Jueves, 2 de marzo de 2006 | Hoy
EL PAíS › EL PRESIDENTE INVITO A URUGUAY A SUSPENDER LA CONSTRUCCION DE LAS PAPELERAS
Al inaugurar la Asamblea Legislativa que da comienzo a las sesiones ordinarias del Congreso, el presidente Néstor Kirchner se mostró dispuesto a dialogar con Uruguay con condiciones. Exaltó los logros de su gestión y criticó a las empresas privatizadas.
Por Eduardo Tagliaferro
“Invito a mi amigo, el presidente Tabaré Vázquez, a suspender las obras por un período de noventa días”, leyó poniendo énfasis en cada una de sus palabras. Luego miró a la Asamblea Legislativa que en ese momento le entregaba su aplauso número veinticuatro y, como en otros pasajes del discurso con el que Néstor Kirchner formalizó la apertura del período ordinario de sesiones legislativas, se apartó de la versión impresa. Improvisando, con tono coloquial, y como si el presidente uruguayo estuviera delante suyo, insistió: “Son sólo 90 días, nada más, para que los mejores ambientalistas del mundo ayuden y así evitar esos espectáculos dolorosos para quienes queremos la unidad latinoamericana”. Kirchner venció la tentación al aplauso fácil, repitió que la disputa con Uruguay por la instalación de dos plantas de celulosa sobre el margen del río Uruguay “es una cuestión ambiental” y convocó a “no caer en nacionalismos vacíos de contenido” y a “no levantar la voz”. La propuesta fue la noticia destacada de un discurso en el cual repasó su gestión de una manera minuciosa.
Ante un recinto que mostraba bancas vacías a pesar de que varias sillas fueron intercaladas entre una y otra, Kirchner empleó dos horas para reivindicar los números macroeconómicos de su gobierno, pedirle a Uruguay un intervalo para concertar una salida al conflicto por las papeleras, exaltar el pago anticipado de la deuda que el país había contraído con el Fondo Monetario Internacional, advertirles a los empresarios que no aumenten sus ganancias “generando empobrecimiento” y hasta recordar los próximos 30 años del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
Temprano, muy temprano, cuando las calles aledañas al Congreso ya eran un caos y los pasacalles con las firmas de varios intendentes del Gran Buenos Aires se destacaban entre el cotillón que suele rodear a estos encuentros, ingresó al recinto el primer legislador. En absoluta soledad, el salteño Antonio Lovaglio Saravia del Frente para la Victoria se sentó en su banca y comenzó a repasar el voluminoso ejemplar de la Memoria Detallada del Estado de la Nación, una publicación en la que la Presidencia entrega un repaso de su gestión. De a poco se fueron sumando otros diputados del oficialismo, la cordobesa Patricia Vaca Narvaja, el santafesino Oscar Lamberto y la porteña Mercedes Marcó del Pont. Cuando estos diputados de la mayoría estaban en el recinto, la cordobesa Norma Morandini, del Partido Nuevo de Luis Juez, hacía rato que había concluido con la lectura del mamotreto que hace las veces de balance de gestión. El primer diputado de la derechista fuerza PRO, que sigue al ingeniero de Boca Juniors, Mauricio Macri, fue Esteban Bullrich. El primer senador en llegar fue el salteño Marcelo López Arias. Una prolongada comunicación telefónica lo mantuvo alejado de las bancas. Llegó a ellas luego de que un grupo de senadoras y senadores ingresaran en tropel. Apenas unos minutos después se producía la primera prueba de sonido. Las cámaras externas mostraban una plaza raleada y al gobernador entrerriano, Jorge Busti, haciendo declaraciones para la televisión.
Los tiempos cambian y no fueron pocos los conocedores de estas asambleas que reparaban en que las vestimentas habían abandonado el dorado Versace que caracterizó los años ’90. También había menos rubias. Las blondas que caminaban entre las filas de bancas tenían el sello de lo natural, como la ex duhaldista María Laura Leguizamón y la bonaerense Cristina Alvarez Rodríguez, sobrina nieta de Eva Perón. Gris triste dominó entre los trajes de los legisladores. Las mujeres de blanco o con trajecitos de color crema eran un friso homogéneo en el que apenas sobresalían el estridente verde manzana de Leguizamón, y el estilo hippie chic de la tucumana Susana Córdoba. Los palcos también aportaban lo suyo, en la segunda bandeja. Con puntualidad escolar digna de mención, se veía al ex izquierdista Humberto Tumini, del movimiento Barrios de Pie.
Luego de cumplir con el trámite de rigor de ser recibido por una comisión de legisladores, Kirchner y su esposa, la senadora Cristina Fernández, llegaron al recinto. Atrás quedó la mano tendida de Kirchner al porteño Macri y los besos en la mejilla con los que la senadora saludó a cada una de las legisladoras que la esperaban en el salón contiguo a las explanadas de ingreso. Teniendo a Scioli a su derecha y al titular de la Cámara baja, Alberto Balestrini, a su izquierda, el patagónico comenzó la lectura de su mensaje cuando habían pasado 19 minutos de las 11. Luego de recordar el infierno del que venía la Argentina, Kirchner destacó que la economía lleva “37 meses de crecimiento sostenido”. Un hecho que no dudó en calificar como inédito. Esta mención marcó el comienzo de los aplausos. Un gesto que en las dos horas de lectura se repitió en 40 ocasiones. La disciplina fiscal fue una de las conductas que el Presidente destacó. A pesar de los idílicos números que fue entregando para demostrar el descenso de la desocupación, la recuperación del poder del salario, el aumento de las exportaciones, Kirchner subrayó que “todavía no hemos salido del infierno”. Quizá fue por eso que, al hablar sobre la desigual distribución de la riqueza, uno de los puntos que propios y extraños más le critican, empleó un extraño giro discursivo. Puntualizó que comenzó “el inicio de la reversión del deterioro en la distribución del ingreso”.
Crecimiento de empleo en blanco, crecimiento de reservas, pago de la deuda al Fondo Monetario, mantenimiento de la estabilidad, pago de la deuda social, la inflación, calificada como un dato de “naturaleza transitoria”, pintaban su lectura del país. Fue recordar la inflación para que Kirchner se apartara de la lectura y regañara a los empresarios vinculados con la actividad turística por el aumento de los costos en enero. A esa altura el Presidente había recibido 14 aplausos y hasta el hiperoficialista Carlos Kunkel no pudo evitar mirar el cuadernillo impreso para ver cuánto faltaba para llegar al final del mensaje.
Párrafo destacado se llevó la mención a las empresas privatizadas que prestan servicios públicos. Luego de destacar que en esa renegociación su gobierno “es el primer defensor” de los intereses del pueblo argentino, Kirchner subrayó que “no podemos seguir atados a contratos que corresponden a un modelo económico y social que demostró empírica y trágicamente su inviabilidad”.
Su reivindicación de la política social estuvo atada a los índices con los que apuntó a demostrar que ésta iba de la mano de la creación de empleo genuino. “No es nuestra vocación el reparto de bolsones de alimentos aunque a veces resulte forzoso hacerlo”, dijo para dejar en claro su posición.
El largo mensaje presidencial alternó luces y sombras. No porque las sombras fueran reconocidas como tales, sino porque luego de pasajes en los que Kirchner exhibió gestos propios de un jefe de Estado, como cuando precisó que en el conflicto de las papeleras no había que dejarse confundir por “nacionalismos vacíos de contenido”, le siguieron típicas rencillas de la política doméstica. Como cuando se embarró en la ya superada discusión por la reforma del Consejo de la Magistratura. Destacó que era vergonzante el funcionamiento de este cuerpo y chicaneó a la oposición diciendo que le hubiera gustado leer algún proyecto alternativo al oficial. Algo que en el Senado fue desestimado cuando se realizó la discusión y que en Diputados no fue tenido en cuenta, ya que el debate se realizó en el período extraordinario de sesiones, es decir cuando se discuten las iniciativas propuestas por el Ejecutivo.
La palabra “muchas gracias” marcaba el final de la disertación, cuando Kirchner se apartó por última vez del texto impreso. Fue para decir que éste era “su anteúltimo discurso como Presidente”. Enseguida aclaró que hablaba del anteúltimo del período que termina en el 2007. Recordó que faltaban 23 días para conmemorar los 30 años “del golpe institucional más horroroso”. Luego de mencionar a los 30 mil desaparecidos de la última dictadura militar, Kirchner reivindicó “el derecho a pensar diferente” y se identificó como miembro de esa generación. “Esa generación que acertó y se equivocó y que fue mancillada por los violentos.” Invitó a los legisladores a rendir un “homenaje a la Argentina y a los 30 mil desaparecidos, sin importarme cómo pensaba cada uno de ellos”. La mención no restaba identidad política a esa generación, ni a las víctimas de la dictadura, simplemente apuntaba a reivindicar el derecho a pensar diferente. Algo que muchos legisladores quisieran que fuera moneda corriente.
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