista (que a menudo abreva en el fútbol como materia prima), esas no deben de haber sido influencias menores.
Puesto a rememorar historietas (o “tebeos”, como se los conoce en España), Serrat hizo referencia al papel de buenos o malos que tenían, durante el franquismo, los personajes de acuerdo con su nacionalidad. “Los americanos eran buenos y los rusos, malísimos. Los alemanes eran algo especial. Cuando luchaban contra los rusos, eran buenos; si peleaban contra los americanos, entonces eran malos.” Fontanarrosa habló entonces de un autor que hizo una historieta “sin buenos ni malos”, Héctor Oesterheld: “Cuando uno tenía acceso a narraciones como ‘El Eternauta’, eso le abría una graduación de jerarquía con respecto del resto de las historietas. Y, a su vez, eso generaba curiosidad por otra clase de escritura”. Más tarde recordó a la colección Robin Hood, con sus libros de Salgari y Jack London, y confesó jocosamente que, aunque había escrito algunos, sentía fastidio ante los prólogos, porque sentía que le impedían llegar al relato.
Si de confesiones se trataba, Serrat no quiso quedarse atrás y contó que empezó a leer poesía por amor a una chica fanática de Gustavo Adolfo Becquer. “Aprendía los poemas de memoria porque era como una forma de tenerla cerca cuando no estaba”, remató. Fontanarrosa dijo entonces que no era lector de poesía y que había aprendido a apreciarla por cantautores como el propio Serrat. Y se abocó a apoyar la teoría de que la fantasía supera a la realidad. Su ejemplo fue Emilio Salgari, quien nunca salió de su ciudad, pero que creó un mundo imaginario en la India gracias a los relatos que escuchaba de boca de marineros. “Total, ¿quién iba a desmentirlo si nadie iba a la India?”, se preguntó. “Como escritor, uno explota mucho eso, pero me di cuenta de que hay que cuidarse cuando me llegó un texto de Salgari sobre la Argentina. El tipo decía que los gauchos andaban con cascabeles en los pies para espantar a las serpientes y que ante una tormenta dudaban sobre levantar o no un rancho para guarecerse. Entonces, uno empezaba a dudar sobre la veracidad de lo que Salgari escribió sobre la India.” Sobre el final, Serrat habló de las “nuevas ventanas al conocimiento” que abre la lectura y dijo que los libros son, además de otras cosas, “objetos hermosos”. “Si hasta hay gente que lo ofende comprándolo por metro para embellecer una biblioteca con sus lomos, imaginen lo hermoso que es el libro”, remató irónicamente.

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Serrat, ovacionado, se trenzó en un diálogo muy poco académico con Roberto Fontanarrosa.
 
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