EL PAíS › OPINION
Bienvenidos al tren
Por Irina Hauser
Los cartoneros y las asambleas van en tren. Hilda “Chiche” Duhalde va en avión. El destino, Tucumán, es el mismo y la causa básica, el hambre, también. Los medios de transporte empleados, sin embargo, simbolizan el enorme abismo que se abre entre ambas experiencias, y no es por quién viaja más cómodo o por quién llega primero. La Coordinadora de Políticas Sociales llevó el jueves a la provincia norteña un nuevo capítulo del ampuloso “Operativo Rescate” contra la desnutrición, de la que el Gobierno se acordó de tomar nota recién cuando empezaron a volverse visibles las muertes de chicos por esa causa. La funcionaria transporta, desde las alturas, un modelo asistencialista lleno de promesas que se esparcen de arriba hacia abajo y que no expresan otra cosa que la preocupación por el costo político que conlleva el escándalo de tanta pobreza en un escenario electoral. Utiliza, así, una herramienta propia de las prácticas políticas tradicionales que parece servir solamente para reproducir las condiciones de deterioro y pauperización vigentes. El andar horizontal y lento del tren en que los recuperadores de basura y los caceroleros llevan una donación de una tonelada de alimento para un comedor, encarna los cimientos de una nueva forma de pelear y de hacer política basada en la construcción colectiva. Es el poder transformador en acción de una sociedad devastada que intenta levantarse entre los escombros de su propios rasgos individualistas. Es cierto que las familias que han migrado a Buenos Aires desde el interior acostumbran enviar ayuda a sus parientes que quedaron en los lugares de origen, como es cierto que un poco de comida no va a revertir una de las grandes desgracias nacionales. Pero la cuestión es por lejos más profunda. Radica en cosas tan microscópicas como poderosas, como la capacidad que han tenido los cartoneros de reinventarse a sí mismos a través del cirujeo, luego de haber sido –muchos de ellos– expulsados de trabajos formales. O como la osadía de las asambleas barriales de remarcar cada día –con debates, emprendimientos locales, talleres, comedores, proyectos de ley, entre otras creaciones– todo lo que el Estado debiera hacer y no hace, así como todos los derechos ciudadanos que deshace. El sendero de este tren, la capacidad de dar de pobres a pobres después de juntar donaciones incluso entre sus propios vecinos de barrios precarios, resultan cuanto menos un sacudón a los esquemas rígidos y unidireccionales con que la dirigencia piensa los cambios, o dice que los piensa. Lo que pasa en los hechos es otro cantar, se parece más a la expansión paciente de un contrapoder que se va tejiendo despacito y en el que los resultados inmediatos poco importan. Es, si se quiere, hasta una cuestión moral, de renovación de valores y de lenguaje. Algo de todo esto probablemente explique que el nuevo viaje salvador de Chiche haya quedado rotundamente opacado por la travesía de un colectivo social con una intención auténtica de desafiar lo instituido.