Lunes, 4 de febrero de 2008 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Gianfranco Pasquino, como su nombre lo indica, es italiano, politólogo. Enseña en la Universidad de Bolonia y dicta clases en la John Hopkins University, entre otros estrados de excelencia. Se graduó en Turín, fue compañero de estudios de Norberto Bobbio. Es un académico versado que no se disfraza con el engañoso ropaje del cientificismo distante, su prosa delicada también busca intervenir en política.
Los poderes de los jefes de gobierno es, por ejemplo, una mirada panorámica, empírica y comparativa sobre el funcionamiento de los sistemas parlamentarios europeos (en general) y una mirada aguda sobre el italiano, en especial.
Una tesis preside el texto de Pasquino: los sistemas políticos sólo pueden explicarse si se analiza a fondo el funcionamiento de los partidos políticos. Poco sirve consignar que el sistema constitucional es parlamentario si se ignora si el sistema en cuestión es bipartidista o pluripartidista, si los partidos tienen fuerte disciplina interna, etcétera.
A través de un sobrevuelo sobre las realidades de distintos países europeos, Pasquino construye un contrapunto entre un parlamentarismo hiperestable, el inglés (“Westminter”) vs. el más mudable sistema italiano.
El autor desnuda con pura data lugares comunes muy usuales en nuestras pampas y, tal parece, también en su comarca. Afianzado en fuerte esquema bipartidista (sustentado en un sistema electoral muy excluyente con terceras fuerzas) el régimen inglés mantiene standards de perduración muy altos: “trayendo a Pasquino para acá” el cronista diría que cualquier presidente de nuestra región querría tener la primacía duradera de Tony Blair o Margareth Thatcher. Con el apoyo de su bancada en el Parlamento y una disciplina partidaria sólida, los primeros ministros británicos se aseguran larga vida. Las cámaras, contra lo que comentan divulgadores ignaros de este Sur, no registran torneos de polemistas ni son albergues del libre pensamiento: se verticalizan tras su líder político, por conveniencia mutua. Integrantes del grupo del que surgen los primeros ministros, los Comunes hacen buena letra para seguir haciendo carrera. Los primeros ministros los tratan bien porque de ellos dependen para perdurar pero poco les ceden en materia de iniciativas del gobierno.
Con ese modus operandi, ilustra Pasquino, Blair pudo darse el gusto de ponerse de punta contra la sociedad y buena parte de sus parlamentarios apoyando a George Bush en la guerra de Irak. La opinión pública lo cuestionó, muchos Comunes propios también, su poder no sufrió mengua, ni hablar de elecciones anticipadas.
Con la simpática costumbre de estudiar datos, Pasquino desmadeja otro lugar común muy frecuente en los debates públicos argentinos: el lugar del Parlamento en las grandes líneas de los gobiernos. Nuestro hombre se toma la molestia de auditar cuántas leyes son iniciativa de los parlamentarios y cuantas de los jefes de gobierno en los regímenes parlamentarios. Adivine, pero no se apure... Si no se apuró, adivinó: la inmensa mayoría de las normas surge del ala ejecutiva. Esa circunstancia que en Argentina levanta polvaredas de discusiones baladíes, es obvia en países tomados como modelo. Según el relevamiento de Pasquino (página 68) el porcentaje de leyes aprobadas por el Parlamento a instancias del gobierno es del 92 por ciento en España, del 94 por ciento en Gran Bretaña, del 81 por ciento en Francia. Suecia, un régimen recontramentado como modelo, llega a una marca del 96 por ciento. El país escandinavo, horror, es también un caso de continuidad avasallante: los socialdemócratas ganan casi todo el tiempo, batiendo records de permanencia que (en una competencia imaginaria) relegarían al bolivariano Hugo Chávez a jugar en Primera B.
El libro contiene una aguda reseña del funcionamiento real de los sistemas políticos alemán, francés y español entre otros. Los sustentos de su estabilidad, los modos de selección de sus jefes de gobierno, las causas de los cambios de mano.
Defensor inteligente del rol de los partidos políticos como selectores de las elites de gobierno y factores de equilibrio de los sistemas, Pasquino no alega sin antes probar. Las polémicas políticas en la Argentina acostumbran ser una rama seca de una ética (o una religión) inconfesa y fundamentalista. Se señalan males bíblicos (“hegemonías”, “ansias de poder”, “presidencialismo”), se los condena a divinis sin juicio previo, se denuncia inquisitorialmente su existencia. Escasean las lecturas funcionales, las miradas al mundo de lo real, la ojeada comparativa a otros países. La frase de taxista “esto sólo pasa en la Argentina” es también fatigada por formadores de opinión y de académicos, sin tomarse la molestia de mirar por arriba de la cerca.
El texto de Pasquino trilla otros métodos. Sin resignar la valoración, ratifica los puntos de vista con evidencia. Mirar y sistematizar antes que hablar.
El cronista leyó este libro hace unos meses y le pareció sugestivo en todo eso que acaba de narrar. Lo repasó en estos días y le vale añadir que es también un noble material para analizar la actual coyuntura del sistema político italiano, de su minoría gobernante y de las mañas de Berlusconi (a quien Pasquino detesta y disecciona con igual énfasis y decoro).
Por si todas las alabanzas no fueran suficientes, la traducción da muy agradable. Y el volumen tiene apenas 104 páginas, con mucho aire.
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