EL PAíS
Una red de organización informal
Por A. D.
Desde la crisis de mediados de los ‘90, la alternativa de la prostitución se convirtió en una herramienta de trabajo naturalizada entre las más jóvenes, las niñas y, en ocasiones, sus padres. En Río Cuarto, la presencia de las grandes redes de explotación sexual aún no existe, dice Ferraro. En cambio, está convencida de que la prostitución infantil es el resultado de una “organización informal. O sea, las madres que la prostituyen, la abuela, la tía, la hermana mayor, el novio de la hermana mayor”.
Desde hace dos años, Alejandra para con sus amigas más chicas, sin controladores, ni propietarios de boliches en la mira. “Tengo un hijo -explica–, no quiero trabajar en los cabarets, ahora lo que hago es todo mío, no le tengo que dar a nadie el 50 por ciento de lo que gano.” En este momento, con Noelia y Marilyn, sus compañeras de parada, se las arreglan para todo, incluso para preservarse del miedo, ese que aparece cada tanto cuando se enteran de que una de sus compañeras de calle apareció tendida y golpeada en un zanjón, como sucedió hace unos días. O cuando escuchan las historias de Fernanda, la chica que desapareció en Entre Ríos. No le tienen tanto miedo a “ser raptadas”. El miedo es con los “tipos”, aseguran. “Es la verdad –dice Noelia, mientras hace piruetas con esa panza de cinco meses, que a veces no sabe cómo ubicar–. Antes de salir le doy un beso a mi mamá en la frente, y le digo: ‘Que Dios te guarde’. De verdad, nosotras no sabemos si volvemos.”
A los clientes de cara “piola” les aceptan un paseo en coche o hasta que las lleven a uno de los moteles de la ruta. Pero al resto no. Tienen dos hoteles alojamiento del barrio como alternativa y una piecita de la pensión frente a la puerta de “la parada”. Los dueños de la pensión les cobran cinco pesos a los clientes por la estadía en el cuarto. Dos de sus tres mamás cuentan con planes Jefas y Jefes de Hogar. En algún momento, también ellas intentaron sumarse a la rutina de trabajo de sus hijas. Alejandra dijo que no, igual que Noelia poco más tarde: “Mirá –dice–, cuando vos probás esto, no querés que nadie más lo haga”.