ESPECIALES › REPORTAJES: JOSE NUN, POLITOLOGO
“Este gobierno es el verdadero fin de la dictadura”
A un año de gobierno de Kirchner, el ensayista hace una foto de situación: el peronismo del gobierno, su significado histórico como cierre de una etapa, la posibilidad de “un gran proyecto nacional”. Una charla incluida en el libro El Presidente inesperado, que se acaba de editar.
Por José Natanson
Aunque nunca fue de esos intelectuales que se fascinan con el poder, José “Pepe” Nun fue invitado por Néstor Kirchner a viajar a Venezuela junto a José Pablo Feinmann. Abogado y politólogo, en esta entrevista –incluida en el libro El Presidente inesperado, el gobierno de Kirchner según los intelectuales argentinos (ver recuadro)–, Nun reclama una actitud más decidida para construir un “gran proyecto nacional”, pero reconoce avances. “Kirchner representa el fin de la dictadura militar”, sostiene.
–¿Cómo evalúa el primer año de gobierno?
–La dictadura no terminó en el ’83, termina en el 2003-2004 en términos de fin de la impunidad, recambio en la Corte, anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. El gobierno de Kirchner representa ante todo el fin de la dictadura militar. Esto describe uno de los núcleos fuertes del kirchnerismo.
–¿Y cómo definiría al Gobierno?
–El kirchnerismo es tan peronista como no peronista. El peronismo, igual que otros populismos, tiene una doble condición de fragilidad y fortaleza. Lo que le da fortaleza es su carácter comprensivo y diverso, lo que le da debilidad es la heterogeneidad derivada de ese carácter. Esto lleva a la necesidad de un líder. Cada vez que una de estas corrientes trató de homogeneizar al conjunto, el peronismo estuvo al borde de la ruptura. Lo que representa Kir-
chner está en las antípodas de Menem, pero no hay una univocidad peronista que permita decir que uno lo es y el otro no. Si uno dice que es peronista ya es peronista. No hay una esencia del peronismo, ni un Vaticano peronista que te pueda excomulgar. Kirchner hace bien en no renunciar a su pertenencia y al mismo tiempo abrirse a un espacio más amplio, que uno podría denominar de centroizquierda. Ahí se ubica su intención de desarrollar su proyecto nacional.
–¿Por qué intención?
–Porque todavía está lejos de haberse concretado. Cuando Kirchner dice que estamos en el segundo escalón del infierno está hablando de estas cosas. Mi deseo es que este proyecto nacional pueda construirse, pero todavía está en el tablero de diseño. Está entorpecido sin dudas por el legado que recibió, particularmente el tema de la deuda externa y la entrega del patrimonio nacional. Esto le ha quitado capacidad de acción. Yo estoy convencido de que se puede reconstruir, pero para ello es necesario tomar medidas menos tibias que las que se han tomado hasta ahora. Hay sectores del Gobierno que son muy renuentes a los cambios bruscos, sobre todo en materia económica. Hay que diferenciar entre estrategia y táctica. Se puede llevar adelante una estrategia gradualista, pero eso no implica que la táctica tenga que ser defensiva. Para llevar adelante una estrategia gradualista a veces es necesario una táctica ofensiva. Esto lo ha hecho muy bien Kirchner en el plano de la lucha contra los restos de la dictadura. En el plano económico, es necesario una táctica más ofensiva para construir un gran proyecto nacional.
–¿Qué significa esto?
–Varias cosas. Es simplemente inadmisible que los dividendos no paguen impuesto a las Ganancias, que se haya hecho una transacción como la venta a Petrobras sin pagar un solo impuesto, simplemente transfiriendo acciones. El resultado es que el impuesto a las Ganancias equivale al uno por ciento del PBI y en países desarrollados es el 20. No se trata de hacer una política expropiatoria, sino de corregir distorsiones espantosas del sistema fiscal. Esos recursos, lo mismo que los provenientes de mayores impuestos a sectores con beneficios extraordinarios, como los productores de soja y petróleo, servirían para llevar adelante algo que tendría valor material y simbólico. Hablo de la creación de una corporación nacional de desarrollo. Y parto de una premisa incontestable: si se pretende que el Estado pague la deuda, se le debe permitir generar los recursos para hacerlo. Esto no implica renacionalizar sectores privatizados, sino aprovechar ciertas cosas. Un ejemplo: hay un 75 por ciento de riqueza minera sin explotar. Estas áreas podrían ser uno de los fundamentos de esta corporación. La constitución de una nueva compañía petrolera sería otro departamento. El desarrollo forestal también.
–¿Cómo se financiaría?
–Con aportes privados, porque se trataría de una empresa mixta. Se harían contratos de concesión regulados que generarían ganancias en el corto y mediano plazo. Se les podría permitir a los acreedores cambiar títulos de deuda por acciones. Esto le daría sustento al discurso y la intención de sumar fuerzas para un nuevo proyecto nacional. Y señalo esto sin perjuicio de todo lo que se ha hecho, cosas que considero muy positivas. Yo usé para describir al Gobierno la imagen de la tarea de reparar y cambiar el rumbo de un barco en alta mar. Eso es lo que está haciendo Kirchner, y es complicado porque no se está en un astillero, sino en un mar tormentoso. Hay que lidiar con la Bonaerense, el duhaldismo, los gobernadores.
–¿El triunfo de Kirchner y su primer año de gobierno deben ser analizados como un fenómeno aislado y local o son parte de algo nuevo en Latinoamérica?
–Si hay un hallazgo común a los estudios que se han hecho sobre la penetración del Consenso de Washington en los distintos países, es que no hay dos casos iguales. Las políticas neoliberales se refractaron de manera específica en cada contexto local. La crisis del Consenso de Washington, el agotamiento de las prescripciones neoliberales, se refractó de manera específica. No hay duda de que hemos ingresado en un nuevo clima de época, que todavía no tiene contornos homogéneos como los que vivió el neoliberalismo. Tampoco creo que pueda llegar a tener un contorno homogéneo. Por eso, Kirchner forma parte de algo nuevo, sin duda, lo que no implica que ese algo sea más o menos homogéneo.
–¿Es correcto hablar del fin del neoliberalismo en Latinoamérica?
–Hay un retroceso. De todas maneras no está todo dicho. Yo leí hace poco un artículo del Wall Street Journal que es muy impresionante. El corresponsal habla de Brasil y festeja la política de Lula. Pero dice que sorprendentemente los niveles de pobreza y de desocupación son los más altos de la historia. Este señor o es ingenuo o es un canalla. Probablemente tenga algo de las dos cosas. ¿Hasta cuándo necesitan pruebas de que son políticas suicidas? Se han vuelto insostenibles y contradictorias en sus propios términos.
–Usted sostiene que el neoliberalismo está en retirada. Sin embargo hay casos que parecen indicar lo contrario. La política económica de Chile, aun con gobiernos socialistas, es neoliberal. Y en Brasil Lula optó por la continuidad macroeconómica con el gobierno anterior.
–Claro, yo digo que es el principio del fin, no el fin. En Brasil los resultados están a la vista, aunque el resurgimiento de la oposición, aprovechando la debilidad cada vez mayor del gobierno, quizá pueda forzar a Lula a pegar un giro. Y Chile está atravesando un momento económico menos dorado que el que venía atravesando. De todos modos hay que marcar alguna diferencia. El éxito, entre comillas, del neoliberalismo en Chile nunca hubiera sido posible sin el gobierno de la Unidad Popular, que antes del golpe de Pinochet nacionalizó el cobre. Es el único caso que tienen para mostrar. Es una economía muy chica, que no ha solucionado el problema de la pobreza. Vamos a ver cuánto tiempo puede proseguir en estas condiciones. Más allá de cada caso, el neoliberalismo está en retirada. El problema es que el programa de ellos es tan sencillo que un programa alternativo tiene una complejidad, generada en parte por el desastre que han hecho, que no es definible en tres palabras como decir: “todas las libertades al mercado”. Implica pensar que cada país tiene una realidad propia, características propias, estilos nacionales de hacer política, burguesías que no son similares. El neoliberalismo puede tener una agonía más o menos lenta según de qué nación estemos hablando. La impresión es que en Argentina terminó más rápido que en otros países.