EL PAíS
Una venganza y un chico desaparecido hace meses
A Osvaldo se la tenían jurada: era demasiado contestón y no le temía a la policía. Lo levantaron en mayo y su rastro se pierde en la comisaría de Florida.
Por Horacio Cecchi
“A estos pelotudos se les fue la mano. Había que pegarle y largarlo.” La síntesis pertenece a un policía de la Bonaerense que ventiló el caso a diestra y siniestra, como una hazaña. La víctima, Osvaldo Raúl Saliwonczyk, “el Boli”, de 25 años, lleva cuatro meses como desaparecido en plena democracia. El epíteto está dirigido a colegas del Comando de Patrullas de Florida, aunque todos los indicios apuntan contra el mismo autor de la recriminación. Durante la búsqueda desesperada de su hijo, Mercedes Gutiérrez recorrió hospitales, se introdujo en comisarías como familiar de otros presos, hurgó en las calles hasta lograr reconstruir el recorrido sufrido por el Boli el 10 de mayo. Supo entonces que lo levantaron en la calle, en pleno día y ante al menos tres testigos, después de darle una brutal paliza. Supo que la tarea siguió en la 3ª de Munro y más tarde en la comisaría de Florida. El rastro se esfuma tres días después. Sólo pudo saber que se lo sacaron de encima.
Cuando habla, Mercedes oscila entre la bronca y el llanto. Saltea el relato, describe detalles sorprendentes o se pierde en la imprecisión de la congoja. A veces, la firmeza cruza su rostro como una arruga dura, mientras gesticula. O apenas puede mantener su voz sin quebrar el tono. Sobre la mesa del apretado comedor hay una carpeta donde ha ido reuniendo toda aquella documentación que le pareció importante, además de un par de fotos del Boli. Allí guarda desde la primera denuncia por amenazas –lo detuvieron en la calle, con su novia, y les apoyaron las pistolas en la cabeza–, hasta los partes policiales que negaban conocerlo, pese a que estuvo detenido por lo menos tres veces en la 3ª de Munro, una de ellas nada menos que durante un año.
El Boli tiene una historia que, como toda historia semejante, invariablemente se transforma en una hoja en blanco que es predilección para los correctivos policiales: vivía en una villa, a los 14 ya era adicto a las drogas, estuvo internado en una colonia terapéutica y ya a esa edad no congeniaba con las costumbres uniformadas. “Cada vez que los policías se metían con los chicos de la villa, él los enfrentaba. Cuando podían, lo agarraban, lo llevaban detrás de Makro y lo molían a palos”, recuerda su madre. A los 19 cayó detenido por el robo de una campera. “La devolvió”, aseguran en la casa. Por ese delito, entre junio del ‘96 y mayo del ‘97 estuvo detenido en la 3ª de Munro, la misma a la que pertenece el sargento Roberto Sandroni, acusado por el homicidio del adolescente Martín Suárez. Después, lo enviaron a Olmos. Recuperó la libertad en el 2000. Regresó a Munro a reencontrarse con sus amigos. Allí se topó una vez más con la policía.
Mercedes chupa la bombilla del mate semidulzón, parece exprimirla. Ahora apoya el recipiente sobre esa carpeta que guarda su tesoro, se seca los ojos. “Ese policía lo venía buscando –dice–. Una vez, estaba con un grupo de amigos y el patrullero lo quiso llevar. Y él le preguntaba ‘por qué me tenés tanta bronca. Dejá las armas y que gane el mejor, loco’. Como eran varios, no se lo llevó, pero antes de irse le advirtió: ‘Ya te voy a agarrar solo’. Fue en enero de este año.”
–¿Por qué lo buscaba?
–Yo creo que por aquella denuncia anterior. A lo mejor porque lo veía siempre bien vestido, porque él era de arreglarse bien, y pensaría que era de una banda.
El miércoles 9 de mayo, el Boli cenó con unos amigos. Se quedó tomando cerveza hasta la madrugada del jueves, en una esquina de Munro. Un amigo lo acompañó unas cuadras y después volvió caminando, solo. Cruzó el puente de Pelliza y Panamericana, tomó por Ramón Castro, dobló en Belgrano y cuando llegaba a Borges se le apareció la camioneta policial, con el perseguidor dentro. “Eran las ocho y diez de la mañana –afirma Mercedes a partir de datos que recolectó entre testigos–. El policía lo reconoció aél. El se acordó de la amenaza y salió corriendo. Eran tres. Lo agarraron. Lo tiraron al piso. Le entraron a dar y dar”.
Al menos tres personas vieron lo que sucedía. Al Boli lo llevaron a la tercera de Munro donde le siguieron pegando “hasta que alguien de ahí vio que todo se complicaba y no quisieron tenerlo más”. Entonces, lo trasladaron a la comisaría de Florida y le siguieron pegando. Estuvo jueves, viernes, sábado. “El domingo ya no le podían pegar más –dice la madre–. Lo subieron a un auto particular y dijeron que lo llevaban a una clínica. Yo no sé cómo salió de ahí, si vivo o muerto.”
El uniformado forma parte del plantel del Comando de Patrullas de Florida, aunque para este brazo de la ley no haya fronteras: también suele hacer algún trabajito en la 3ª de Munro. Página/12 no revela su nombre para no entorpecer la investigación de la fiscalía 8 de San Isidro, a cargo de María Emma Prada. Ya se realizaron dos allanamientos a comisarías. También se interesaron en el caso el ministro de Seguridad bonaerense, Juan Pablo Cafiero, el secretario de Derechos Humanos de la provincia, Jorge Taiana, y la APDH.
Mercedes buscó en los hospitales de la zona. “Les pregunté a médicos y enfermeras, les mostraba la foto, me metía en las salas para verles las caras.” Desde el Hospital Zonal de Tigre hasta el Borda, recorrió todos. También las comisarías, disfrazada de familiar de presos. “Quería saber si ellos habían escuchado algo, o si estaba detenido”. Hurgó en la calle, obtuvo algunos testimonios para reconstruir sus últimos pasos. “Mi corazón me dice que está vivo. Pero yo tengo un poco de miedo.”