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Una pintura barroca
Por José Natanson
Ex militante de izquierda convertida a la socialdemocracia republicana, a lo largo de su vasta trayectoria intelectual Beatriz Sarlo nunca militó en el PJ, lo que no le impidió en más de una oportunidad intentar abordajes diversos sobre el peronismo, sus momentos y sus figuras emblemáticas. El último número de Punto de Vista, la revista que dirige desde hace 27 años, incluye un artículo que compara al peronismo con una pintura barroca.
El artículo se titula “Doble óptica: un intento (más) de observar el peronismo”, y tiene como eje el doble foco permanente y multidimensional sobre el peronismo.
El primer plano de esta dualidad es el institucional, la capacidad del peronismo de despreciar y al mismo tiempo respetar a las instituciones, sin decidirse nunca del todo. “La relación con las instituciones republicanas es inevitablemente problemática y, más aún, impositiva, prepotente, hegemonista. (El peronismo) actúa, en tramos de relativa calma, como si lo natural de la temperatura política fuera la crisis”, sostiene Sarlo.
Otro plano doble es el de la construcción política. “Mejor que ningún otro partido, el peronismo maneja las dos escalas de la política: la perspectiva populista moderna de implantación territorial y organización material, y la mediática y encuestológica”, asegura la autora. Y –como es una intelectual lúcida, capaz de introducir matices y suavizar sus propias tesis– a continuación agrega una consideración: “La opinión que fluctúa en las pantallas televisivas es considerada como el techo del discurso político posible. Y sin embargo los que pueden aspirar al liderazgo, como Kirchner, pasan por encima del ectoplasma político de la televisión para proponer temas en los que no se estaba pensando intensamente, como sucedió con los derechos humanos en el comienzo de su gobierno”.
Siguiendo con la línea del doble foco, Sarlo se refiere a las permanentes tensiones internas del PJ. “Kirchner-Reutemann, Kirchner-Duhalde, Kirchner-Solá son parejas amigas y enemigas de un drama barroco, no de una tragedia clásica. Por lo tanto deben ser observadas con dos ópticas: la de las contradicciones del día a día y las de su despliegue en periódicas resoluciones. La dramaturgia de contradicción no puede ser tomada literalmente como anuncio de un conflicto irresoluble. Esto no quiere decir que sea un mero efecto de superficie, una especie de decoración del ejercicio del poder; por el contrario, como toda buena dramaturgia barroca está cargada de sentidos interpretables, llena de desvíos y de cambios súbitos de dirección”.
Para Sarlo, esta dualidad repetida –republicanismo/hegemonismo, construcción mediática/construcción territorial, enfrentamientos coyunturales/perspectiva de largo plazo– no toca sólo algunos aspectos del peronismo, sino que ofrece un protocolo para observarlo.
El famoso cuadro barroco Los embajadores de Holbein, que genera efectos de visión según el lugar de donde se mire habilita la comparación final. “El reconocimiento del doble foco, lejos de restablecer el principio de equilibrio, obliga a una visión entrenada en lo doble: junto al movimiento expansivo de los derechos sociales en los años ’40 y ’50, la indolencia para fundar una base sólida de capitalismo argentino; en paralelo con una feroz reforma económica y social, durante los ’90, la capacidad de retener viejos apoyos al tiempo que conquistar, fugazmente, nuevos sectores; y hoy, mientras se pide acatamiento en la cima del Ejecutivo, se manipula la Ley de Presupuesto y se cuenta con la ampliación de poderes, también se avanza sobre la corrupción judicial o se instituye un discurso sobre derechos humanos que no se escuchaba, en el Estado, desde mediados de los ochenta”. Pero la clave de todo el asunto es que Sarlo considera que esta dualidad permanente no es positiva. No es la tensión entre dos opuestos que quedarán superados por un tercero, o la capacidad de dudar para finalmente elegir lo mejor. “Lejos de establecer un equilibrio tranquilizador que toma lo bueno y rechaza lo malo de la representación, el doble foco es inescindible y produce –como en el cuadro barroco de Holbein– la incomodidad de una percepción a la que no está permitido concentrarse porque, en ese momento mismo, dejaría de ver.”