EL PAíS • SUBNOTA
› Por Ricardo Forster *
La escenografía no dejaba de ser al mismo tiempo espectacular y cargada de simbolismo: por un lado, el Monumento a la Bandera, con su arquitectura que recuerda antiguos y trasnochados sueños de grandeza (esa que supo inspirarse en la monumentalización tan cara a ciertos totalitarismos europeos), sueños que poco se vinculan con el ideario de mayo y de uno de sus representantes más genuino, humilde e intelectualmente más brillante en tanto heredero del igualitarismo ilustrado, me refiero a Manuel Belgrano; del otro lado y bien hacia el fondo, los contornos del río Paraná con sus múltiples puertos cerealeros, que han convertido a Rosario en capital de las exportaciones de granos argentinos ofreciéndole, a la Chicago local, una extraña fisonomía que cruza al socialismo con las grandes corporaciones portuario-cerealeras, como si dijéramos a Juan B. Justo con Patrón Costas o a Repetto con Martínez de Hoz (¿tal vez por eso el intendente se dio una vuelta por el monumento aunque desistió de subir al escenario?). Y de espaldas al río un palco en el que se colocaron los representantes de las cuatro entidades que llevan adelante la confrontación más larga que se conozca contra un gobierno democrático (jamás, obviamente, se levantaron contra las diversas dictaduras de las que varias de ellas formaron parte y mucho menos lo hicieron contra el menemismo, que casi los aniquila con su modelo convertible). Allí estaban, entre otros, el i-nefable De Angeli, en nombre de la Federación Agraria pero también de los Autoconvocados; Miguens, de la paqueta Sociedad Rural junto a Llambías, de la CRA, y con su pose de argentino piola, ese que se las sabe todas (con pinta más de porteño que de chacarero o de gringo), Eduardo Buzzi, presidente de una travestida FA que encontró su lugar bajo el sol en medio de sus antiguos enemigos de clase. Allí estaban todos, exultantes bajo el sol de mayo y experimentando un verdadero baño de multitud (eso sí, bien limpia y rubia).
Entre los recursos ya gastados de la política nacional está eso de declararse apolítico, de construir el más formidable acto opositor desmintiendo, al mismo tiempo, cualquier intención política. Ellos, los “ruralistas”, los dueños de la tierra, los autoproclamados “productores”, no se ensucian con la política, sus preocupaciones tienen que ver con asuntos genuinos e importantes; de la misma manera que esa multitud blanca, bien vestida, casi hasta la elegancia, que llegó por sus propios medios en confortables vehículos, es lo opuesto a la “negrada” que es movida por el sucio clientelismo, que va en pos de unos pocos pesos y de algún choripán. Allí, al pie del Monumento a la Bandera y de espaldas al Paraná estaba la Argentina honesta, trabajadora, solidaria con sus propios intereses, republicana como gusta proclamar una ilustre chaqueña que suele ofrecernos frases brutales; la que escucha con deleite la sabiduría de Mariano Grondona o que lee atentamente La Nación; la que sin sonrojarse se declara prácticamente en ruinas mientras va acumulando una renta fabulosa, esa que llevó a muchos de esos “chacareros” a convertirse en impulsores de la construcción al comprar propiedades en pueblos y ciudades de todo el país, como para hacer algo con el dinero ganado con la soja. Esa masa, porque mal que les pese también son una “masa”, fue la destinataria de los “mesurados” discursos de los dirigentes ruralistas, de la misma manera que también constituye el soporte social de una nueva/vieja derecha argentina que va ocupando decididamente posiciones en el escenario.
El “gringo” de Gualeguaychú vociferó su discurso semianalfabeto, rústico no por ser portador de la rusticidad del hombre de campo, sino por pura ignorancia, esa que festejan ciertos medios de comunicación como equivalente a palabra justa y honesta, esa que nace de los sentimientos “puros” de quien trabaja con sus manos la tierra careciendo de tiempo para refinarse culturalmente. Su discurso fue brutal, desafiante, entremezclado y esencialmente violento. El presidente de Coninagro fue, tal vez, el más medido, el que buscó palabras de diálogo en un ámbito poco propicio para esos mensajes. Miguens tartamudeó un discurso leído en el que volvió a reiterar las demandas de la Sociedad Rural, en especial la que hace blanco en las diabólicas retenciones móviles; Llambías encontró su lugar en el mundo agitando a las multitudes y concluyendo su intervención echando mano a una impensada trilogía siempre ausente de la patria agroganadera y que remite, más bien, a viejos y anquilosados populismos: reclamó una patria justa, libre y soberana (¿qué hubiera dicho el inefable Jauretche ante tanto cinismo?, ¿sabrá Llambías que a la CRA y a sus socios siempre les interesó hacer imposible la realización de esa demanda y que saludaron la llegada del último golpe militar que asesinó a miles de aquellos que portaban esos ideales?). Y finalmente le tocó el turno a Buzzi, que pareció estar en su salsa. Tomo de su discurso una sola frase que, como si hubiera sido una fisura del inconsciente que sobrevolaba a la multitud y a los ruralistas, expresó con meridiana claridad el deseo manifiesto de los congregados alrededor del monumento: “El obstáculo para el crecimiento argentino se llama: los Kirchner”. ¿Hay que ser semiólogo para dar cuenta del sentido de esta frase? Su carácter destituyente de la legitimidad de un gobierno democráticamente elegido por la mayoría del pueblo argentino en octubre último es más que evidente. Ese fue el eje argumental de Buzzi que no dudó, con extraordinario cinismo, en hablarle a esa multitud de la gesta de las Madres de Plaza de Mayo, que utilizó conceptos venerables como el de distribución de la riqueza para apuntalar un gesto destituyente y una demanda de apropiación sectorial de la enorme renta agraria. Extraña parábola la de un dirigente que provenía del campo popular y que hoy se coloca en la vanguardia de un proyecto político-económico que busca abortar cualquier otra alternativa que no gire en torno del ideario de los dueños de la tierra, incluso allí donde lo hace en nombre de los pequeños productores herederos del “grito de Alcorta”.
Quedará para otra columna analizar el endeble acto encabezado por Cristina en Salta, que viene a reforzar la debilidad que viene mostrando el Gobierno; una debilidad montada sobre gruesos errores políticos que de no revertirlos compromete su propia marcha. En un tiempo argentino que parece querer retroceder hacia momentos de incertidumbre y crisis, de esas que ya conocimos en el pasado reciente, se vuelve imperativo que desde los mandos de decisión se asuman las responsabilidades, en especial aquellas que implican profundizar un modelo redistributivo que no se sostenga en el soliloquio ni en los acuerdos exclusivos con las corporaciones económicas, sino que se abra hacia otros actores sociales, económicos y políticos sin los cuales es muy difícil llevar adelante un conflicto tan grave como el que han desencadenado las organizaciones de los dueños de la tierra.
* Ensayista, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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