ESPECTáCULOS
La televisión argentina inaugura la era del documental misionero
“Misterios y milagros”, conducido por Víctor Sueiro, acumula un rating milagroso sumando testimonios de seres que vivieron para contarlo.
Por Julián Gorodischer
El que habla, en la tele, se murió una vez, transitó por el túnel y vio la luz blanca en el fondo. También escuchó a sus familiares repitiendo: no te vayas. El que habla escribió varios libros sobre ángeles y demonios, sobre vírgenes y derivados, desembarca en la TV para hacer negocio y escuela. El gran divulgador del más allá, el defensor de la fe por sobre la técnica, tiene algo para decir: “Créeme”. Para lograrlo, se aferra al último grito de la era reality, que eliminó al especialista del documental y otorgó el poder al yo. Como en “Juro que es verdad” (de Mariano Cohn y Gastón Duprat, en Infinito), como en “Código de tiempo” (el documental sobre temas médicos producido por Cuatro Cabezas para América), ahora la vedette es la primera persona, independizada de la evidencia o el dato empírico, despojada de la desconfianza. Víctor Sueiro eleva la voz: “Creés cuando te subís a un avión; ¿por qué no creés en la vida después de la vida?” Esta es la pedagogía de la acumulación de casos, la certeza de la suma, la evidencia de la parte sobre el todo. Lo de Sueiro es una religión, y el de “Misterios y milagros” (por Canal 13, los lunes a las 22, 14 puntos de promedio de rating en sus dos primeras ediciones) es el más contundente reclutamiento de devotos: la llegada del documental misionero.
Ya lo dijo el teórico francés Francois Jost, autor de “El ojo cámara”: la aparición del reality show implicó un pasaje pronominal. Si el documental mostraba a su objeto como un tercero, el reality puso en pantalla el yo. De allí en más, ya no fue el especialista el que emprendió una excursión para mostrar la vida de los otros, sino que fueron esos otros los que contaron, por lo general en un encierro de varios meses, sus propias vidas. Hasta allí, el relevo de un género tradicional a uno naciente, pero la nueva ola documentalista en TV se encarga de inaugurar una fusión. Es el mismo documental el que no pide más que el testimonio directo del muerto vivo o del infartado que zafó a último momento.
Pero si “Código de tiempo” respeta la receta clínica, Sueiro da un paso más allá (o al más allá) y propone el ingreso a la ciudad de las almas. Claro que siempre se necesitan algunos recursos para conferir autoridad. Léase: que aparezca un famoso de los de antes, palabra prestigiada como la de María Rosa Gallo asegurando: “Yo estaba así... que me iba..., y dije: no. Hasta el final”. Lo que sigue, en interpretación lorquiana a cargo de la actriz, es el relato que Sueiro convirtió en un tópico literario: el túnel, la luz, las abuelitas en los costados, la paz en el espíritu, el reclamo de los terrícolas en coro: no te vayas todavía. María Rosa Gallo volvió de la muerte, y Sueiro toma coraje: “Y, ¿no me creen ahora?”
“Misterios y milagros” abreva en “Juro que es verdad” para lograr el efecto inverso. Si el documental irónico pone en crisis al género tradicional al cuestionar las bases de la creencia, Sueiro utiliza los mismos recursos (monólogo, dramatización, un clímax) para librar una cruzada por esa creencia. Para eso, cualquier estrategia es válida: un fragmento de “All that jazz”, la entrevista a un neurólogo amigo que afirma: “La ciencia no lo puede explicar de ninguna manera”, la insistencia, la persuasión desaforada y hasta el reto o la imposición del gurú. “No te podés ir de ahí”, le dice Sueiro al espectador, en clave hipnótica, acodado en su barra transparente, fondo celeste, angelito de cerámica a la derecha, copa de agua y rosa roja.
En ese territorio despojado, lo natural y lo áureo conviven para apañar al gurú Sueiro, el más parecido de los argentinos a Paulo Coelho, porque más allá de la excusa (ángeles, muertos vivos o desatanudos) él quiere, como el brasileño, que “todos pierdan el miedo”. Por eso muestra al muerto vivo tan contento, a la salida del túnel, recomendando al mundo suaventura. Eso sí, que nadie se confunda: “Al suicida no le pasa”, aclara Sueiro sobre el final. ¡No vaya a ser...!