Lunes, 27 de agosto de 2007 | Hoy
Por Mario Wainfeld
El verbo “comprender”, en castellano, tiene cuanto menos dos acepciones. “Comprender” es sinónimo de “abarcar”, de “contener”. Y también de “entender, alcanzar, penetrar”. Javier Auyero comprende los temas que investiga, en el doble sentido del término. Su libro más reciente, La zona gris, aborda los saqueos ocurridos en el Gran Buenos Aires a fines del 2001. Recomendarlo es un gusto.
Para abarcar el fenómeno, Auyero lo incluye dentro de uno mayor, la violencia colectiva. Para darle contexto, indaga a fondo cómo se hace política en esos territorios. Una de sus primeras conclusiones, imbatible, es que nada es lo que parece. Las actividades de quienes perpetran la violencia y los que supuestamente deben reprimirlos a veces se unen. Los saqueadores articulan con el poder político, los punteros convocan a la acción, la policía hace de todo: ora reprime, ora mira sin intervenir, ora saquea, ora promueve rumores para dirigir las acciones, ora se vale de ellos para retener a los vecinos en sus barrios y desmovilizarlos.
La zona gris, explica nuestro autor siguiendo a Primo Levi, “es una zona de ambigüedad que desafía la división bipartita nosotros/ellos, amigo/enemigo, que lo atraviesa todo, una tendencia maniquea (...) que tiene la tendencia a reducir los conflictos a duelos: nosotros o ellos”.
Para abarcar la zona gris es preciso investigar la organización política precedente, enseña Auyero. Los saqueos no son “estallidos” sino prolongación en circunstancias propicias de prácticas instaladas. Permítase una imagen simplota: la zona gris es pura policromía. ¿Qué hace este sociólogo para comprender todo esto? Qué no hace, pregúntese mejor. Un análisis de fuentes secundarias (filmaciones, abordaje periodístico, actas policiales). Una investigación de campo minuciosa. Entrevistas a todos los involucrados: saqueadores, saqueados, punteros, pequeños comerciantes que se salvaron, dirigentes políticos, líderes del movimiento de desocupados. Preguntas de rigor, preguntas asombrosas, charlas extensas.
El trabajo se encuadra en un marco teórico notable. La comparación con situaciones similares es un recurso bien usado: en el tercer mundo, en Estados Unidos cuando Katrina, en Francia con la revuelta social. Los saqueos al final del gobierno de Raúl Alfonsín también son explorados.
Con material propio, cualitativo y cuantitativo, Auyero puede diseñar un mapa de distribución de los saqueos, cuadros que describen cómo funciona la zona gris. Las entrevistas ostentan la garra científica y literaria del autor. Todas son una pintura del personaje elegido y del propio investigador. También un desafío a los simplismos. Delincuentes ligados a la política con traza humana. Protagonistas remanidos en la crónica periodística (Aníbal Fernández, Juan José Alvarez, Luis D’Elía) pintados como muy pocos cronistas saben hacer.
Los prejuicios son puestos en cuestión, la evidencia colocada bajo la lupa. El propio Auyero, en un ejercicio fascinante, se somete a prueba acá y allá. Al modo de los documentalistas que se (ex)ponen delante de la cámara, deja ver todas sus barajas, sus transiciones, su ecuación personal. En un momento confiesa haber formulado una pregunta que jamás debería hacer un etnógrafo. Más adelante, se recrimina haber olvidado otra pregunta esencial. De pronto, comenta una jornada de labor que despunta en el Ministerio del Interior (dialogando con Fernández), que sigue con un almuerzo con una Ana, una participante en los saqueos de La Matanza, y que termina con un encuentro con una autoridad académica, su mentor metodológico.
El saldo es un trabajo formidable, único en su tipo hasta donde llega el saber del autor de esta crítica. Más de cien páginas de análisis histórico, descripción de sus premisas y análisis comparativo anteceden a la entrada en los saqueos, propiamente dichos. “Los disturbios por alimentos” reflexiona el autor “constituyen una ventana única para observar la política popular en la Argentina”. Apenas para jorobar, podría refutárselo, eso solo vale para algunos observadores, los que quieren comprender y tienen con qué. El mundo de la pobreza es, de ordinario, objeto de miradas perezosas, simplistas hasta la manija. En la academia, en los medios, en la tribuna política, se prefiere sobrevolar y rotular. Los fenómenos no se sistematizan, apenas se les ponen seudoapodos. Se alude a “punteros”, “clientelismo”, “cajas”, “aparato”, se aplana, se soslaya cualquier relieve. Como mucho, se reviste la Vulgata con una pátina falsamente compasiva, en verdad miserabilista. Dos minutos de microondas y se sirve. Comida chatarra, dirá usted. Así es, pero cabe puntualizar que es lo que más sale.
Auyero pertenece a otra dinastía. Viene elaborando una obra sobre sus afanes: La política de los pobres, Vidas beligerantes, La zona gris, entre otros, pintan un mundo desconocido y fascinante, a fuer de polifacético. Sabe de lo que habla, porque le interesa, porque lo estudia, porque camina para ver. Su material es ineludible para abordar el Conurbano bonaerense, ese agujero negro de la historia y la política. Pocos pares de su rango en esa especialidad. Este cronista sólo registra dos: Steve Levitsky y Denis Merklen. Los tres andan por los cuarenta años y trabajan en universidades en el exterior, aunque dos (Merklen y Auyero) son criollos. Esos dos datos algo dicen de cómo andan ciertas cosas en la Dinamarca del saber.
La zona gris es tan riguroso como amigable para profanos, se deja leer como una novela. Severamente contraindicado para los aficionados a la molicie, es un material ineludible para todos los que ansíen ampliar sus horizontes, para la (a)ventura de empezar a comprender.
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