ESPECIALES
Los tres focos del señor Tenet
Por Miguel Bonasso
A partir del 11 de setiembre, Estados Unidos introdujo cambios importantes en sus relaciones con América latina y, en particular, América del Sur, donde se ubican cuatro de los países más importantes de toda la región: Brasil, Venezuela, Argentina y Colombia. El quinto es México, con el cual ya tiene un acuerdo de libre comercio y una relación política más fluida que décadas atrás, cuando el PRI levantaba todavía algunas banderas nacionalistas.
Esos cambios, de gran importancia para el presente y futuro de la Argentina, se venían gestando desde tiempo atrás. Incluso se habían insinuado ya durante la administración demócrata de Bill Clinton, pero adquirirían carta de ciudadanía política con el arribo del conservador texano George W. Bush para tornarse dramáticamente evidentes después del ataque a las Torres Gemelas. A partir de ese momento se produciría la profecía autocumplida del Documento de Santa Fe IV, que proponía (sic) “recrear el enemigo externo” para cohesionar a los Estados Unidos y fortalecer a la nación del Destino Manifiesto.
Una significativa propuesta, a tomar seriamente en cuenta, porque proviene de un “think tank” de intelectuales orgánicos, militares con experiencia contrainsurgente hemisférica, ex diplomáticos y agentes de inteligencia. También porque el primer Documento de Santa Fe, como se recordará, fue biblia para Ronald Reagan y George Bush padre.
En febrero de este año, en una audiencia en la Cámara de Representantes, el señor George Tenet, director general de la CIA, subrayó que los tres focos rojos que alarmaban a Washington en la región eran Venezuela, Colombia y Argentina. En Venezuela les preocupaba la permanencia de Hugo Chávez, a quien el Santa Fe IV califica como “dictador castrista”; en Colombia, la contención y derrota de la guerrilla de las FARC, a las que George W. endilgó el cartel letal de “narcoterroristas”, y en Argentina la posibilidad del desborde social.
Del dicho al hecho hubo poco trecho: en abril apoyaron el fallido golpe militar-empresarial contra Hugo Chávez, demostrando categóricamente que el Consenso de Washington, sustentado hasta ese momento en la diada democracia y mercado, podía prescindir del mejor de sus pilares que es la democracia. Y también del cacareado respeto a los derechos humanos, porque en las escasas horas que duró el empresario Carmona Estanga sentado sobre las bayonetas, comenzó a respirarse en los cerros de Caracas un clima de terror que evocaba los días, aparentemente superados, del Pinochetazo.
En Colombia creció exponencialmente la participación militar norteamericana, favorecida por el ascenso a la presidencia del halcón Alvaro Uribe.
De Argentina no se olvidaron y enviaron inspectores del área de seguridad, como Thomas Fingar, que nos visitó en mayo pasado. También se multiplicaron los ejercicios militares y policiales. Uno muy significativo fue el que se llevó a cabo con “rangers” norteamericanos y miembros de los grupos de elite de la Policía Federal, en la simulada reconquista de la embajada estadounidense, supuestamente ocupada por “terroristas” que se escudaban con rehenes.
Marines y otras tropas especiales –protegidas además por el status diplomático– se mueven por el territorio nacional como por su casa. Especialmente por Misiones, que es el sitio más frecuentado. Algunas veces para ejercitarse, otras para combatir el mosquito del dengue, pero siempre para generar el resquemor de Brasil. El socio mayor de la Argentina, que no sólo ha dejado de lado la arcaica hipótesis de guerra con nuestro país, sino que propone una integración estratégica entre fuerzas armadas de ambos países, para generar una zona de seguridad libre de “tropas extrañas a la región”. Un inevitable eufemismo para designar a los efectivos norteamericanos que pueden asentarse en las regiones fronterizas a Brasil. Como podrían hacerlo en las puertas de la estratégica Amazonia (rebosantes de petróleo), si se involucran más y más en la guerra de Colombia.
Pero la movida no es sólo militar o política sino eminentemente económica. A Estados Unidos le preocupa que el Mercosur se convierta en un obstáculo para el ALCA, cuyo tratado quiere firmar en abril, en Buenos Aires. El peor escenario para la Casa Blanca sería un fortalecimiento de la alianza entre Argentina y Brasil y la incorporación de Venezuela al Mercosur, para conformar un nuevo bloque sudamericano, capaz de negociar en mejores condiciones con Washington y, obviamente, con Europa.