EL PAíS › OPINION

Dos propuestas concretas

Por Alberto Ferrari Etcheberry

Recorrí lo que rodea República Cromañón (así, con eñe, porque así se llama, aunque la mentalidad de señora gorda de La Nación insista con “Cromagnon”) en la mañana del 2 de enero. Luego volví dos veces. Leo mis apuntes de esa primera visita. En el paredón del ferrocarril hay muchos afiches de boliches similares, a más de Cromañón: Penélope, Metrópolis, Popularísimo, Sancamaleón, Cemento, Almafuerte, Mi Club, La Trastienda. Anoto: “¿La Trastienda? El dueño es Jorge Telerman, el vicejefe de gobierno porteño. Seguro que hoy mismo habrá un gentío pidiéndole que explique este negocio ya que debe conocerlo muy bien”. El afiche que más llama la atención es negro con letras blancas. Se lo nota muy reciente. Está en todo Once y dice: “Al Jefe de Gobierno doctor Aníbal Ibarra. Basta de corrupción... Bronco Disco, en O’Brien 1160, Constitución, con autorización para 960 personas recibe a 5000 y mucho más allá de las 4, la hora máxima... ¿Qué se espera otra puerta 12, otro Kheyvis?”. Firma una “Fundación Alfa Más”. Sobre las vallas que cortan el paso en Ecuador y Mitre ya está instalado un santuario. Leyendas: “Vivir sólo cuesta vida”. Imágenes: Jesús, Che, vírgenes, algún santo, gauchito Gil, Chicos Callejeros, Redondos. Banderas de Chile, Bolivia, Paraguay, Perú junto a flores, botellas de agua y de cerveza, zapatillas, cartas, versos, fotos, pedidos de justicia.
Muchos observan en silencio. Otros discuten. Ninguno comenta el afiche de fondo negro: ¿otra puerta 12, otro Kheyvis? Recorro el barrio de la plaza Once que, rebautizada Miserere hace más de medio siglo, ha logrado mantener su nombre pese a las generalizadas destrucción y suciedad. La vieja Recova y la estación son un símbolo: en la roña de esta corte de los milagros, ¿quién puede pretender respeto para un sistema cuyo símbolo, el Congreso, está a diez cuadras? Sobre Ecuador, frente a la plaza y al lado de una terminal de colectivos, está Latino 11, del que es habitué el taxista santiagueño que me trajo: “Se baila y es tranqui, no como Cromañón”, explica. La habilitación es la misma, según dijo un funcionario en el maratón televisivo del 1º de enero: “Salón de baile con número vivo”. ¿Esto habilita un recital? El funcionario explica que los dueños “se amparan” (sic) en una norma poco clara... Renunció Juan Carlos López.
Desde las vallas de Jean Jaurès y Mitre observo Cromañón, un local que es parte del edificio del hotel Central Park, que ocupa los pisos de arriba del boliche. Al lado hay un hotel alojamiento que hace esquina y se extiende unos 40 metros sobre Jean Jaurès. Siguen dos edificios y luego una playa de estacionamiento abierta que al fondo se amplía debajo de un edificio y comunica con Cromañón y con el Central Park y que es la salida de los autos que ingresan al hotel por Mitre. Trato de entender: ¿por qué no salieron por aquí, por qué otra puerta 12, otro Kheyvis?
Vuelvo al frente de Cromañón. No lo puedo creer: la puerta de acceso es de las de enrollar de hierro. “Se bajaba luego de comenzar el espectáculo”, me explicará luego un policía. Al lado está la otra puerta que parece ser la que los bomberos trataban de forzar: abre hacia adentro. “Cuando conseguíamos unos centímetros de apertura aparecían manos desesperadas y aumentaba la presión en contra”, dice el policía. Al lado de esta puerta está el ingreso al estacionamiento del Central Park sobre el que, informan, da la puerta de emergencia de Cromañón, ese día cerrada con candado y alambres.
Como en todos los lugares públicos, boliches, bares, agencia de juegos y hoteles vecinos que vi en mi recorrida, las puertas de Cromañón (y no importa si son de emergencia o no) abren hacia adentro. De haber abierto hacia afuera, en el sentido de la salida de la gente, la presión la hubiera abierto sin dificultad. Es imposible que una muchedumbre aterrorizada pudiera abrir esa puerta hacia adentro. Nada nuevo: las puertas que giran hacia adentro, facilitando el ingreso y no la salida, son la norma general en Buenos Aires. Nadie pone sobre el tapete esta cuestión elemental. ¿En qué otra ciudad las puertas de los lugares públicos se abren hacia adentro? ¿Dónde van en contra de la salida de la gente? Leí que acá es obligatorio que las de emergencia abran hacia afuera. Las salas de teatro y cine tienen puertas vaivén que, imagino, deben responder a alguna ordenanza antigua, nacida cuando aquí se pensaba, antes de la “política” basada en las encuestas.
En Londres (y toda Gran Bretaña) cualquier local con capacidad para 50 personas tiene la obligación de tener puertas de acceso que abran hacia afuera y, además, puertas de emergencia cuya ubicación no coincida con las de acceso. En Nueva York es igual. En materia de política urbana todo está inventado y es estúpido pretender descubrir América.
Propongo al señor intendente y a los concejales (borgeanamente creo que el nombre en este caso define la sustancia) que impongan ya mismo, antes de seguir discutiendo, dos medidas elementales que más de 200 chicos hubieran agradecido:
1) todas las puertas de los lugares públicos deben abrir hacia afuera;
2) en todos los lugares públicos debe colocarse hacia la calle y bien visible (al lado de donde muchos ponen el menú o las ofertas, por ejemplo) esta información: capacidad, fecha de la habilitación, permisos individualizados, fechas de las inspecciones municipales y de bomberos, y los otros datos necesarios para que el usuario sea responsable de sus actos.
La publicidad es la esencia de la república. El respeto a las personas y a su capacidad de discernimiento justifica la democracia. El resto es verso. O una apuesta a otra puerta 12, a otro Kheyvis o a otro Cromañón.

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