Jueves, 18 de junio de 2009 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Robert Fisk *
Aunque suene increíble –soy testigo porque estuve parado al lado de ellas– sólo 400 fuerzas especiales de la policía iraní mantenían separados a estos dos ejércitos. Hubo piedras y gases lacrimógenos pero por primera vez en esta crisis épica los policías prometieron proteger a ambos bandos. “Por favor, por favor, mantenga alejados a los basijs (guardia islámica)”, le rogaba una mujer de mediana edad a un oficial de las fuerzas especiales vestido con chaleco antibalas y un casco mientras los milicianos de la República Islámica con aspecto de matones aparecían a pocos metros con sus pantalones y camisas blancas como la nieve. “Con la ayuda de Dios”, le dijo el policía sonriéndole. Otros dos policías fueron alzados en andas. “Tashakor, tashakor” –“gracias, gracias”–, les gritaba la multitud.
Fue fenomenal. Las fuerzas armadas especiales de la República Islámica hasta ahora siempre aliadas de los basijs, estaban preparadas, por una vez, para proteger a todos los iraníes, no sólo a los secuaces de Ahmadinejad. El precedente de esta súbita neutralidad es conocido por todos –lo fue cuando el ejército del Sha se negó disparar contra los millones de manifestantes que exigían su derrocamiento en 1979–.
Sin embargo, ésta no es una revolución para derrocar a la República Islámica. Los dos grupos de manifestantes gritaban “Allahu Akbar” –“Dios es grande”– en la plaza Vanak. Pero si las fuerzas de seguridad iraníes defienden a ambos grupos, entonces Ahmadinejad está realmente en problemas.
Mientras la oscuridad caía sobre las calles del norte de Teherán, las multitudes enloquecían. Escuché cómo un barbudo oficial basij exhortaba a sus hombres a atacar a los 10.000 hombres y mujeres de Mussavi del otro lado de la línea policial. “Debemos defender a nuestro país ahora, como lo hicimos en la guerra Irán-Irak”, gritaba por sobre el bullicio. Pero el hombre de Ahmadinejad tratando de calmarlo, gritó: “¡Somos todos ciudadanos! No tengamos una tragedia. Debemos estar unidos”. Claramente la decisión del líder supremo ayatolá Ali Jamenei de instruir al Consejo de los Guardianes para que recontaran los votos de la elección del viernes no hizo nada por disipar la sospecha y la furia de la oposición reformista en Irán.
Primero pareció que el consejo examinaría cada resultado de la elección. Luego sólo unos pocos. Luego se les dijo a los iraníes que podía tardar hasta 10 días para que conocieran su decisión. Fue bueno, quizás, que Ahmadinejad hubiera volado a Yekaterinburgo para la cumbre de Shanghai para aburrir a los delegados de la conferencia con sus discursos en lugar de hacerlo con el pueblo iraní a quien él cree que representa. Pero en la plaza Vanak todo esto no significaba nada.
Policías de civil –quizá por fin dándose cuenta de la gravedad de la situación que provocó su propia obediencia a los hombres de Ahmadinejad– persuadieron a hombres de mediana edad de ambos lados a que se reunieran en el centro de la calle en el medio de la tierra de nadie de la plaza Vanak. El hombre de Mussavi, con camisa marrón, colocó sus manos alrededor de los brazos del oficial iraní barbudo del lado de Ahmadinejad. “No podemos permitir que esto suceda”, le dijo. Y trató, como lo hace cualquier musulmán cuando quiere demostrar su deseo de confianza y paz, de besar a su oponente en la cara. El hombre barbudo se lo sacó de encima, gritándole insultos.
En las dos filas, los policías estaban parados hombro contra hombro, sus brazos entrelazados conteniendo a las dos multitudes, mientras miraban a sus propios camaradas de enfrente con creciente preocupación. Un americano iraní a pocos metros me gritó en inglés “tenemos que probar que no pueden hacer esto más. No pueden gobernarnos. Necesitamos un nuevo presidente. O ganan ellos o ganamos nosotros”.
¿Es muy tarde para ponerle fin a esta violencia fraternal? Para cada lado, la integridad de su causa se está convirtiendo en algo más poderoso que el diálogo racional. La libertad que los partidarios de Mussavi han probado es tan intoxicante que están confrontando a sus enemigos políticos en la calle con un raro y genuino humor.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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