ESPECTáCULOS
“Cotidiano”, una muestra gratis del universo según Daniel Hadad
Baby Echecopar, Oscar González Oro, Lito Pintos y Beto Casella elevan la voz en un ciclo en el que el buen gusto parece un accidente.
Por Julián Gorodischer
El bestia no saluda, irrumpe en el estudio. No deja hablar, se superpone. Tiene una convicción sobre cualquier tema, fundamentada no en la prueba sino en la emoción. Lo suyo es la fuerza de lo visceral, la verdad de las pasiones, y entonces nunca duda, arremete. Le dirige al vendedor ambulante que trabajó “toda la vida” su lapidario “Sos un delincuente”, como dice el Negro González Oro. Después sigue la marea de imágenes de “invasión”: vendedores en el Once, obreros en una toma de fábrica en Avellaneda. “Que pase el que sigue”, pide el popurrí acelerado de “Cotidiano. La bella y los bestias” (Canal 9, lunes a viernes a las 16, un rating promedio de 7 puntos), y los buenos muchachos hablan de todo como si supieran mucho. Cuando se embalan no hay retorno: un bestia tira la piedra, el otro apoya, la entrevistada pide que “paren, lo están confundiendo todo”, pero un tercero refunfuña y el cuarto crispa el tono.
Los bestias conforman una tribu o clan de roles definidos. A Baby Echecopar le dejan el contraataque sorpresa, antecedido siempre de un “esperá un poquito”, un “dejame hablar”, que da pie al sermón de cómo “la venta ambulante destruye la industria argentina”, de cómo nos desprecian en el exterior. En la agenda de los bestias, el daño al argentino figura en primer plano: jueces “extranjeros” que retienen a los chicos porque el país es inseguro, dice Beto Casella; “pobres tipos” que lo venden todo trucho, describe Oro a los “cuatreros”. El vendedor aludido le devuelve la gentileza: “Yo no tengo 130 millones para comprar un canal”. La expresión de los bestias se transforma, hay sobresaltos, es la preparación de la batalla. El “pobre tipo” se metió con el padrino, el que compensa por duplicado (cada bestia tiene su segundo programa, léase “REC” para Casella, “La Argentina de Oro” o “Contrafuego”) y la tribu muta en patota, todos para uno y contra el “pobre tipo”, y Lito Pintos toma la palabra, ya no divertido como cuando pregunta con qué “b” se escribe “lobizón” o declamativo en el chivo del fungicida.
El “pobre tipo” no tuvo mejor idea que meterse con el padrino, y eso desata la furia del bestia: “A vos no te va tan mal, papito, yo te vi viajar en avión y en buena clase...”, recuerda Pintos, quién sabe cómo. El bestia sabe qué estás haciendo en este momento, y hace uso variado de la información: defender al jefe Daniel Hadad, avisar a la policía (“Si la policía quiere tomar estos datos”, ofrece Baby) o, simplemente, aportar al retrato del gran peligro argentino: “la invasión”. En cualquier caso, todo editorial, toda opinión sobre la coyuntura será una forma de veredicto. Sobre el alud en Bariloche, el bestia no se toma ni un minuto para dar el fallo. Esto es TV, está convencido, y hay que darle ritmo, que no decaiga, que se escuche todo rápido como si se tratara de repetir la fórmula de Radio 10 (“como en la radio”, compara el bestia a cada rato), y entonces Pintos dictamina: “Es responsabilidad exclusiva de los accidentados”. “No exactamente”, se apura a rebatirlo el socorrista.
A la madre que cedió la tenencia de sus hijos al marido, Pintos le sobreimprime un poco gentil. “Qué raro, no, yo no lo haría...”, sospechoso y malintencionado como en los viejos tiempos, porque algo habrá hecho, intuyen los bestias, que insisten para que su verdad salga a la luz. Que se sepa, a grandes rasgos, que la venta ambulante y la madre de este chico, al menos hoy, son los culpables de todo, y para que el mix no sea indigerible, habrá que mechar con una receta de carré de cerdo y una charla sobre problemas sexuales masculinos (“nuestro momento, chicas”, se entusiasma Patricia Miccio), y un nuevo chivo, siempre a cargo de Pintos.
El bestia proclama el fin de la vieja TV, educada y formal, porque esta es la Argentina del caos, y entonces la banda se pelea por la palabra, compite por elevar el tono y se relaja con una broma de “Café Fashion”. Pintos dice que no sufre de impotencia, y Casella se desabrocha la camisa. Parecen divertidos, como cuando Oro se revela como “caliente todo el tiempo”. El alarde sexual los reivindica en una parte de lo que todo bestia debería ser: ganador y bien machito. El resto ya lo demostraron antes: fidelidad al padrino y prepotencia verbal. Pero el bestia reclama un momento para divertirse, y lo hace con un recurso que no falla: el gaste. A Miccio por mujer, a Pintos por ignorante, a Baby por petiso, al Negro por “finoli”. Es un golpeteo de bromas internas, agresiones veladas, amenazas que se insinúan, como cuando se intercambian un “dejame hablar” o un “no podés decir eso”. Pero queda claro que el enemigo está afuera y hay para elegir: piqueteros, cartoneros o vendedores, jueces extranjeros o funcionarios de la provincia de Buenos Aires sin excepción. El resto, las “joditas”, corresponden al territorio de los sentimientos, sin riesgo de que pase a mayores: así se quieren los bestias.