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Otra vez sopa

Por Eduardo Jozami

El voto contra Cuba en la ONU fue una de las prendas con las que Carlos Menem mostró su vocación de sometimiento a los Estados Unidos. Más tarde, De la Rúa no necesitó hablar de “relaciones carnales” para seguir aplicando la misma política a pesar de la generalizada oposición. En su visita a Washington, el dúo Ruckauf-Redrado ha superado las marcas anteriores: el gobierno argentino no sólo votaría contra el gobierno de Fidel Castro sino que sería uno de los impulsores de la resolución.
El voto contra Cuba supone no sólo enfrentar otra vez a un país que ha sido siempre solido con Argentina sino que relativiza las declaraciones del canciller favorables a la profundización del Mercosur. En realidad nadie debería sorprenderse de que quienes fueron vicepresidentes de Menem insistan con gestos de acercamiento a los Estados Unidos tan poco decorosos, pero podría esperarse una sensibilidad mayor frente a la reacción popular que volteó a Cavallo y De la Rúa y que hoy sigue conmoviendo al país.
El presidente Duhalde es menos populista que pragmático, señala con alivio la prensa norteamericana. En su reciente carta a Bush en la que rinde culto a los dioses del libre mercado, el presidente da sobradas pruebas de ese pragmatismo. Cualquier salida de la crisis que no profundice la desigualdad exigiría una mayor intervención estatal y medidas de regulación y control sobre las empresas privatizadas, los bancos y los grandes grupos beneficiarios de la fiesta de la última década; sin embargo, Duhalde se compromete a dejar rápidamente el rumbo dirigista que la crisis le habría obligado a tomar.
Si al presidente Duhalde le sienta bien la calificación de pragmático, ocurre lo mismo con su canciller. Prototipo del dirigente que hace política con las encuestas en la mano, Ruckauf es tan realista como para abandonar el proyecto de reforma de la policía provincial, desterrar cualquier preocupación por los derechos humanos y dar su respaldo a la bonaerense, convalidando el estilo represivo que provocó centenares de muertes en el conurbano.
En esa línea de pensamiento parece ideologista cualquier preocupación por la independencia de la política exterior y es coherente sostener que el sometimiento a los Estados Unidos garantizará la recuperación de la economía argentina, aunque sobren evidencias de que les va mejor que a nosotros con los organismos internacionales a países que se muestran más celosos de su autonomía.
Pero, además, ¿no es pragmatismo a ras del suelo, una de las razones del descrédito de los políticos? La protesta popular no parece agotarse en el reclamo por salir del corralito y obtener planes Trabajar. Tras la demanda por la regeneración de la política subyace la creencia de que Argentina puede volver a ser una nación que merezca ese nombre. Quienes no lo comprendan están lejos de actuar como políticos realistas y no hay motivos para suponer que tendrán mejor fortuna que sus antecesores.

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