EL PAíS
En bambalinas, Chacho ve el fin de un modo de hacer política
Un retrato de qué piensa el ex vicepresidente sobre Zamora, Carrió y las asambleas, la crisis del peronismo y el parasitismo radical. El futuro y la autocrítica ante el nacimiento de una nueva política argentina.
Por Susana Viau
Según sus allegados, el ex vicepresidente Carlos “Chacho” Alvarez observa con interés y cierta expectativa un fenómeno que la clase política registra con recelo y considera su bestia parda: la proliferación de asambleas populares y cacerolazos nacidos en los barrios luego del 19 y 20 de diciembre. Esa nueva presencia, afirman sus amigos, va en el sentido de lo que durante mucho tiempo pareció ser una preocupación que no podía ir más allá de los límites de lo cultural: el agotamiento de una manera de hacer política.
En esa misma línea, sostienen, Alvarez ve como un factor oxigenante e, infieren, con cierta identificación, a Luis Zamora y sus implacables intervenciones en la Cámara de Diputados. Zamora, con quien Alvarez ha mantenido una relación cordial, es el gran censor de un esquema desgastado, minado por el amiguismo, las componendas, los intereses particulares y maniatado sin remedio por las presiones de los grupos de poder. Cuentan que Alvarez suele recordar con simpatía que el dirigente de Autodeterminación y Libertad se resiste hasta a mantener una charla de café con sus adversarios del recinto y nunca deja de tratarlos de usted, la forma en la que un hombre de talante cordial busca blindarse en un medio hostil. Cree, en síntesis, que esa figura y desde otro ángulo -aunque con menos críticas a sus pares y menores cuestionamientos al sistema institucional– Elisa Carrió pueden expresar y canalizar el alto grado de descontento popular.
Esas afinidades, afirman en su entorno, no son súbitas: Alvarez evalúa que alguna similitud hay entre aquello que imaginó tras su alejamiento del gobierno de la Alianza y definía como un movimiento de participación ciudadana, y los sucesos que rodearon, precipitaron y siguieron a la renuncia de Fernando de la Rúa y Adolfo Rodríguez Saá. Entonces intuía que la transformación de la política implicaría una ruptura y llegaría desde fuera de los carriles tradicionales. Para el ex jefe del Frente Grande ese proceso de deslegitimación había dado sus primeras señales de existencia durante las elecciones de la primavera pasada, cuando el voto en blanco y el voto impugnado resultaron los grandes triunfadores y Zamora y Carrió iniciaron su carrera ascendente. De acuerdo con las infidencias de sus amigos, en aquel momento en la cabeza de Alvarez martillaba la ilusión de que desde alguna plataforma progresista se levantara esa manifestación de rechazo, sustrayéndosela así a una derecha ultramontana que la había desnaturalizado desde sus medios de comunicación.
Esos mismos íntimos agregan que, sin embargo, hay indicios serios de que en la soledad del cuarto oscuro, el voto de Alvarez bien pudo haber ido a engrosar el 10 por ciento obtenido por Zamora. Para el ex vice, el 19 y 20 de diciembre con su secuencia de cacerolazos en la Plaza de Mayo a lo largo de casi dos meses, fueron la maduración de un largo hartazgo y el retorno a escena de una participación masiva abortada mucho antes, tal vez con el “Felices Pascuas, la casa está en orden” que sugirió en entrelíneas dejar la solución de los problemas políticos en manos de los profesionales. Alvarez, explican, más allá de los presumibles deseos de un gobernador bonaerense apremiado por el incendio en sus territorios, desecha por tanto la hipótesis de una conspiración solapada y destinada a derrocar al presidente. “Si De la Rúa estaba hablando a las siete de la tarde y yo desde mi casa ya estaba escuchando las cacerolas”, citan para graficarlo.
Volcado a las clases, a la lectura, al encuentro con su gente de confianza, Alvarez tendrá siempre un ojo puesto en la actualidad. Y como transmite el mínimo entorno, sospecha que esas jornadas sellaron la suerte del radicalismo, reduciéndolo a un rol parasitario y dejando rengo un estilo de alternancia al frente del Estado muy similar al que habían consolidado en Venezuela adecos y copeyanos. Cree, por otra parte, que el peronismo sobrevive gracias al formidable vigor de su aparato y su peculiar afincamiento territorial, si bien ninguno de los dos factores lopone a salvo de la quema. Sin grandes candidatos para la futura batalla electoral que, no obstante, puede ganar, el PJ atraviesa, de acuerdo al diagnóstico, la peor crisis de sus cincuenta años de historia. Duhalde, imagina, tratará de cumplir cueste lo que cueste los plazos fijados porque el fantasma de un abandono anticipado del poder y su efecto estigmatizante obsesionan a la política. En el 2003 los grandes intereses económicos acabarán encontrando expresión en el referente que el PJ haya designado.
Dados sus reducidos lazos con el mundo de la política, detectar en qué andan las elucubraciones de Alvarez no es tarea sencilla. Se sabe que este tiempo ha sido de análisis y reflexiones y, agregan sus amigos, también de autocríticas. ¿La renuncia? No estaría allí para el ex vice el nudo de su error: al tomar la determinación ya sabía que no le quedaban jugadas buenas y sería enjuiciado tanto por hablar como por callarse. ¿Haberse ido solo permitiendo que el Frepaso permaneciera? Tampoco. Hubiera sido dar pasto a quienes buscaban convertir a su fuerza en el chivo expiatorio del fracaso. En tren de revisiones, sus dudas apuntan, sobre todo, al apresuramiento, a la construcción a marcha forzada de una Alianza genéticamente frágil.
En cuanto a sus antiguos compañeros, ya casi no los ve. Todos acuerdan, no obstante, en que las disidencias no han minado el afecto por Juan Pablo Cafiero. Con quien sí mantiene Alvarez un diálogo fluido es con el tucumano José Vittar, cabeza del grupo de diputados del Frepaso que resolvió integrarse al ARI como corriente interna, una alternativa por la que ya se había decantado su mujer, Liliana Chiernajowsky. La única pregunta que su círculo no sabe responder es, precisamente, la fundamental. Nadie se atreve a sacar conclusiones y vaticinar si la actividad política volverá a estar en agenda de Alvarez alguna vez. Es más, coinciden en que su antiguo dirigente corta de cuajo cualquier intento de avanzar sobre la cuestión. “¿Quién puede ponerse a discutir cómo se vuelve cuando lo que la gente está pidiendo es ‘que se vayan todos’?”, dicen que dice.