ESPECTáCULOS
“El cuerpo de una persona indica cómo se siente”
Un proyecto de la coreógrafa Liliana Tasso integró en una obra a bailarines con chicos de la calle, ex adictos, ancianos y discapacitados.
Por Silvina Friera
Sofía vive en el hogar Viamonte–Martín Rodríguez, en Ituzaingó, una institución que alberga a ancianos y discapacitados. Tozuda como pocas, despreocupada por una edad que es mejor no confesar, estaba practicando unos ejercicios cuando logró tocarse los pies con las palmas de sus manos, derribando el fantasma de sus músculos achacados como una muralla inexpugnable. Martín, internado en el Cenareso (Centro nacional de recuperación social de las adicciones), participó en los talleres de movimiento y expresión corporal con una desconfianza instintiva. Para los hombres, la danza puede ser “afeminada”, emblema de un idioma que sienten ajeno. Hace dos meses, se pasaba horas drogándose, encerrado en una habitación. Los cuerpos de Sofía y Martín, sumergidos en el borde de la exclusión, estigmatizados por la sociedad, son algunos de los auténticos protagonistas del espectáculo de danza solidaria Des Del Bor De (Cuatro Centros), que se presentó el sábado pasado en el cine El Progreso, de Villa Lugano, con entrada libre.
Liliana Tasso, bailarina, coreógrafa, estudiante avanzada de psicología social y alma máter de este proyecto, que integra a bailarines profesionales (Natalia Bianchi, Ileana Vidal, Teresita Campana, Ramiro Soñez y Claudia García) con personas sin ninguna vinculación con la danza contemporánea, cuenta que tenía la necesidad de llevar la danza a otros espacios. “Los bailarines sentimos que hacemos obras para que las vean otros bailarines. Esto se convierte en un círculo vicioso; de repente te preguntás para qué sirve lo que estás haciendo”, destaca en una entrevista con Página/12. “Quise romper con ese circuito elitista, destinado para unos pocos, salir del centro, explorar los límites del movimiento y poder llevar los elementos de la danza a otras poblaciones que no tienen facilidad de acceso a este tipo de lenguaje”,
Además de los ancianos y adictos en vía de recuperación, intervino en este montaje un puñado de chicos de la calle del hogar de tránsito Andamio, que funciona en Flores. Todas las instituciones aceptaron el desafío: dos veces por semana, entre octubre y diciembre, Tasso y sus bailarines arremetieron con sus talleres, y los que se entusiasmaron con la propuesta hicieron una obra de características inéditas. Cada grupo –ancianos, discapacitados, adictos y chicos de la calle– elaboró un fragmento estético y temático, enhebrados por un denominador común: el mundo de la exclusión.
–En el caso del Cenareso, ¿cómo logró superar los prejuicios de los hombres respecto de la danza?
–Los adictos están constantemente flagelando y exponiendo sus cuerpos a situaciones de violencia y agresión. Me sorprendió que una institución que alberga a personas que tienen problemas con su cuerpo no tuviera actividades que estimulasen el trabajo corporal. Empezamos con el descubrimiento del cuerpo, a través de técnicas de conciencia corporal, eutonía, método Feldenkrais, juegos teatrales y sensopercepción, entre otras. Los cuerpos, por el consumo de cocaína, estaban sumamente tensos, pero durante el transcurso de las clases fueron relajándose y contactándose unos con otros. A medida que fueron entrando en confianza, los cuerpos cambiaron, los veíamos más distendidos, con mayor capacidad de concentración e introspección. Cuando se dieron todas estas circunstancias, recién planteamos la posibilidad de armar un espectáculo. Ellos decidieron abordar el problema de la caída y la recuperación, la falta de equilibrio, la agresión y, finalmente, la asistencia de unos a otros. La obra termina con una vibración, con una tensión explosiva que se va disolviendo y los chicos se quedan mirando al público.
–¿Qué temas eligieron los ancianos y los chicos de la calle?
–En los chicos, entre 12 y 15 años, percibimos los conflictos de los adolescentes, pero llevados a un punto extremo. Están preocupados por la identidad y la ambigüedad sexual, porque no saben todavía quiénes son. A raíz de la etapa de transformación por la que están atravesando, el tema que representan está relacionado con la identidad. Es un trabajo con máscaras, en donde los chicos hacen un juego de quién es quien con el público. En cambio, con los abuelos el trabajo está planteado sobre lo folklórico, porque uno de los viejitos es compositor, Gonzalo Alín Castro. En ellos fuimos descubriendo capacidades, en algunos casos que desarrollaron profesionalmente; en otros, sólo en el ámbito familiar.
–¿Los talleres operaron como un trabajo de inclusión y reflexión sobre la condición de vida de estas personas?
–Sí. Que una persona se dé cuenta de que no es un despojo humano, que sirve para algo, es una tarea que con una terapia convencional lleva muchos años. No digo que no sirva la terapia tradicional, sino que éste es otro camino que puede complementarse y que acelera los tiempos, que provoca una respuesta inmediata, porque el cuerpo es lo que está más expuesto, el cuerpo no miente. El cuerpo de una persona indica cómo se siente. Para ellos, la posibilidad de crear desde sus cuerpos significó abrirse hacia un universo distinto.