Lunes, 30 de abril de 2007 | Hoy
En esta entrevista, Martha Vázquez, de Línea Fundadora, repasa los orígenes de las Madres en su 30º aniversario.
Por Adriana Meyer
“Algo superior nos guiaba, siempre digo que fueron nuestros hijos.” Así reflexionó Martha Vázquez sobre la lucha de las madres de desaparecidos, a 30 años de las primeras rondas en Plaza de Mayo. En 1996, durante una entrevista para un documental de la BBC de Londres, el marino Adolfo Scilingo le dijo que su hija María Martha estaba muerta y que había dado a luz un varón mientras estuvo cautiva en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). “Fue un enorme dolor cuando me dio a entender que había hecho ‘el vuelo’. Pero sentí cierta tranquilidad y la esperanza de buscar con firmeza a ese niño”, recordó en diálogo con Página/12. Vázquez destacó que “con este gobierno el cambio respecto de los derechos humanos ha sido muy grande”, pero le pidió a la administración de Néstor Kirchner que “obtengan las listas que aún existen, que se aceleren los juicios y que los represores vayan a cárceles comunes”.
Martha Vázquez solía entregarse a la costura en los ratos libres que le dejaban sus tareas de ama de casa. Aunque estaba acostumbrada a viajar y al protocolo diplomático derivado del trabajo de su marido, su vida cambió de manera abrupta el 14 de mayo de 1976 cuando secuestraron a su hija María Martha y a su yerno César. Esta mujer de 81 años, que desde hace tres preside Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, disfrutaba hacer de repostera en los cumpleaños de sus nietas, pero ahora pasa sus días escribiendo y leyendo sobre derechos humanos y leyes internacionales. “He luchado con ellos cuerpo a cuerpo... una mira para atrás y no entiende cómo hizo todo esto”, contó sobre los primeros días en que las Madres chocaban con la policía en la plaza, acomodada en el living de su departamento de Barrio Norte mientras junta energías para las numerosas actividades por el 30º aniversario del nacimiento de las Madres.
–¿Cómo cambió su vida desde que se llevaron a su hija?
–Completamente. Fue un vuelco enorme, vivíamos en México porque mi marido era ministro consejero en la embajada. Durante un año esperaba, se movía él. Luego empecé a hacerlo yo junto a Chela Mignone, porque nuestras hijas eran íntimas amigas que habían sido llevadas juntas por su trabajo en las villas del Bajo Flores. Tanto María Martha como Mónica eran sensibles, solidarias y humanas, lo mismo su marido, estaba casada con César Lugones. Se habían conocido haciendo este trabajo solidario misionando en Esquel. Ella era psicopedagoga y tenía 23 años, César tenía 26 y era veterinario.
–¿Cuáles fueron los primeros pasos de la búsqueda?
–Emilio (N.d.R: Mignone, fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales) y mi marido se movían, por sus conexiones. Pensamos que iban a obtener algo. No hay militar que no hayan entrevistado y nadie les decía la verdad. Un día comprendí que no podía quedarme en casa, y le dije que quería ir con él a las entrevistas, entonces íbamos los cuatro. Hasta que un día Emilio dijo ‘vayan ustedes solas’. Una vez vimos a un alto jefe de la Marina en el edificio Libertad, a principios del ’77. Fue todo una mentira, negó todo. Le dijimos que sabíamos que la Marina se los había llevado. Una salía con una sensación de fracaso enorme.
–¿Esos fracasos las motivaron a unirse y salir a la calle?
–Con otros matrimonios nos reuníamos para ver qué se podía hacer. Emilio fue el principal consejero de las Madres durante mucho tiempo. Todos hacíamos el mismo recorrido, Ministerio de Interior, capillas, regimientos, comisarías. Chela me dijo que un grupo de madres estaban yendo a la Plaza de Mayo. El primer día no hice caso, pero la segunda vez sí, y me incorporé al mes del inicio. Me vienen tantos recuerdos...
–¿Como cuáles?
–Y, las veces que hemos enfrentado a las Fuerzas Armadas en plena dictadura, cuando íbamos a la plaza y no nos dejaban pasar. En dos ocasiones he luchado con ellos cuerpo a cuerpo, me di vuelta esperando que me agarraran y el policía se fue para otro lado, estaba de civil. Se quería llevar a un muchacho joven y lo soltó cuando lo agarré de atrás. Hacíamos esas cosas muchas de nosotras. Esos hechos han contribuido a este largo caminar, es increíble que hayan pasado treinta años.
–¿Ya daban vueltas a la Pirámide?
–No, al principio nos reuníamos en la iglesia San Ignacio, de Alsina y Defensa. Ahí conocí a Azucena (Villaflor), que era una líder y por eso es que hoy no está. Al jueves siguiente fui a la plaza, y a la tercera vez vino la policía y nos dijo: “Señoras no pueden estar aquí, hay estado de sitio, más de dos personas no se pueden reunir, por favor, circulen”. Así fue que empezamos a circular, mansitas nos paramos y caminamos pero sin dar vueltas. Ya la siguiente vez fuimos al cantero frente a Casa de Gobierno, y empezamos a marchar. Había un padre, Julio Binstock, que nos contaba. Un día llegamos a ser cien. Ibamos prevenidas por si nos llevaban presas, con el cepillo de dientes en la cartera. Hasta limones teníamos, por si nos tiraban gases, y bolitas para hacer caer a los caballos.
–¿Cómo las afectó la desaparición de Azucena Villaflor?
–Fue un día terrible. No sabíamos para qué lado ir. Nos reunimos con Emilio, Augusto Conte y un grupo en una confitería de Montevideo, entre Arenales y Santa Fe, para ver qué hacer. Ellos estaban muy preocupados por nosotras. Querían que no fuéramos más, mi marido temía por mí.
–Si les hubieran hecho caso no habrían llegado a ser lo que son.
–Jamás tuvimos miedo, fuimos inconscientes.
–¿O aprendieron a convivir con el miedo para que no las paralice?
–No sé, porque nunca lo analizamos. La verdad es que afrontábamos las cosas con alegría. Había algo superior que nos guiaba, y siempre digo que fueron nuestros hijos. Cómo voy a hacer todo lo que hice, las entrevistas a nivel internacional, yo era más bien tímida (N.d.R: Vázquez tuvo un rol destacado en la aprobación de la Convención Internacional contra la Desaparición de Personas, que reconoce al terrorismo de Estado como delito de lesa humanidad).
–¿Se puede decir que tomaron las banderas de sus hijos?
–Sí, esa es nuestra mayor preocupación: reivindicar su lucha y sus valores. Por algo se los llevaron, en el mejor sentido.
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