EL PAíS › REPORTAJE AL GENDARME QUE DENUNCIO EL DELITO
“Es peligroso pensar que el jefe es ladrón”
Por M. G.
Pablo Silveyra no quiere fotos, porque dice que lo pueden perjudicar en su trabajo actual, que es absolutamente normal pero de baja exposición pública, y sin embargo accede a contar su historia a Página/12. No tiene ni el aspecto ni el tono de un denunciador compulsivo ni de alguien que juega una interna por poder o por dinero.
–¿Usted quiere volver al servicio activo?
–Yo quiero que se me reivindique porque conmigo cometieron una injusticia. Con mi trayectoria no merecía que gente inescrupulosa y movida por intereses extraños iniciara una persecusión administrativa y cometiera la serie de arbitrariedades que terminaron en mi retiro.
–¿Qué reivindicación espera?
–La reincorporación a Gendarmería.
–¿Pero usted quiere ser gendarme otra vez?
–Yo quiero decidir, porque otros decidieron por mí. Ejercieron una exclusión compulsiva e injusta.
–¿Por qué se hizo gendarme?
–No quiero mentir diciendo que nací para gendarme y esas cosas. Gendarme me hice, y me apasionó. Siento vocación de servir, y no es una frase, se lo aseguro.
–¿Viene de familia de gendarmes?
–No. Mi padre falleció cuando yo era chico y mi madre era empleada en una fábrica. Nací en un hogar muy humilde de Entre Ríos en 1961.
–¿Cuándo entró en la Gendarmería?
–El 3 de marzo de 1980. Fíjese: tenía 19 años, secundario completo y era la primera vez que venía no solo a la Gendarmería sino a Buenos Aires. Me acuerdo bien de la fecha porque además el domingo 2 de marzo jugaban Boca y River en cancha de Boca y fui.
–¿De turista?
–(Se ríe). No, de gallina. Ganó River 4 a 2 y me acuerdo que jugaba el uruguayo Carrasco, Juan Ramón Carrasco. Un jugadorazo. Bueno, tres años después egresé como oficial. Ya me había enganchado la posibilidad de una proyección, de una carrera, de tener un futuro encaminado, un objetivo. La Gendarmería me brindaba la posibilidad de realización personal, de estudiar, de crecer dentro de la institución.
–¿Cuál fue el primer destino?
–Río Turbio, en Santa Cruz.
–Frío para un entrerriano.
–Y... 14 o 15 grados bajo cero en invierno, cerca de Yacimientos Carboníferos Fiscales en las minas de carbón. Fui oficial de personal y jefe de sección de pasos internacionales. Estuve en Laurita, en Mina Uno, en El Zurdo. Tres metros de nieve en invierno, y a patrullar con raquetones en los pies kilómetros y kilómetros...
–¿Era soltero?
–Al segundo año de los tres allí fue mi mujer. Después cambié de clima, porque me nombraron instructor de suboficiales en Jesús María, en el ’86. Creo que tengo buen perfil para la docencia. Y estudioso era, porque salí entre los mejores promedios en la Escuela Superior, en Mercedes.
–¿Cuándo volvió a la frontera?
–En Posadas, donde los contrabandistas podían llegar a pasar hasta un avión desarmado. Había que estar muy atento. Ahí fui jefe de personal de un escuadrón de 300 hombres.
–De uno a diez, en esa época, ¿qué puntaje le pondría a la Gendarmería en su pelea para evitar el contrabando?
–Ocho.
–¿Y hoy?
–Prefiero no poner puntaje porque la fuerza está muy contaminada. Y no hablo de los pobres gendarmes que se matan trabajando.
–¿Cuándo se contaminó y por qué?
–Por los servicios adicionales.
–¿En qué consisten?
–Le doy un ejemplo: pilotos de Gendarmería piloteaban el avión privado del ingenio Ledesma. Gendarmes patrullan los trenes, que son una concesión privada. ¿Qué es la Gendarmería? ¿Una agencia de seguridad?
–¿Eso es legal?
–No sé, no soy abogado, que lo investigue el Gobierno. En la Gendarmería hay una oficina de adicionales, que se creó con el pretexto de aumentar los ingresos para el personal sin tener en cuenta que con esa medida se empezaba a carcomer el régimen disciplinario de una fuerza de seguridad. Muchos empezaron a tomar la Gendarmería como un segundo trabajo. En algunos lugares a las dos de la tarde no quedaba nadie porque se iban al trabajo verdadero, al privado. Es fácil investigar: hay contratos con trenes y con laboratorios privados. En la zona de Campo de Mayo la Gendarmería llegó a custodiar frigoríficos. Se usaban o se usan, no sé, patrulleros de la Gendarmería para distribuir tarjetas de Telefónica o Telecom. Claro, como se cobra mal los gendarmes terminan haciendo doce horas por día de adicionales y así no cumplen con el trabajo principal. Que además, le cuento, es de dedicación exclusiva.
–Pero los gendarmes están contentos.
–No, ésa es la paradoja. Están resentidos.
–No entiendo.
–La tropa sospecha que los oficiales se llevan la mejor parte porque manejan esos servicios. “Nosotros hacemos el laburo y nos quedamos con las migajas”, dicen los gendarmitos. También dicen: “Todos los oficiales roban”. Y cuando se empieza a decir eso se quiebra la autoridad, por un lado, y por otro lado el clima es propicio para cometer delitos, porque no hay límites ni ejemplos.
–¿Es tan difícil detectar quién participa del contrabando?
–No, es fácil. Hay que querer hacerlo y ser eficaz, sobre todo en lugares chicos. Me acuerdo de cuando en Orán, en el ’94 y ’95, una frontera muy caliente por el narcotráfico, vi que un tipo tenía un cero kilómetro ganando 600 pesos por mes. Otra vez la propia Gendarmería agarró a un suboficial con tres kilos de cocaína en el auto.
–¿Cómo se soluciona?
–Ya le dije: controlando. Y también pidiéndoles a todos, y no sólo a los jefes de escuadrón, que presenten declaración jurada de bienes.
–¿Qué es lo que le impide robar a un comandante que gana entre dos mil y tres mil pesos por mes y ganaría mucho más con la droga en la frontera?
–Impedirle, nada. Es igual que a cualquier otra persona. La mayoría no roba. No hablo de los jefes en Buenos Aires, pero en esa soledad de la frontera uno tiene que tener principios y confiar en su gente. Educar permanentemente, influir siempre en cada tipo. Dar el ejemplo. Si todos piensan que el jefe es un ladrón, todos pueden tentarse con el robo. Juan Perón decía que mandar es ordenar pero conducir es persuadir. Hay que conducir con el ejemplo. El castigo es necesario, pero si hay castigo sin ejemplos la gente se desvía en cuanto el jefe mira para otro lado. Algo falla si se ve a los jefes como ladrones.