Martes, 14 de octubre de 2014 | Hoy
EL PAíS › TRES EX COLABORADORES HACEN UNA SEMBLANZA DEL DIRIGENTE
Por Eduardo Valdés*
“El que sueña solo, sueña solo; el que sueña con otros, hace la historia.” Eso fue lo que nos enseñó Antonio Cafiero. Nos inculcó que los peronistas habíamos introducido un valor fundamental en la vida política, el valor de la alegría. Si no despertamos alegría en la gente, no estamos cumpliendo nuestro deber, decía el maestro de nuestra generación, “para un peronista está prohibido entristecerse”, culminaba. Se fundaba en el primer discurso de Perón en 1946, al asumir su primera presidencia: “Quiero un país con talante de romería y espíritu de fiesta”. Por eso, agregaba Antonio, “el peronista triste no es peronista, porque somos los custodios de la identidad del pueblo, que sea creadora y feliz”.
“Somos un pensamiento en acción para transformar el mundo”, me dijo el año pasado, cuando se enteró de que Jorge Bergoglio adoptaba el nombre de Francisco para gobernar la Iglesia. “Vas a ver que va a predicar la justicia social universal, tiene que haber un orden internacional justo, para encontrarla en cada Nación.”
Estas son algunas de las últimas enseñanzas del gran predicador que fue Cafiero para mi generación. Sufrió calumnias, cárceles, infamias, pero nunca abandonó su alegría peronista. Sus cumpleaños eran una cita obligada en su casa de Clemente Onelli. Allí nos juntaba a los que empezaron con él en 1945 y a los que abrazaron la causa posteriormente. Si alguien se preguntaba dónde quedaba el “peronómetro”, la respuesta se hallaba en esa fiesta.
El legado que más fuerte me dejó Antonio fue sin lugar a dudas su coraje de abril de 1987, cuando se sublevaron los carapintadas. Mientras muchos peronistas se escondían, otros esperaban a algún coronel salvador, Cafiero nos convocó a la Plaza de Mayo a defender el gobierno constitucional y decir para siempre que las diferencias entre peronistas y radicales deben dirimirse en democracia. ¡La emoción que sintieron los argentinos bien nacidos al verlo junto al presidente Raúl Alfonsín en el balcón de la Casa de Gobierno! No sé si todavía se ha apreciado el hecho en su verdadera dimensión histórica. Estoy convencido de que ese gesto audaz le jugó en contra en la interna justicialista del año siguiente, cuando Carlos Saúl Menem se alzó con el triunfo para la nominación presidencial. A mucha ortodoxia le hubiera gustado que triunfaran los cuarteles, pero la presencia de Antonio en ese acto cambió la historia para siempre. La democracia es el piso institucional en el que los peronistas queremos realizar las transformaciones sociales, doblegar la injusticia que nos hiere el corazón. Por eso militamos este tiempo orgullosos de la ampliación de derechos que viven los argentinos.
Con la melancolía alegre de este día en que nos enteramos de tan triste noticia, podemos decir, como Raúl Alfonsín, que Antonio Cafiero es “el presidente que los argentinos nos privamos de tener”.
* Presidente del Instituto de Altos Estudios Juan Perón, fundado por Antonio Cafiero.
Por Hernán Patiño Mayer *
Ya las crónicas periodísticas se encargarán de su rica biografía. Yo quiero brevemente referirme al hombre que tuve la oportunidad y el privilegio de conocer compartiendo las intimidades de la lucha por la reconstrucción y renovación del peronismo, con posterioridad a nuestra primera derrota electoral, en 1983. Antonio fue un ejemplo que moldeó y enriqueció a muchos de los que lo seguimos en aquellos difíciles momentos en que renacía la democracia y el peronismo parecía condenado para siempre, víctima de sus errores, de sus claudicaciones y de una dirigencia de dudosa legitimidad y manifiesta incapacidad autocrítica. Nos supo enseñar con el ejemplo de su propia entrega que la militancia política es una noble vocación de servicio que no se rinde ante la lucha encarnizada por espacios de poder y menos aún se corroe con los frutos podridos de la corrupción. Supo también legarnos el testimonio del verdadero significado de la lealtad que nada tiene que ver con la desdorosa alcahuetería o la enajenación vergonzosa del pensamiento crítico. Lealtad a los valores, a las convicciones y a las personas en tanto y cuanto efectivamente los encarnen y luchen por ellos. Y finalmente, supo transmitirnos la definitiva adhesión a la institucionalidad democrática, por encima de los intereses mezquinos y facciosos, cuando en un hecho sin precedentes encolumnó al peronismo junto al presidente Raúl Alfonsín para defender contra los golpistas al estado de derecho, los derechos humanos y al gobierno elegido por la voluntad popular. A los argentinos nos deja un gran hombre. A quienes tuvimos el privilegio de compartir su intimidad nos queda el testimonio de su ejemplaridad y la esperanza de ser fieles a sus enseñanzas hasta el tiempo del reencuentro definitivo. Gracias, Antonio. ¡Muchas gracias!
* Ex embajador argentino en Uruguay.
Por Renato Miari *
La trayectoria política de Antonio Cafiero marcó a varias generaciones de compañeros. Tuve la suerte de acompañarlo como responsable de la comunicación durante cuatro años en la gobernación de la provincia de Buenos Aires. De aquella experiencia rescato momentos que se resisten al olvido y que lo retratan al Cafiero político, al Cafiero persona; ese amigo, ese padre que nos abarcaba a todos y a cada uno de los compañeros que trajinamos el camino junto a él.
Corría el año 1990 y Antonio había perdido el plebiscito que había convocado para reformar la Constitución bonaerense. Ese traspié no lo afectó, Cafiero siguió activo y resolutivo más que nunca. Su gobierno realizaba acciones en todas las áreas, allí donde hubiera una necesidad, como dijo Evita, había un derecho. Su ministro de Salud Ginés González García había desarrollado una dura y titánica lucha por imponer los genéricos en el vademécum, contra la política de los laboratorios. La provincia realizaba una tarea de medicina preventiva excelente en momentos en que aparecía en nuestra sociedad la problemática del sida. Había que luchar contra la enfermedad y más aún contra los prejuicios. Y Cafiero eligió dar ese combate.
El equipo de comunicación del Ministerio de Salud realizó entonces un corto televisivo excelente desde su factura estética de su contenido.
Eran dos manos que se acariciaban delicadamente y como había un tul, no era posible definir los sexos y sí escuchar una música de origen clásico, muy sugerente. Luego, la voz en off decía cosas muy sencillas: planteaba la necesidad de usar preservativos para prevenir el sida. Para nosotros hoy resultaría casi elemental su contenido.... pero en esa época a los factores políticos tradicionales, y con la iglesia a la cabeza, les resultaba una afrenta moral. Está de más recordar que Cafiero y su esposa de toda la vida, Ana Goytia, respetaban a la Iglesia, tenían un sentimiento religioso profundo y sincero. Por eso, ese tema era un dilema duro existencial. Eso explica por qué convocó a su despacho en la gobernación al ministro Ginés González García, a mí y a mi amigo y asesor César Bustamante. La sorpresa fue para nosotros que estaba Anita y nos pidió ir al dormitorio matrimonial para analizar juntos el video, situación que tensaba al político, al dirigente que consideraba que esa política preventiva iba a salvar vidas y por el otro lado sus sentimientos religiosos. Antonio y Ana nos miraron a los ojos profundamente y nos preguntaron qué había que hacer.
El ministro, con claridad, explicó la necesidad de difundir el uso del preservativo y aporté la importancia de la televisión como medio de difusión; era una decisión difícil, nos íbamos a enfrentar con los tradicionales poderes de la Argentina donde los medios de comunicación iban a volver a jugar un papel de sumisión: Antonio y Ana aprobaron la campaña, que se empezó a emitir en los canales; muchos de ellos lo prohibieron. Antonio Cafiero había iniciado una batalla comunicacional que a la larga se ganaría. El hombre político y humano había prevalecido en su búsqueda de cambio en los valores más altos de la sociedad.
Refiero este hecho porque sé que es uno de los más le costó asumir pero, como republicano y peronista, supo que a veces hay que cruzar sobre los propios ripios para acentuar en la sociedad los valores que él representó y defendió desde 1945. Del mismo modo, no tembló al denunciar la situación de su pueblo en la dictadura o al denunciar los sobornos en el Senado. A los que lo dejaron solo des dijo: “Ellos creen que me matan, yo creo que se suicidan”. Hoy, cuando ha partido, lo recuerdo con profundo afecto personal, reconociendo en sus sentimientos los valores que aprendimos de la gesta iniciada en 1945, que hoy por hombres de su estatura nos sigue llevando a construir una Patria Grande y un país mejor y más justo, que llevarán también su sello de compañero y hombre íntegro y valiente.
* Ex secretario de Prensa de la provincia de Buenos Aires.
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