Lunes, 27 de octubre de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Diego Bossio *
Los hombres son tan grandes como las fuerzas sociales que logran representar. Néstor Kirchner asumió la Presidencia el 25 de mayo de 2003 y bastó que manifestara “no vine a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada” para enamorar a una sociedad desahuciada con sus políticos, desde los comicios de octubre 2001.
Luego llegó el carisma, que no proviene de una magia inexplicable. Es la audacia de lanzarse a una gesta histórica y transformadora que el país no vivía desde las dos primeras presidencias de Perón.
A partir de 2003 se redujo la deuda externa en un 73 por ciento, que hoy representa alrededor del 13 por ciento de un robusto PBI de 500 mil millones de dólares. Se crearon 5 millones de empleos; surgieron 200 mil nuevas empresas; la cobertura jubilatoria alcanzó al 94,3 por ciento, con 5,9 millones de jubilados y pensionados; se construyeron miles de viviendas y la inversión pública aumentó el 44 por ciento.
También se ampliaron derechos y se derogaron los indultos y las leyes de obediencia debida y punto final, que permitieron los Juicios de la Verdad y una política de derechos humanos que hoy es ejemplo en el mundo.
Sus logros son innumerables. Y también los déficit, en un balance altamente favorable para “Argentina, un país en serio”, el programa que sintetizó en una frase durante su iniciática y breve campaña electoral. Una fresca e intensa brisa que acarició a toda la República.
Encarnó las esperanzas latentes de las grandes masas que carecían de voz; colocó al Estado como regulador de la economía y la economía en función social. Nadie podrá imputarle nunca que durante su denodada lucha haya sido infiel a su programa. Un seductor insospechado. Vino para enamorar y conquistó para siempre el corazón de los argentinos.
* Director ejecutivo de la Anses.
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