Jueves, 18 de junio de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
Los debates mano a mano son los más sencillos de decodificar. Son un juego de suma cero, donde lo que pierde uno es ganancia del otro. La historia (o su sucedáneo, la leyenda aceptada) da cuenta del score de variadas contiendas cara a cara. Todas tuvieron un ganador o proveyeron un insípido empate, desde el clásico (o prehistórico) Kennedy versus Nixon, hasta los de Obama contra McCain, pasando por el de Caputo contra Saadi o (aun) el de Angeloz enfrentando a la silla que Menem dejó vacía.
Cuando compiten cuatro es otra cosa. Y es muuuy (con varias “u” intermedias) otra cosa si ocurre con la campaña asentada, con expectativas previamente definidas por encuestas (que incluso determinan exclusiones como las de Aníbal Ibarra). La disputa no comienza de cero, sino de posiciones establecidas.
En el punto de partida había varios datos ineludibles que incidieron sobre las tácticas de los panelistas. Mencionemos, apenas, los más evidentes.
- Dos defienden gestiones de gobierno: Gabriela Michetti y Carlos Heller. En tanto, Fernando Solanas y Alfonso Prat Gay están en el llano.
- Hasta ahora, desde hace meses, y cuando faltan menos de dos semanas, la candidata de PRO encabeza las encuestas, con cierta holgura. Prat Gay va segundo. Pino y Heller pujan por el tercer lugar.
- A costa de esquematizar un poco, ma non troppo: PRO y Acuerdo Cívico y Social disputan una misma franja electoral, de centroderecha, que puede superar el 50 por ciento de los votos y aún aspirar al 60 por ciento. El kirchnerismo y Proyecto Sur (más el ausente Ibarra) rondan sobre un sector que, en conjunto, podría superar el 30 por ciento, acaso rozar el 40 por ciento.
Con ese cuadro, los objetos diferían. El que puntea debe evitar que se trastoque el orden existente, como prioridad. Y hay una pugna “horizontal” entre quienes pelean por el mismo target. Eso podía hacer suponer un esquema tres contra uno (todos contra el respectivo oficialismo) cuando se discutía la política nacional o la de la Ciudad Autónoma (dos de los tres ejes que vertebraron el debate). Y “partidos aparte”, uno contra uno, entre Michetti-Prat Gay y Heller-Solanas. La dinámica fue diferente, sólo hubo un ratito en que Michetti quedó sola frente a tres caballeros. Durante la mayoría del tiempo Heller estuvo rodeado por los otros tres, lo que le dio centralidad (un logro en un espectáculo televisivo) pero también lo puso en varios bretes. Le cupo ser asediado por derecha y por izquierda, porque Solanas les dedicó mucha más atención a los Kirchner que a Mauricio Macri. Le cupo bailar con la más fea porque Pino fue más incisivo y lucido que Prat Gay. Además, dio la impresión de que el ex banquero central disputó el campo opositor a los K con una premisa: para ganarse el centro entre los contreras, lo sustancial no es diferenciarse del macrismo sino probar ser el más acérrimo antagonista del oficialismo nacional.
Pongamos en foco, brevemente, a los antagonistas, de a uno en fondo.
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Heller, dos objetivos: Dos objetivos debía alcanzar el adalid del oficialismo. El primero, aunque parezca redundante, era demostrar su pertenencia y alineamiento: machacar que quien quiera apoyar al gobierno nacional, debe elegir su boleta: conservar el caudal del Frente para la Victoria. El segundo, menos centrado en la “fuerza propia”, era seducir a un espectro progresista no alineado: ganar electores indecisos aunque definidos ideológicamente. El banquero-candidato dio en la tecla en el primer punto y se quedó corto de cara al segundo. Su consigna-slogan –que repitió en su cierre– es bancar “todo lo que se hizo bien” y abrir paso a “todo lo que falta hacer”. Pero su exposición sólo repasó los logros del Gobierno, no agregó señales de lo que desea mejorar o cambiar. Quizá lo condicionó la continua brega con tres rivales, lo cierto es que defendió al oficialismo con garra y con cifras pero no mostró nada nuevo. Reivindicó el “modelo” a punto tal de no suponer que el tiempo y la crisis deben forzarle reformas, así se conserve el rumbo. Tan apegado estuvo que se colocó solo (casi gratuitamente) en minoría de uno oponiéndose a políticas de ingreso universal, que son defendidas también por la CTA, uno de cuyos militantes es su primer candidato a legislador porteño.
Tuvo que tener seis ojos, le llovieron estocadas. Reaccionó con vivacidad, se valió de algunos cuadros con cifras o de titulares de diarios (un buen rebusque para las repeticiones ulteriores). Alguna vez se sacó, como cuando le dijo “viejo” y “mentiroso” a Solanas.
Aguantó los trapos, explicó que más de la mitad de la copa está llena. No pudo añadirle encanto al discurso kirchnerista ni iluminar algún trazo de novedad en el porvenir, de cómo se colma lo que sigue vacío.
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Pino, en la suya: Solanas arrancaba más aliviado, lo suyo es la crítica. Dos de sus competidores gozaron de sus mandobles contra el kirchnerismo, incluso haciéndose los distraídos cuando las campanas sonaban por ellos. Cuando se incursionó en la política vecinal, Solanas fue duro con Macri pero su tarea se centró en Heller. Pueden pensarse dos razones para eso, no excluyentes de otras. La primera es que el discurso de Solanas, tanto en su trayectoria artística como en la convencionalmente política, es de raigambre nacional, no vecinal. Los ejes centrales de las propuestas de Pino son los servicios públicos, el patrimonio estatal, los recursos naturales, el saqueo del Estado benefactor.
La segunda razón es táctica. Posiblemente Solanas no se hacía la menor ilusión de restar votos a Michetti o a Prat Gay y por eso enfocaba a Heller. En su conocido rol de fiscal y defensor de un clásico (para algunos podría ser hasta anacrónico) discurso nacional popular reparador Solanas se midió para no caer en desbordes emocionales que lucen mal por TV. Tanto que en algunos momentos se quedó corto y retenido. En uno de los primeros bloques, en el rato de intercambio libre, uno de los conductores le hizo un ademán sugiriéndole que se animara a meter baza. Claro que Solanas es un polemista, pero su registro no es el televisivo con plazos acuciantes, interrupciones permanentes y, en general, limitativo del relato articulado y complejo. Ese riesgo lo acechó, también a Heller y Prat Gay. Posmoderna ella, Michetti constela en otra galaxia.
En promedio, salió bien parado. Fue seguramente el más lucido porque subrayó bien sus rasgos conocidos y casi no le entraron golpes (salvo Heller, ni se los tiraron).
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Prat Gay, primerizo: El esquema de juego de Prat Gay era sugestivo. Quedarse con el cetro del opositor más convencido. Pegarle más a Heller que a Michetti, para probar así su primacía en el antikirchnerismo. Sus palabras de cierre lo explicitaron, apoyándose en la trayectoria intransigente de su líder Elisa Carrió y en su (seguramente poco conocida por la audiencia) renuncia en 2004.
Algo la sacudió a Michetti cuando pronunció el mejor chiste de la tenida. Recordó que Macri expresó que “el que no hace 15 kilómetros de subte es un estúpido”. Fue un buen momento expresivo, los tuvo muy contados. Su forma expresiva, de conferencista, le hizo poco favor a sus posturas. Leyó demasiadas veces para desgranar argumentos sencillos. Se maneja bien cuando habla de números, luce estereotipado cuando cuenta lo que comentaron vecinas durante sus caminatas. En estas tenidas, que tienen bastante de show, fue el menos vistoso de todos, el de más bajo protagonismo. Su táctica dejó un lado ciego, dejó demasiado liberada a Michetti, su principal contendiente a la hora de buscar el voto, aquella a la que tiene que restarle apoyos.
Se topó con rivales más avezados en la diabólica arena mediática y, cree este cronista, pagó el derecho de piso.
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Simplemente Gabriela: El macrismo conserva preeminencia en su distrito desde hace varios años. En 2003 ya primaba, sólo la irrupción de Kirchner a favor de Ibarra le cerró el paso a la Jefatura de Gobierno. La impresión del cronista, que comparten varios analistas de imagen, es que su “clientela” lo preserva para ser la gran esperanza blanca en futuras presidenciales. Por eso son indulgentes con su acción comunal, que no le levanta el amperímetro a nadie. Michetti es la cara afable de ese liderazgo y prorroga todos los trucos discursivos de “Mauricio”. Una desideologización total y hasta desaprensiva (¿qué líder político serio puede decir tan suelto de cuerpo como ella que la privatización o estatización de los servicios públicos es un tema que carece de actualidad?). Un relato que la sitúa por afuera de los problemas de gestión. Hasta reiteró un recurso que usó Macri cuando no gobernaba, el de usar un bloquecito para mechar propuestas, fuera cual fuera el rumbo del debate. Aquella vez podía tener un encanto, que era el del outsider. En esta ocasión, quedó patente que con eso gambeteaba denuncias o críticas concretas.
Su discurso es, en términos políticos convencionales, esquemático y aún hueco. Pero juega de local, en una cancha en la que acostumbra ganar. El cronista sospecha que consiguió su objetivo principal: no trastabillar, no alejar a quienes la acompañan, no ceder la pole position. Tuvo ayuda: sus adversarios no la chucearon mucho y Prat Gay no le hizo sombra.
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El arte del TEG: Así, cree el cronista, se jugó la partida de TEG. Escapa a su saber el impacto electoral de la transmisión, cuya repercusión suele ser más fuerte que la primera emisión por cable. El rating de A Dos Voces se conocerá hoy, será mucha para un acto y poca para un programa de tele. La intuición del escriba imagina que pocos ciudadanos cambian su voto en estos casos, menos a esta altura de la soirée.
Con todos los condicionantes de la tevé (imposibles de exagerar) hubo política en el aire, emoción. De a ratos, el ida y vuelta imantó aunque los panelistas no estuvieron chispeantes ni muy ocurrentes. Las tribunas adictas se declararon vencedoras, chi lo sá. El cronista observó una disparidad enorme en las hinchadas, más de un noventa por ciento de hombres. El cupo femenino no funcionó en las graderías.
¿Quién ganó? La política, por qué no. Quizá los espectadores. El resto, como casi todo en materia de opinión pública, da para cualquier lectura.
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