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Gastón en “Gran Hermano”, un zorro en el gallinero

El ángel perverso de la primera edición del más popular de los reality game shows fue introducido por la producción en la casa de la tercera. La pregunta es ¿para qué?

Si “Gran Hermano 1” era a un tiempo un ejercicio público de manipulación de seres humanos y un semillero de posibles figuras televisivas, ningún participante surfeó sobre sus aguas como Gastón Trezeguet. Gastón comprendió que un participante podía manipular, además de ser manipulado, y jugó como nadie, en aquella primera edición, que transcurría en un país que ya no existe, el del año 2000-01, en que hacía de presidente un tal Fernando de la Rúa. Gastón no ganó, aunque estuvo a punto, pero en cambio logró aquello que había ido a buscar, que era trabajar en televisión, lo que en la Argentina suele ser equivalente a convertirse en famoso. No consiguió trabajo de inmediato en el canal con el que tenía un contrato desde antes de ingresar a la casa: lo suyo parecía demasiado zarpado para una pantalla que se obstina día a día en mejorar la realidad, en demostrar que existe un mundo mejor y queda en Telefé.
Primero trabajó de celebridad efímera, de revistas y programas pedorros, y le fue bastante bien, salvo una detención por drogas que olió más a cama policial que a otra cosa. Después, fungió de crítico feroz en “Televicio”, de Canal 9, pero le dieron pista apenas cruzó la línea. Por esos días, y en el mismo canal, fue agredido al divino botón por Beto Casella, en un arranque homofóbico inexplicable. Más tarde, sin que le pagaran por eso, vapuleó de visitante a Jorge Rial, enrostrándole su propia cámara oculta a Marcelo Corazza, el ganador de “Gran Hermano 1”. Haber demostrado tamaña ductilidad le valió un reconocimiento claro, que parece una versión 2003 de la parábola de la oveja descarriada: Telefé lo repuso en su pantalla, introduciéndolo, para sorpresa de medio mundo, en la casa donde se juega una casi abúlica versión de “Gran Hermano”, la número 3.
El ingreso de Trezeguet –el domingo, en el transcurso de un programa que con 19.6 de rating se convirtió, por lejos, en el más visto del fin de semana– parece una gran movida de los cerebros de un programa que no en vano tomó su nombre de una novela magistral, sobre un futuro en que la vida de los ciudadanos sería vigilada electrónicamente por un poder absoluto. Trezeguet, al que los seis participantes que quedan miraban como arrobados, parecía un sibarita emocionado ante una mesa repleta de manjares, parado frente a esa colección de caracteres diferentes. Viviana, la chica que trabaja de prostituta, y Matías, el muchacho gay cuya familia fue asesinada en un hecho nunca esclarecido, parecen ahora hasta inocentes, comparados con el recién llegado, que cuando estaba en su salsa no dudó en comprometerse dentro de la casa con una chica mientras flirteaba con los muchachos. Romina, Natalia, Mauricio y Pablo podrían ser las más obvias víctimas de un experto como Gastón. Pero ¿para eso lo contrataron? ¿O lo contrataron para hacerle justicia y declararlo campeón argentino de “Gran Hermano”?

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Gastón fue la figura destacada del primer “GH”, aunque no ganó.
Manipuló a todos los participantes e incluso al público. Ahora, regresó.
 
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