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Su atención, por favor
Por Martín Granovsky
El avión de American Airlines debe volar de Dallas a Washington. Fue cansador pasar los tres controles del aeropuerto. Molesto sacarse las zapatillas para que un inspector revisara el aire de la suela en busca de explosivos. Pero son reglas de juego. Nadie protesta. Después del ataque a las Torres Gemelas, volar en avión significa entregarse mansamente a la seguridad con la disciplina de un perrito en una veterinaria. Pero siempre hay sorpresas. ¿Por qué tarda en salir este vuelo si ya está despachado, nadie habla por celular y, su atención por favor, todos hemos puesto el respaldo de nuestros asientos en posición vertical?
–Señores pasajeros –se escucha la voz del comisario de a bordo–, el comandante ha quedado dentro de un retén de seguridad del aeropuerto. Cuando llegue saldremos. Disculpen la demora.
Todos sonríen, resignados. No hay una sola queja. Queda tiempo para volver a los diarios, que rezuman el inconfundible olor de la preparación militar masiva. Irak, no caben dudas, será el próximo blanco.
Los Estados Unidos reales que sugieren analizar Arturo Valenzuela y Joseph Tulchin no parecen, estos días, los más flexibles de la historia. Se asemejan, más bien, a un ejercicio de poder crudo, sin vueltas, con pocas mediaciones, en una permanente lógica de guerra. Efectivamente si, como dicen Tulchin y Valenzuela, no hay política definida hacia la Argentina, si la política debe ser deducida de estrategias para otros sitios del planeta, la Argentina se entiende bien interpretando la política en Medio Oriente, leyendo los comunicados del Departamento del Tesoro o, como en Dallas, transitando aeropuertos.
Un solo dato para el conflicto árabe–israelí. En ningún momento Bush redujo la ayuda militar al régimen de Ariel Sharon, ni amenazó seriamente con hacerlo cuando el enfrentamiento estaba en su peor fase. Puede ser falta de política, pero solo en su sentido retórico. El mantenimiento de la ayuda fue un hecho.
El Tesoro no se anda con vueltas. Página/12 pudo saber que en temas financieros incluso los europeos se disciplinan ante Paul O’Neill como si fueran paisuchos.
En todos los Estados Unidos prima una combinación de vida cotidiana absolutamente normal, estimulada ahora por la noticia del crecimiento del 5,8 por ciento de la economía en el primer trimestre, con la sensación de la guerra. De la guerra contra Bin Laden, y también del estado de guerra masiva y permanente al estilo de la que podía palparse en el momento más álgido del enfrentamiento con la Unión Soviética.
Para salir de Washington rumbo a Miami, el check in dura unos 15 minutos por persona. No solo el equipaje de mano pasa por los rayos X. Desfila el equipaje que va a bodegas, con el añadido de que uno debe pararse frente los inspectores para responder preguntas. En el aeropuerto Ronald Reagan, una moderna construcción junto al Río Potomac, el altoparlante repite a cada rato las aburridas normas de seguridad. No deje nada tirado, no abandone sus valijas, no proteste si una revisión las arruina. Soldados varones y soldados mujeres en ropa de combate pasean con sus fusiles al hombro como solo se veía antes en el aeropuerto de Tel Aviv. Un cartel advierte: “Recuerde que en todos los vuelos que salen de Washington deberá permanecer sentado los primeros 30 minutos después del decolaje”.
¿Tienen algo que ver las negociaciones argentinas con el FMI y este país en guerra? Naturalmente. Si la Argentina hace depender toda su política interna de las tratativas con el Fondo, solo conseguirá hacerse más visible. Y al hacerse más visible quedará más sujeta que antes a la proporcionalidad con que la Argentina existe en Washington: primero la guerra; y lejos, muy lejos, la crisis argentina, que también quedará sometida a una lógica de amigo-enemigo. Una lógica que por definición carece de los matices necesarios para enfrentar una crisis económica.