ESPECTáCULOS › ENRIQUE LIPORACE, PROTAGONISTA DE “LA DEMOLICION”

“El circo está, el pan no”

La pieza teatral, que se estrena en Andamio esta noche, presenta a un obrero que decide resistir, en una fábrica condenada al cierre.

 Por Silvina Friera

“Lo peor que le puede pasar a los seres humanos es que les borren la identidad y los dejen sin trabajo.” Enrique Liporace sostiene que su personaje en La demolición, escrita por Ricardo Cardoso y dirigida por Manuel Iedvabni, que se estrena hoy a las 21 en Andamio 90 (Paraná 660), representa a miles de millones de desempleados de todo el mundo, que viven la angustia de ser descartados por el eterno ajuste. Alberto Luna, obstinado en defender su fuente laboral en una fábrica cerrada y a punto de ser destruida, espera que se cumpla una reactivación que nunca llegará. Mientras tanto hace de cuenta que trabaja, aunque el edificio está vacío y sus compañeros, según cree, son ausencias circunstanciales. El destino enfrenta al desocupado con un empleado de una empresa de demolición (Jorge Paccini). Con la amenaza de destrucción está a punto de resquebrajarse la arquitectura de una vida, los sueños de un hombre que entregó sus últimos 40 años a ese empleo, gracias al que conoció a su mujer y a sus mejores amigos.
Actor de destacada trayectoria en el teatro en obras como Escalera, de Charles Dyer; La sartén por el mango, de Javier Portales; Neep, de Jorge Goldemberg; y Pedrito el grande, de Osvaldo Dragún, Liporace regresa al escenario tras tres años de ausencia, con un papel comprometido y complejo, después de integrar en 1999 el elenco de Dar la vuelta, de Griselda Gambaro, y de participar de notables films como Bolivia, Un oso rojo y No sabe, no contesta. “Este personaje tan border tiene momentos alucinantes, como cuando recuerda la dictadura. Dice que mientras se llevaban a toda la comisión interna, los trabajadores puteaban por lo bajo, pero agacharon la cabeza y siguieron trabajando. La realidad es cada vez más terrible, burda y soez. Por eso, estas palabras tan simples pero medulares se transforman en algo poético”, explica a Página/12. El que va a demoler, aparente verdugo, se halla apresado por el temor a perder un trabajo en negro que lo convierte en un ser vulnerable y enfermizo. Además de las incertidumbres, no sabe cómo convencer al empleado de que debe abandonar el edificio, para que puedan iniciar la demolición. Según Liporace, es cierto lo que afirma el que va demoler, respecto de la fragilidad laboral de los personajes: “No existimos porque todos estamos en negro”.
–¿Su personaje niega la realidad o intenta mantenerse de pie, a pesar de todo?
–El mundo para él está en ese reducto, su vida es inseparable de la vida de esa empresa. Al que va a demoler la fábrica le dice: “Yo no sabría qué hacer fuera de acá, no puedo irme”. Lo valioso de la pieza es el juego lúdico que plantea el personaje porque se forja su mundo, a pesar de que está aislado. Después provoca un fenómeno sociológico en la medida en que le hace ver al otro que no se puede destruir un espacio de construcción. Se supone, por lo menos es el mensaje implícito, que son muchos los que atraviesan una situación similar. Me parece que hay que hacer correr la voz, porque si nos unimos no podrán hacernos tanto daño.
–¿Esta unión desde la ficción es extensiva a la situación del país?
–Hago esta obra como teatro testigo de mi tiempo. Pienso lo mismo que enuncio desde el personaje, porque esta pieza está estrechamente vinculada con la realidad nacional. Si nos unimos, no van a llevarse todo, ni van a matar a los chicos de hambre. Falta, todavía, sensibilidad para esa unión. Es como si atravesáramos una impasse. La gente pinta los frentes de bancos y creo que en otras sociedades ya los hubiesen incendiado. En España vi cómo se incendiaba un subte y fue maravilloso presenciar cómo el pueblo reaccionaba porque habían aumentado las tarifassin aviso. Aún nos falta para llegar a tener una sociedad que funcione en forma colectiva, que sea sensible y directa con sus semejantes.
–¿Diciembre del 2001 fue un despertar que no se pudo encauzar?
–Siempre hay despertares. Cada vez es mayor la cantidad de desocupados o gente con temor a perder el empleo. Lo triste es que el piquetero está legalizado. Le dieron “documentos” y lo pasaron a la categoría civil, algo que no debió aceptar, porque es como admitir la condición “natural” de desocupación de esas personas. Esto, creo, no cuaja con la lucha verdadera: hay atisbos, pero cuando te nombran ciudadano, te cagan.
–Se está dando un fenómeno de recuperación de fábricas...
–Ese es el ejemplo. Cuando sean muchos los que consigan recuperar sus fuentes de trabajo, el aparato represivo aumentará su hostilidad hacia los trabajadores. Lo peor que le puede pasar al poder es que las fábricas sean cooperativas.
–¿Por qué la gente fue a ver tanto teatro en el último año?
–Está relacionado con el momento de frivolidad que se estaba –y se está– viviendo. A mayor crisis, mayor necesidad de arte. Este es un país subdesarrollado, poco educado, que maneja un idioma de 20 palabras, que cuestiona su identidad... No sé si es un país o una administración. Esto viene gestándose desde hace años, con penetraciones culturales y políticas de países que nos gobiernan y manejan. El mandato está relacionado con el pan y circo, pero ojalá se solucionara, al menos, el hambre. El circo está, pero el pan no. Es muy doloroso, insoportable.

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Dentro de la fábrica, el obrero mantiene la ficción de un trabajo.
“Aún nos falta para llegar a una sociedad sensible”, dice Liporace.
 
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